Más de un mes sin actualizar. Imperdonable, ya lo sé. Y
tampoco es que haya una razón de peso que lo justifique. Sí, ciertamente estuve
una semana aislado y sin internet, pero precisamente el objetivo del retiro
espiritual era tomar fuerzas para afrontar la última temporada bloguera. También
he estado unos días enfermo, aunque no incapacitado para escribir, por lo que
tampoco es disculpa. Mejor excusa es lo de la astenia primaveral. Durante
muchos años he negado su existencia, y atribuía la sintomatología a efectos
secundarios de los antihistamínicos que me veía obligado a consumir para
combatir las alergias estacionales, pero hace ya años que éstas dejaron de
afligirme con lo que he podido prescindir de tan molestos fármacos; y sin
embargo la apatía, la dificultad de movimientos, la lentitud de pensamiento y
acción, vuelven como un reloj por estas fechas, y suponen un devastador
acompañamiento somático a los síntomas
de mi famosa pereza crónica. Afortunadamente el calor veraniego empieza ya a
agostar las flores polinizadoras con lo que voy saliendo del marasmo. Así que
recupero el buen hábito de la escritura con uno de esos aburridos post
autorreferenciales antes de enfrentarme a tareas de más enjundia. Y es que en
estos días de desidia existencial, cuando me entraba el remordimiento por el
abandono a que tenía sometido al blog, siempre acababa planteándome la misma
pregunta: Qué es lo que hace que una persona con muchas otras obligaciones que
atender pierda el tiempo manteniendo un blog (o lo que diantres sea esto)?
En mi caso, creo que ya lo he dicho, es una manera de sublimar
el eterno deseo de una columna en la prensa o de un programa de radio desde
donde exponer mi visión del mundo. Ahora con la experiencia acumulada reconozco
que el blog tiene otras ventajas: nadie te pide credenciales para abrirlo y
gozas de mucha mayor libertad para decir impertinencias, que es algo que me
gusta. Y obviamente lo hago porque creo que se me da bien lo de escribir, que si albergara la más remota sospecha de que el proyecto en el que estoy
trabajando no tuviera la calidad exigible me retiraría de él. Mi señora no se
cansa de repetir que con mi talento debería escribir un libro, pensando en que
de ese modo su círculo de culturetas empezaría a valorarme. Como a mí se me da
una higa la opinión de sus culturetas y además considero que escribir un libro
es algo mucho más serio que contar cuatro pamplinas cuando se te ocurren,
prefiero dedicar mis energías a mantener este blog en un nivel digno en lugar
de meterme en empresas para las que no creo estar capacitado.
Pero vayamos más allá: qué ganan los blogueros; qué gano yo con
este continuo derroche gratuito de talento? Pues reconocimiento, que no es poco.
Que conste que yo preferiría que me pagaran por ello, pero en no habiendo
empresarios de la comunicación interesados me conformo con el cariño de este
público que tanto me quiere. En sentido literal, puesto que la mayoría de
quienes me leen son amigos. Algunos hasta se pasan por aquí de vez en cuando a
saludar; otros se limitan a reñirme cuando no actualizo con la debida
frecuencia. Y sospecho que alguno más debe de haber oculto por ahí. Así que
para todos ellos, por todos ustedes, vuelvo de nuevo a los ruedos tras mi última
espantada. Qué remedio! Si hasta mis alumnos han decretado un paro académico para que tenga más tiempo libre que dedicar al blog... Qué otra cosa me queda?
Ah, y lo de la buena música, ya saben.