viernes, 30 de marzo de 2012

Ley de huelga

Con ocasión de la huelga general del 2010 ya dejé clara mi postura respecto a estos amagos de un día y a su absoluta ineficacia. La prueba es que año y medio después de aquella convocatoria los poderes económicos han vuelto a forzar un nuevo y más espectacular recorte en los derechos laborales, a sabiendas de que les iba a caer otra minihuelga general. Como diría Mr. Burns: "Uh, mira cómo tiemblo!". Así que lo dejo por imposible y no volveré a insistir sobre este asunto. Además, y siendo realista, no me imagino yo a la actual clase trabajadora española parando un sector industrial por tiempo indefinido como aquellos aguerridos mineros ingleses que le plantaron cara a la señora Thatcher en los ochenta. Y que acabaron perdiendo, ojo, por lo que tampoco descarto que esta idealización de las luchas obreras sean cosas mías de la vejez.

En cualquier caso va a ser cierto el dicho de que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Basta una convocatoria de huelga para que la clase política y los medios a su servicio se lancen en tropel a pedir una ley que regule ese derecho constitucional. Curiosamente son los menos partidarios de la huelga quienes más fervientemente defienden la necesidad de una ley, por lo que no hay que ser muy listo para deducir el enfoque que pretenderán darle aprovechando sus mayorías parlamentarias. Cuando a mi juicio es muy poca la regulación que necesita la huelga: los obreros paran y los patronos pierden dinero. Ese es el esquema que se viene repitiendo desde el siglo XIX y que, con mayor o menor fortuna, ha conseguido para los trabajadores los derechos que ahora se les racanean.

Pero bueno, se quejan los patronos y sus voceros de la actitud violenta de los piquetes, que amenazan y hasta agreden a los honrados asalariados que desean ejercer su derecho a trabajar. Y, mal que nos pese, no les falta razón. Si se limitaran a una función puramente informativa la labor de los piquetes sería innecesaria: está claro que cualquier trabajador está perfectamente informado de la existencia de una huelga y de su derecho a parar; y si no, tiempo han tenido antes los sindicatos para hacerlo. Salvo que piensen que esos trabajadores a los que dicen representar son todos menores de edad o memos profundos y no se enteran de las cosas (algo que alguna vez se me ha podido pasar por la cabeza a la vista de su comportamiento ante las urnas). Por tanto, para evitar malentendidos, los días de huelga los piquetes deberían desaparecer de las calles. O, mejor aún, limitarse a tomar buena nota de quienes van a trabajar para en lo sucesivo retirarles el saludo y aislarles socialmente. Que la clase obrera española sí que va a ir al paraíso por la facilidad con que olvida y perdona comportamientos insolidarios. Total, todos somos compañeros y no le vamos a hacer el feo al esquirol de no contar con él para la cervecita de los viernes; obviamente en el bar de siempre, aunque abriera el día de la huelga.

Y se supone que, si los sindicatos renuncian a la coacción, los patronos por su parte desistirán también por ley de tomar represalias sobre quienes vayan a la huelga. Y por supuesto que a todos se les llenará la boca con apelaciones al respeto a la Constitución y los derechos en ella reconocidos. Pero por este lado las cosas no son tan sencillas. Y es que, aunque no se despida al trabajador de inmediato, la precariedad de los contratos laborales y la facilidad para finiquitarlos que precisamente permite la reforma contra la que se hace la huelga, favorece que la venganza se pueda degustar más tarde y con todos los visos de legalidad, aprovechando la finalización del contrato o un ajuste de plantilla. Eso explica el interés de la derecha por una ley de la huelga, y por qué hay que oponerse a cualquier regulación en ese sentido mientras no cambie la legislación laboral vigente.

Aunque si hay algo a lo que debemos oponernos con todas nuestras fuerzas es a que en la futura ley de huelga se cuele esa solemne estupidez llamada servicios mínimos. Cuándo nos volvimos tan cretinos como para aceptar que en una huelga los trabajadores se comprometan a respetar unos turnos de trabajo? Y además en sectores estratégicos para asegurar el éxito de cualquier paro general como el transporte público! Porque, aunque intenten convencernos de lo contrario, si se quedan los autobuses en las cocheras no se conculca ningún derecho, que quien quiera ir a trabajar puede hacerlo a pié o en su vehículo particular. Sólo hay tres servicios esenciales que deberían respetarse un día de huelga, y son policía, bomberos y urgencias hospitalarias. Los demás son totalmente innecesarios, y la prueba es que muchos de ellos cierran por vacaciones. Y sin embargo ahí estamos, aceptando servicios mínimos en bibliotecas o comedores escolares porque así lo ha acordado la delegación del gobierno. Nos merecemos o no todos los palos que nos den?


