Como todos ustedes sabrán, este año los juegos olímpicos de
verano se celebran en Londres, lo que supondrá un importante aporte de ingresos
a las exhaustas arcas de la capital. Pero las olimpiadas duran apenas quince
días y los comerciantes de la City han tenido que buscar otros incentivos para
atraer turistas a la ciudad el resto del año. Además del lamentable espectáculo
de las exposiciones farfolleras de la que ya les he hablado, hay un evento,
bastante absurdo por cierto, con el que los londinenses confían en hacer una
caja que compense pasadas y futuras épocas de vacas flacas. Me refiero al
Diamond Jubilee, las bodas de diamante de Isabel II con el trono. Obviamente no
lleva 75 años reinando, sólo 60, que no son pocos. Pero en tiempos de la reina
Victoria se pensó que, por muy longevos que fueran, y las mujeres de la casa vaya
si lo son, ningún monarca iba a llegar a ocupar el cargo durante 75 años. Y por
no privar a los súbditos de una buena celebración real, a las que tan
aficionados son, se decidió por decreto que en ciñendo la corona durante seis
décadas el soberano se habría ganado el derecho a celebrar su Diamond Jubilee. Y
por todo lo alto, que para los británicos monarquía y espectáculo son
sinónimos. De hecho ya han empezado a vender el merchandising.
Nosotros, que somos muy fans de la señora Windsor, hemos
adquirido una lata de té conmemorativa, que acompañará orgullosa en la alacena
a la que ya poseíamos del Golden Jubilee del 2002. Por cierto que la compramos
en Fortnum & Mason, una de nuestras tiendas favoritas de Londres. Y si
desean saber las razones de tal debilidad, dense una vuelta por la sección de
cestas de picnic y me cuentan. La sección de alimentación también es muy de
destacar, y hasta el mismísimo Dickens exigía que el jamón cocido y el Yorkshire
pie se los trajeran de allí, según supimos por una lista de la compra autógrafa
que se exhibe en la exposición que sobre el autor se celebra estos días en el
Museum of London. Y es que el buen gusto sobrevive al paso del tiempo.
Volviendo a los Windsor, imagino que su jefe de relaciones
públicas debe estar estos días recibiendo ofertas millonarias de la rama
borbónica española para ver si consigue sacarles de los embolados en que ellos
solitos se han metido. Porque hay que ser un genio en lo suyo para, por
ejemplo, haber convertido en objeto de culto a un personaje tan lamentable como
Diana Spencer, de la que precisamente en estos días se ha inaugurado una
exposición en Kensington Palace tras la restauración a que ha sido sometido
para servir como futura residencia del príncipe William. Y es que los mayores
escándalos que ha tenido que soportar la reina Isabel en los últimos tiempos,
declaraciones de su esposo aparte, han venido sobre todo de los matrimonios de
sus hijos con plebeyas. Y ojo que no creo que toda la culpa recaiga en las
pobres chicas, que bastante quina tragaron con los incalificables
comportamientos de sus principescos consortes antes de liarla parda. Pero a eso me
vengo a referir: todo se habría evitado de haber consultado antes en el
Gotha la disponibilidad de princesas profesionales en edad casadera; las
cuales, educadas en la disciplina cortesana y al tanto de los hábitos
matrimoniales de las realezas, habrían mantenido una actitud mucho más
comprensiva y discreta frente a las barraganadas de sus maridos. Y precisamente
en España tenemos el mejor ejemplo de lo que digo: la reina Sofía, una
auténtica Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg de las de toda la vida. Me
la van a comparar con una vulgar Ortiz, por muy Rocasolano que sea...
Porque además estas bodas populacheras no contribuyen a
acercar a la realeza al pueblo, como piensan sus valedores, sino que por el
contrario debilitan más aún los borrosos argumentos en los que se sustenta en
nuestros días la institución monárquica, la pureza de la sangre transmitida de
generación en generación, ya que diluyen el precioso fluido hasta extremos
homeopáticos. Más nucleótidos del ADN de Don Pelayo corren por la sangre de cualquiera
de ustedes que por la de quienes presumen de legitimidad histórica. Precisamente
hablaba el otro día con Monsieur Alcancero (que en previas encarnaciones
blogueras se hacía llamar Jacobine y Robespierre, por lo que pueden deducir que
mucha debilidad por la realeza no siente) de lo fortuito del acceso al trono del rey Juan Carlos, habiendo
sido necesaria una conjunción de sucesos tan extravagante (accidentes,
matrimonios morganáticos, abdicaciones...) que más que por derecho dinástico se diría que reinara por haber ganado el cargo en un lotería. Con todo, a mi
juicio, lo más peliagudo de este asunto es precisamente el haber quebrantado la
tan sagrada línea hereditaria, saltando por encima de su propio padre a quien en derecho
correspondía la corona como legítimo heredero y
jefe de la casa real española. Vale que en 1977 Juan de Borbón abdicara
de sus derechos dinásticos, pero esa renuncia implicaba que durante dos años se
había sentado en el trono un rey usurpador. Como ya suponen, estos hechos no
forman parte de la historia oficial ni se enseñan en las escuelas.
Así que mediten sobre ello en esta semana de pan y circo que
han dispuesto para ustedes nuestros amados líderes, que yo me retiro a los
confines del mundo a cultivar el espíritu.
TV Personalities - King and Country (1980)