martes, 12 de marzo de 2013

Barcelona

El llamado problema catalán es algo bastante simple y fácil de entender, pues coincide con una aspiración compartida por la mayoría de nosotros: simplemente quieren marcharse de este cochambroso país. ¡A ver quién les va a culpar por ello! Y tampoco nos debería parecer mal que lo quieran hacer por la tremenda, llevándose incluso el paisaje; así se ahorran la saudade del emigrante. Quedaría por arreglar el espinoso tema del reparto de la deuda, claro, que en las separaciones quien se queda el piso carga también con la hipoteca. De todos modos, lo que me resulta sorprendente es la pérdida de ecuanimidad de un pueblo tradicionalmente tan sensato como el catalán, que les lleva a creer que el solo hecho de convertirse en un país de pequeño formato va a provocar que se vuelque sobre ellos el cuerno de la fortuna, como si no tuvieran tanta arte y parte en el problema como los demás. Y que no se hayan percatado de que quienes van a liderar su particular paso del Mar Rojo sean tan sinvergüenzas como los que gestionan los dineros del PER y los ERE en las taifas del sur. Y para muestra, ahí encima tienen el café del Palau de la Música, precioso edificio modernista que da nombre a la más famosa trama de corrupción política catalana de las últimas décadas.

En cualquier caso, y aprovechando que todavía no hay que mostrar pasaportes en el Prat, hace unos días estuvimos en Barcelona y tengo que decir que fuimos acogidos con la hospitalidad y el cariño de siempre. Y como siempre dedicamos gran parte del tiempo a visitar exposiciones de las que paso a darles cuenta, no en balde el propósito de este blog es educativo. Y curiosamente casi todas a las que fuimos tenían a la fotografía como principal motivo. La excepción fue la colección permanente de la Fundación Godia, que no tenía el gusto de conocer y que es una visita muy recomendable. El mecenas, Francisco Godia, era un rico empresario catalán, apasionado del automovilismo (llegó incluso a competir en los años 50 en el mundial de Fórmula I con sus propios vehículos) y con un innegable buen gusto para el arte. Su colección de arte medieval y renacentista, reunida en esos años en que los tesoros de las parroquias rurales eran saqueados con el consentimiento de todos, es de las mejores de España. También tiene algunas obras interesantes del modernismo catalán (Nonell, Rusiñol, Casas...) y una extraordinaria corrida de toros de Solana.

El CaixaForum tenía una exposición siguiendo la moda de las que se suelen hacer últimamente, en las que se mezclan obras de diferentes épocas en busca de un discurso las más de las veces inexistente, aunque en su defensa hay que reconocer que en su mayor parte la propuesta se mantenía con dignidad. El tema era la relación entre pintura y fotografía y la influencia mutua entre ambas bellas artes. Y es cierto que funcionaba muy bien cuando se enfrentaban obras de la época en la que la fotografía daba sus primeros pasos, pero flojeaba al tratar de justificar la inclusión de obras más cercanas en el tiempo. Pero ya digo que en conjunto es una exposición interesante, sobre todo por presentar a pioneros del arte fotográfico menos conocidos (al menos por mí) como Julia Margaret Cameron o Gustave Le Gray. Y también porque nos enfrenta con el fascinante proceso de la gestación de un nuevo arte, que partiendo de la nada y tomando como modelo lo más cercano que tenía, la pintura, en muy pocos años alcanza su máxima madurez creativa. Lo mismo que le sucedió al cine o el cómic.

Y ya que hablamos de CaixaForum una breve reflexión (o digresión). Tanto para la sede de Barcelona como para la de Madrid, las dos que conozco, se aprovecharon edificios industriales en desuso del centro de las ciudades. Para el proyecto de Sevilla, la Junta de Andalucía les cedió, sin ningún respeto por la importancia del monumento, las antiguas atarazanas, y además permitió que se le pusiera por montera un diseño estrafalario de uno de los arquitectos áulicos del régimen. Fue providencial que la actual coyuntura económica paralizara el proceso si bien a costa de enviarlo a un edificio de las afueras, herencia envenenada del proceso de fusión con las cajas sevillanas. Ahora parece que se impone la cordura y que con las Atarazanas se va a seguir una restauración más conservadora o arqueológica, poniendo en valor el edificio y rebajando el suelo hasta la cota original alfonsí. Que todo está por ver, dada la conocida incompetencia de quienes administran nuestro patrimonio. En cualquier caso uno entiende y acepta las razones económicas de la Caixa para llevar su proyecto cultural a la torre Pelli, pero es lástima porque en Sevilla hay un gran número edificios singulares en estado de abandono que podrían acogerlo con mayor dignidad si hubiera una mínima voluntad por parte de los políticos del lugar. Y estoy pensando en la Fábrica de Artillería de San Bernardo, sin ir más lejos.

Volviendo a Barcelona vimos también, y más porque pasábamos por allí que por verdadero interés, la exposición monográfica que La Virreina programaba sobre Alberto García-Alix, un fotógrafo que con independencia de sus cualidades formales siempre me ha resultado cargante por su exhibicionismo y su malditismo impostado. Y siguiendo Ramblas abajo, en el Arts Santa Mònica, una exposición colectiva sobre la fotografía en los tiempos de internet, la telefonía móvil y las redes sociales, habitual batiburrillo de propuestas más o menos ingeniosas pero montada con gusto y sentido del espectáculo, por lo que nos resultó entretenida.

Y basta ya de artes plásticas y hablemos de las hosteleras que son las que intuyo que interesan mayormente a la parroquia que lee este blog. Hay que decir que en este viaje no hemos ido en general a restaurantes nuevos, que estamos ya ahítos de tanta fusión inane y de las burbujas gastronómicas de moda. La excepción fue el Tanta, un restaurante de cocina peruana montado por la estrella de los fogones del momento, Gastón Acurio, por el que nuestro anfitrión en Barcelona sentía cierta curiosidad. Y lo cierto es que el sitio es bonito, el servicio agradable y no comimos mal, pero tampoco fue una experiencia como para recordarla mucho tiempo. Por eso nos hizo gracia enterarnos por los periódicos, ya de vuelta en casa, de que al tal Gastón le habían concedido el Premio Mundial de Gastronomía; imaginamos que a partir de ahora reservar allí va ser más complicado. Así que, y aparte de una lamentable experiencia en un restaurante literario al que se empeñó en llevarnos mi señora porque una noche vio allí cenando a Vila Matas, nuestros senderos acababan siempre en casa de comidas caseras, bares tradicionales y tabernas de viejos, éstas últimas indefectiblemente abarrotadas de jóvenes hipsters, y es que por lo visto ahora son tendencia. No les doy nombres porque sólo faltaba que la próxima vez que vaya me las encuentre llenas de modernos sevillanos.


La Coral Cósmica - Rumba Cósmica (1979)