Ralph Robles - Come and get it (1969)

domingo, 25 de marzo de 2012

Últimos conciertos

Pues aprovechando que estos días no hay nada de interés que comentar, ni elecciones, ni huelgas, ni cosa que se les parezca, les voy a contar los últimos conciertos en los que hemos estado y que nos han gustado mucho. Empezamos por el de Françoiz Breut, una cantante a la que siempre es un placer volver a escuchar y de la que no nos hemos perdido un concierto de los varios que ha dado ya en Sevilla, desde aquel primero y lejano en el Fun Club en el que todavía venía como novia de Dominique A. Y no es sólo porque sea francesa y monísima, que tratándose de cantantes pop son dos virtudes muy a tener en cuenta, sino también por su talento como compositora, por tener una voz preciosa y por cómo dosifica la inocencia y el descaro en escena. Por cierto que la actuación tuvo lugar en la Sala Chicarreros de Cajasol, de tan grato recuerdo por haber albergado durante años el añorado ciclo de jazz "Rising Stars". Y es una lástima que no se use más porque tiene unas condiciones excepcionales para estos espectáculos de pequeño formato. Es indignante que con los problemas que tienen los promotores privados para programar espectáculos en la ciudad por la falta de escenarios apropiados no se pongan a su disposición espacios como éste o como la abandonada sala Apolo. A ver si los catalanes compran de una vez Cajasol o Cajacívica o como se llame y rescatan para la cultura todo ese patrimonio desaprovechado.

Pero bueno, tampoco le vamos a dar mucha caña en esta ocasión a la banca de los mil nombres, que al menos sigue manteniendo en uso y prestando para eventos como el FeMÁS el antiguo Teatro Álvarez Quintero, hoy Centro Cultural Cajasol. Allí asistimos el pasado domingo al estreno mundial de la versión que del oratorio "Il Martirio di Santa Teodosia" de Scarlatti presentaba el ensemble instrumental aragonés Al Ayre Español junto a algunas de las mejores voces solistas del panorama actual. Creo innecesario contarles que fue una maravilla, y que la soprano María Espada consiguió ponernos la piel de gallina con las desgarradoras invocaciones de la santa al martirio:

   Ecco il petto, ecco il seno,
   sù con empio furore
   lacerate, ferite, eccovi il core.


Por eso llamaba la atención que no se hubieran vendido todas las entradas, y eso que estaban a 10 y 15 euros. Porque el Teatro de la Maestranza se llena estos días con una ópera de Donizetti cobrando 96 euros por una entrada de patio y 40 por las de gallinero. Y no es que quiera hacer comparaciones, pero estos oratorios se compusieron en parte para paliar la demanda de obras operísticas del público italiano, privado de ellas por una absurda prohibición papal. En fin, allá ellos.

Finalmente y dentro también del FeMÁS, el jueves estuvimos en la maravillosa iglesia barroca del convento de Santa Paula en uno de los conciertos más interesantes de la temporada. Y fue el del conjunto vocal noruego Nordic Voices que interpretaba una selección de las Lamentaciones de Jeremías de Tomás Luís de Victoria, alternándola con obras de autores contemporáneos. Y eso que puede sonar a marcianadas metidas con calzador en un programa de polifonía renacentista resultó que funcionaba, y de qué modo. Y no lo digo sólo yo, que tengo debilidad por las rarezas y no sirvo de referencia, sino el público asistente, gente de mediana edad, muy normales; los habituales de la música antigua, vaya, a los que la propuesta también les encantó. Y es cierto que todas las piezas modernas interpretadas compartían ese tono litúrgico con la obra de Victoria, pero también que desde el punto de vista formal tenían bastante complejidad y no eran nada amables; por ejemplo, las dos de Lasse Thoresen incluían sobretonos, al modo del khoomei de los mongoles. Lo cual confirma mi teoría, ya expuesta en alguna otra parte, de que la música contemporánea, si es de calidad y no un pestiño conceptual, llega perfectamente a un público con un mínimo de sensibilidad y educación musical. Y por eso son tan útiles estos programas en los que las obras difíciles, como la píldora de la canción de Mary Poppins, se presentan para su deglución acompañadas del azúcar de unas músicas ya conocidas. Por cierto que al concierto también asistieron, tras la reja de su clausura como dios manda, las monjas jerónimas del convento, casi todas de tonos de piel exóticos, a las que espero que también les gustase. A ver si les da por renovar de una vez el plúmbeo repertorio ochocentista de los coros monacales sevillanos, que ya va siendo hora.

