miércoles, 3 de octubre de 2012

Socialdemocracia

Es cierto que algunos barrios de Estocolmo, construidos en la década de los sesenta, recuerdan a los del antiguo Berlín Oriental. Por sus planteamientos urbanísticos y arquitectónicos racionalistas, sobrios y disciplinados, aunque también supongo que estarán construidos con mejores materiales y partiendo de unos presupuestos más éticos. Pero en esa primera impresión es donde acaban todas las semejanzas. Y sin embargo durante décadas se nos presentaron a las sociedades escandinavas de la guerra fría como estados nominalmente democráticos que mantenían a sus ciudadanos bajo un régimen económico socialista similar al de sus vecinos del Pacto de Varsovia. Para estas fuentes, cuyos herederos son quienes dominan hoy el panorama informativo español, lo más destacable de aquellas sociedades era la insoportable presión impositiva y el control estatal sobre cualquier aspecto de la vida de sus ciudadanos, lo que llevaba a que fueran los países de Europa con una mayor tasa de suicidios y de alcoholismo (aunque esto último, en un país que grava con tan desorbitadas tasas el alcohol, habría de considerarse más bien una bendición para las arcas del estado). Era una visión interesada promovida por aquellos a quienes no convenía que una de las experiencias políticas más fascinantes de la historia contemporánea infectara a otros países. Y a fe mía que lo lograron. 

La experiencia socialdemócrata se extendió por la mayoría de países europeos, sí, pero sin llegar a echar raíces; y si las hubo la marea conservadora de principios de los ochenta acabó por secarlas. Y la crisis del capitalismo del siglo XXI que tanta compañía nos hace la ha derribado hace nada. Y con todas las bendiciones democráticas, que ha sido precisamente el voto de quienes más beneficios sociales obtenían del sistema el que ha le ha asestado la puntilla. En los países escandinavos, aun bajo gobiernos conservadores y con sus muchos defectos, el espíritu socialdemócrata se mantiene por la voluntad de sus ciudadanos. No en balde sus sistemas educativos tienen fama de eficaces y de formar personas con capacidad de razonar; personas, por tanto, más difíciles de engañar. Y no deja de ser curioso que el único país de la zona de influencia escandinava que había renegado de sus principios socialdemócratas para arrojarse en brazos del capitalismo salvaje, Islandia, haya sido también el único de los europeos que, tras un  acto de contrición y la correspondiente penitencia a los charlatanes que les llevaron a la bancarrota, ha vuelto al modelo de planificación económica y hegemonía del sector público. 

En España es nombrar la socialdemocracia y acordarse uno del felipismo, de los hermanos Guerra y del resto de la troupe, y nos entran las arcadas. Pero a día de hoy es la única experiencia política que ha demostrado sobre el terreno que es posible garantizar la igualdad y los derechos sociales manteniendo al tiempo un exquisito respeto a los principios democráticos; lo demás son utopías o experimentos calamitosos. Obviamente quienes contribuyeron al desastre no pueden dirigir la regeneración. Habría que contar con otros políticos y otros partidos. Y con una ciudadanía educada, lo cual me temo que es un problema de más difícil solución. 

Acabo de terminar de leer Pensar el siglo XX, el libro de memorias del historiador Tony Judt, escrito en forma de diálogo con su amigo Timothy Snyder cuando ya estaba gravemente afectado por la esclerosis lateral amiotrófica que le llevaría a la muerte. Que es al mismo tiempo un libro de historia y un manual de pensamiento político, ya que repasan los sucesos, movimientos e ideologías que configuraron el tumultuoso siglo pasado. El último capítulo está dedicado precisamente a la socialdemocracia, y es un análisis lucidísimo de los últimos cincuenta años y las causas que nos han llevado a la presente derrota. No les cito párrafos enteros por falta de espacio pero puede que lo haga en próximos posts.  

Dicho lo cual, y pidiéndoles disculpas por el tono mitinero y demagógico de la entrada, me despido de ustedes por una temporada. Los recortes en personal de la Universidad y mi imprudente costumbre de decirle que sí a todo el que me pide una colaboración en algún proyecto me han preparado un comienzo de curso más que turbulento. Y no me va a quedar demasiado tiempo libre para actualizar el blog, al menos con una cierta regularidad. En el mejor de los casos tendrán los consabidos refritos y trabajos de copia y pega para mantener permeables las líneas. O igual ni eso, ya veremos.


Piero Umiliani - Le Ragazze dell'Arcipelago (Svezia, Inferno e Paradiso BSO, 1968)