Y mañana lunes Low en el Teatro Central. Quien se queja es porque quiere.


Françoiz Breut - 2013 (2008)

lunes, 19 de marzo de 2012

Don Marcelino y las Cortes

Hay libros a los que uno vuelve regularmente aunque el peso de los por leer amenace cada vez más con hundir la estantería. En mi caso, uno de estos clásicos de cabecera es la Historia de los Heterodoxos Españoles de Don Marcelino Menéndez Pelayo. La obra cumbre del pensamiento reaccionario español alberga en sus páginas tanta erudición y un castellano tan bello que sus diatribas contra todos los principios que solemos defender se leen paradójicamente con un enorme placer. Por razones obvias he vuelto a releer (y no es un pleonasmo) el capítulo que Don Marcelino dedica a las Cortes de Cádiz, institución por la que no mostraba ningún aprecio. Vean si no lo que decía de ellas:

Tal fue la obra de aquellas Cortes, ensalzadas hasta hoy con pasión harta, y aún más dignas de acre censura que por lo que hicieron y consintieron, por los efectos próximos y remotos de lo uno y de lo otro. Fruto de todas las tendencias desorganizadoras del siglo XVIII, en ella fermentó, reduciéndose a leyes, el espíritu de la Enciclopedia y del Contrato social. Herederas de todas las tradiciones del antiguo regalismo jansenista, acabado de corromper y malear por la levadura volteriana, llevaron hasta el más ciego furor y ensañamiento la hostilidad contra la Iglesia, persiguiéndola en sus ministros y atropellándola en su inmunidad. Vuelta la espalda a las antiguas leyes españolas y desconociendo en absoluto el valor del elemento histórico y tradicional, fantasearon, quizá con generosas intenciones, una Constitución abstracta e inaplicable, que el más leve viento había de derribar. Ciegos y sordos al querer y al sentir del pueblo que decían representar, tuvieron por mejor, en su soberbia de utopistas e ideólogos solitarios, entronizar el ídolo de sus vagas lecturas y quiméricas meditaciones que insistir en los vestigios de los pasados, y tomar luz y guía en la conciencia nacional. Huyeron sistemáticamente de lo antiguo, fabricaron alcázares en el viento, y si algo de su obra quedó, no fue ciertamente la parte positiva y constituyente, sino las ruinas que en torno de ella amontonaron. Gracias a aquellas reformas quedó España dividida en dos bandos iracundos e irreconciliables: llegó en alas de la imprenta libre, hasta los últimos confines de la Península, la voz de sedición contra el orden sobrenatural lanzada por los enciclopedistas franceses, dieron calor y fomento el periodismo y las sociedades secretas a todo linaje de ruines ambiciones y osado charlatanismo de histriones y sofistas; fuese anulando por días el criterio moral y creciendo el indiferentismo religioso y, a la larga, perdido en la lucha el prestigio del trono, socavado de mil maneras el orden religioso, constituidas y fundadas las agrupaciones políticas no en principios, que generalmente no tenían, sino en odios y venganzas o en intereses y miedos, llenas las cabezas de viento y los corazones de saña, comenzó esa interminable tela de acciones y de reacciones de anarquías y dictaduras, que llena la torpe y miserable historia de España en el siglo XIX.

Y aunque se esté en absoluto desacuerdo con la opinión de Don Marcelino, hay que recordar que éste ha sido el ideario de las derechas españolas durante la mayor parte de su historia, por mucho que ahora Don Mariano, cual un Don Hilarión caletero, se pasee del brazo de la Teófila y la Soraya por la calle Ancha cantando himnos constitucionalistas. Y ya que el Bicentenario se va a celebrar sin las infraestructuras modernizadoras prometidas, convertido tan sólo en una parodia del desfile pueblerino de Bienvenido Mister Marshall con las flamencas mudadas en piconeras, habría sido el momento ideal para abrir el gran debate público, permanentemente postergado, sobre la identidad nacional, sus símbolos, sus instituciones, sus valores y su futuro. Al menos habría salido barato. Bueno, pues ni eso.


Bob Callaghan - The Flamenco Moog (1973)

martes, 13 de marzo de 2012

FeMÀS

Conociendo cómo funcionan las cosas de la cultura en Sevilla, que un festival de música lleve casi 30 ediciones ininterrumpidas sin haber variado un ápice su línea inicial de rigor y calidad es tan inusual que merece que le dediquemos una entrada. El Festival de Música Antigua de Sevilla es en mi opinión el más prestigioso de los que se celebran en esta ciudad, ya que es el único que ha conseguido traer a todas las grandes figuras de su género sin excepción, y eso contando con un presupuesto que oscila de una edición a otra entre lo paupérrimo y lo asfixiante. Afortunadamente las estrellas de la música antigua son gente sensata que ni cobran cachés desorbitados ni van de divas por la vida. De hecho suelen ser bastante asequibles e incluso humildes; y quien pasara la vergüenza en la pasada edición de ver al mismísimo Jordi Savall sacando personalmente sillas al escenario del Centro Cajasol para colocar al público de más que se había colado por la ineptitud de los organizadores sabe a qué me refiero. Por cierto que el actual director del ciclo, Fahmi Alqhai, puede añadir a su ya amplio curriculum el dudoso mérito de haber sido alumno mío, habiendo tenido además el excelente gusto de no engrosar el congestionado gremio de dentistas y dedicarse a tocar la viola da gamba, instrumento del que es gran virtuoso. Este curso tengo otro niño artista en la clase pero éste exhibe sus facultades canoras en el programa "Se llama copla" de Canal Sur. La especie, que va degenerando.

Bueno, pues el pasado sábado estuvimos en el convento de Santa Clara en el concierto de Dominique Visse y el clavecinista brasileño Nicolau de Figueiredo y fue una cosa memorable. Visse, fundador y director del prestigioso Ensemble Clement Janequin, es uno de los mejores contratenores de nuestro tiempo; y aunque puede que ya no posea las cualidades vocales de su mocedad, como insinuaba algún crítico pijotero, los años le han dotado a cambio de un insuperable dominio de la técnica y una espectacular forma de interpretar. Únase a ello su singular figura, que podríamos describir como el producto del encuentro en un teletransportador de materia averiado de Bill Murray con Thijs van Leer (para las jóvenes generaciones, el teclista y flautista del grupo de rock progresivo holandés Focus que acabó en los ochenta tocando en la banda de Miguel Ríos). Tan estrafalario aspecto contribuye a acentuar su vis teatral, algo que se pudo apreciar sobre todo en canciones burlescas como La vecchia innamorata de Biaggio Marini; y de hecho pienso que cuando se retire podría ganarse la vida fácilmente como clown.

El recital tenía como protagonista a Purcell, y de él se interpretaron varias obras, pero también de algunos compositores italianos desconocidos para mí. Y en eso radica gran parte del aliciente de los conciertos de música antigua: en el descubrimiento de nuevas obras y autores, tan amplio y tan ignoto es el territorio a explorar. Así el sábado descubrí a Giovanni Felice Sances, un autor muy influenciado por Monteverdi, y a Barbara Strozzi, una de las escasas mujeres compositoras del periodo, del mismo modo que conciertos de años anteriores me hicieron conocer a Schütz, Buxtehude o Schein. Y todo ello me lleva a reflexionar sobre la ignorancia, cuando no directamente el desprecio, del público habitual de música clásica (el abonado del Maestranza, para entendernos) respecto a cualquier obra o compositor anteriores al siglo XVIII. Y pienso que es sobre todo el miedo a lo nuevo (aunque sea más viejo que lo que suelen escuchar), a encontrarse con algo que les pueda sorprender y sacarles de sus casillas sonoras. Cuando para otros ése es precisamente el atractivo de la música antigua, su tremenda y paradójica modernidad. Una parte no menor del repertorio son canciones o piezas instrumentales cortas, de ritmos vivos y estructuras sencillas; todo muy pop. Quizás podrían utilizarse esas piezas ligeras para infundir en los niños el interés por la música del pasado. Sería además el abordaje teórico más lógico, ir sumando de lo más antiguo a lo contemporáneo; no empezar a enseñar música con Falla simplemente porque era andaluz y amigo de García Lorca. Todo eso suponiendo que en estos días se enseñe música en los colegios, que no lo tengo yo tan claro.


Deller Consort & The King's Musick. Henry Purcell: "Your Hay it is Mow'd " (de King Arthur, 1691)

viernes, 9 de marzo de 2012

Peatonalizaciones

Peatonalizar una calle es algo muy sencillo y barato. Basta con poner sendas señales en sus entradas prohibiendo el tránsito de vehículos. Y ya está. Y al que no cumpla lo señalado se le pone una multa de esas que dejan recuerdos imborrables. Y por supuesto no se le levanta ni aunque su cuñado toque la corneta en la banda de la policía municipal, que todos sabemos cómo funcionan aquí estas cosas. Se me puede objetar que la necesidad de mantener una vigilancia permanente sobre la calle para evitar infracciones puede resultar a la larga más cara, pero yo no lo creo. Si se sanciona inflexiblemente cada vez que un ciudadano sea sorprendido infringiendo la norma el miedo hará el resto y no será necesario apostar centinelas todo el día al acecho. De todos modos, si no nos fiamos del apego a las leyes de los conductores o de la honestidad de quienes les vigilan, siempre podemos colocar un obstáculo en mitad de la calzada en forma de pivote, marmolillo o macetero; verán cómo esa calle queda peatonalizada ipso facto. En el caso de que no se quiera esa solución definitiva por razón de permitir el paso de vehículos de emergencia, transporte público o residentes, siempre se puede hacer que ese obstáculo sea retráctil y se esconda al activarse el correspondiente mecanismo. Saldrá un poco más caro pero es un gasto razonable. Como se ve, es todo es muy simple.

Por eso no sé entiende por qué cada vez que un Ayuntamiento quiere peatonalizar una calle lo primero que hace es enlosar con baldosas carísimas la calzada y las aceras. Y, ya de paso, también dos o tres manzanas alrededor, digo yo que para aprovechar algún descuento de 3x1 en la fábrica de losetas (que suele ser propiedad de un pariente emprendedor del alcalde o el concejal de urbanismo, pero esa es otra cuestión). Además, el enlosado porcelánico o pizarroso viene siempre avalado por el informe de un arquitecto prestigioso, alemán o catalán, que lleva un jersey negro de cuello vuelto hasta en verano y que, a efectos presupuestarios, también se lleva una pasta por echarle una firma al proyecto y dejarse hacer fotos con el alcalde. Añadan al sobrecoste en diseño y materiales el tiempo y el personal empleados, y entenderán esas astronómicas cifras de endeudamiento municipal de aquellos años de vino y rosas que ahora desde el gobierno nos echan a cara a quienes no hicimos otra cosa que sufrir las inacabables obras.

Y siendo catastrófico el resultado en lo económico, no lo es menos en lo estético. Primeramente por lo que ya hemos comentado: lo que llaman peatonalización es en la mayoría de los casos una simple restricción parcial a la circulación de vehículos particulares. Quiere decir que por la calle falsamente peatonalizada siguen pasando autobuses, taxis, residentes y hasta furgonetas de reparto. Por lo cual, y ahora sí, o se planta allí un guardia a todas horas que impida el paso a los vehículos no autorizados o aquello acaba convirtiéndose en un coladero. En cualquier caso, tengan salvoconducto o pasen de matute, la consecuencia inevitable de tanto tráfico rodado es la rotura de las valiosas losetitas que, obviamente, no estaban diseñadas para soportar semejante agresión, y que hay que estar constantemente reponiendo. Incluso si no se rompen, el roce de las ruedas las va cubriendo poco a poco de una pátina churretosa de mugre grasienta que no se quita con nada y que crea unos contrastes de color preciosos al atardecer. Y es que desde la revolución industrial se sabe que los únicos pavimentos apropiados para resistir el paso constante de vehículos son el adoquín, el macadán, el asfalto y el hormigón; y pare usted de contar. Pero por encima de todo, estos pavimentos de fantasía atentan contra la imagen y la personalidad de los cascos históricos de las ciudades, igualándolos a todos en la hortera uniformidad de los paseos marítimos de los pueblos de veraneo. Que, no lo duden ni por un momento, son el no va más en diseño urbano y el modelo a imitar para los antropoides elegidos por sufragio que deciden sobre estas cuestiones.

Y fíjense que en todo el post no he expuesto el nombre de ninguno de ellos a la vergüenza pública, ni siquiera el de las ciudades víctimas de su grosería. Será que me hago viejo.


Oriol Tramvia - Bestia (1975)

domingo, 4 de marzo de 2012

Malaspina en el Botánico

Me quedaba una última visita por comentar de nuestro viaje a Madrid y es la que siempre hacemos al Jardín Botánico, del que somos socios benefactores. La época no era la mejor porque el invierno y la sequía habían hecho bien su trabajo y, salvo las coníferas y algún otro árbol de hoja perenne, la sensación general era bastante mustia. El primero al que se le ocurrió comparar la ausencia de algo importante con un jardín sin flores fue un maldito genio; el resto somos todos unos copiones sin imaginación. Les adjunto una foto en la que se puede ver a la izquierda al gran olmo del Cáucaso, que con sus cuarenta metros es el árbol más alto del Jardín, mostrando sus ramas desnudas. El ciprés parece de mayor estatura pero es un efecto de perspectiva por estar en una terraza superior. Sin embargo es más viejo, ya que se calcula que fue plantado hará unos 240 años, por la época en la que se fundó el Botánico. Y ahí lo tienen al tío, hecho un pimpollo.
También nos llamó la atención que las únicas plantas que en tan gélido febrero mostraban brotes verdes en sus ramas fueran los bonsáis que regalara el ex-presidente González. Yo pienso que tiene que ver con las deformaciones a que son sometidos para mantenerlos en ese forzado enanismo, que de algún modo deben alterar también sus ciclos biológicos, pero seguro que cualquier tertuliano de las ondas casposas encontraría alguna explicación más chistosa y ocurrente.

Si a pesar de todo les da por visitar el Jardín, en el pabellón Villanueva hay una exposición sobre las expediciones científicas de la marina española que me atrevo a recomendarles sólo en el caso de que, como a mí, les gusten las maquetas de barcos, las cartas navales, las encomiendas, los mapas antiguos, los instrumentos de navegación, los herbarios, los animales disecados y los especímenes conservados en formol. El grueso de la muestra se basa en los materiales traídos por los barcos de la expedición que, a las órdenes de Alejandro Malaspina, recorrió los siete mares entre 1789 a 1794 recopilando datos geográficos, científicos y políticos. Por eso son todos fondos cedidos por organismos oficiales como el Museo de Ciencias Naturales, la Biblioteca Nacional, el Museo Naval o el Observatorio de la Armada de San Fernando. En ese sentido es una exposición que nos ha salido barata al erario público. La visita sigue con una segunda parte dedicada a las expediciones oceanográficas españolas de los últimos años, pero ésta pueden saltársela porque es el consabido despliegue sin arte ni gusto de paneles, gráficos y vídeos sobre un tema que se habría entendido mucho mejor editando un folleto explicativo. Y aunque la primera impresión sea la de otro caso de propaganda gubernamental innecesaria, podría resultar también ser, y así lo creo yo ahora, un grito de auxilio. Hay que recordar que el Botánico es un organismo del CSIC y que los botarates que salieron elegidos por las urnas consideran la inversión en proyectos científicos como muy prescindible. Quizás el discurso implícito en la exposición sea que, aunque en precarias condiciones, la investigación oceanográfica sigue viva en España, pero que la Historia demuestra que la ciencia sólo progresa cuando hay gobernantes ilustrados que apuestan por ella.

Y cuenta la Historia que, al regresar a España después de su largo periplo, Malaspina se marcó el objetivo de inventariar y catalogar todas las muestras, observaciones científicas y documentos que había recogido, con el fin de redactar una relación completa del viaje, trabajo que él calculó que le llevaría su buena decena de años. Pero quien se sentaba entonces en el trono no era el ilustrado Carlos III que financió la expedición, sino su hijo Carlos IV. Unos imprudentes aunque certeros comentarios sobre el favorito Godoy hicieron que se le acusara de conspiración y acabó encerrado en el Castillo de San Antón, en la Coruña, del que sólo salió años seis años después y en dirección al exilio. Como consecuencia, los valiosísimos materiales científicos recogidos por su expedición permanecieron casi un siglo sin estudiarse, habiéndose perdido para entonces gran parte de ellos.


Spring vs. Pez - Puerto Habana (1996)