miércoles, 2 de noviembre de 2011

Halloween (reciclado)

Como durante este mes mi mente pensante va a estar dedicada a atender menesteres laborales, y voy a tener muy complicado encontrar tiempo libre para poner por escrito mis sabias reflexiones, voy a hacer lo que suele ser costumbre en estos casos: reciclar materiales. Así que no se sorprendan si en los próximos días aparecen por aquí textos que les suenan de algo. Y como no queremos engañar a nadie avisaremos siempre que suceda. Como hoy, con este post que se publicó en El Conciso hace ahora dos añitos y cuyo mensaje sigue tan vigente como entonces:

Como si no hubiera pocos motivos de queja en este país, la Conferencia Episcopal acaba de manifestar su malestar porque este fin de semana se celebre la fiesta de Halloween, en lugar de la tradicional conmemoración católica del día de los difuntos. Los reverendos prelados consideran, y no les falta razón, que se trata de una costumbre importada, y llevan fatal que se festeje incluso en los colegios, con los niños disfrazados de vampiros o brujas. Sin embargo saltan airados y llaman laicista radical a cualquiera que critique que en esos mismos colegios se obligue a los niños ir a disfrazados de pastores zamoranos para conmemorar el nacimiento de cierta divinidad semítica muy de su agrado. Porque la navidad, como la fiesta de difuntos o el propio cristianismo no son originarios de la península ibérica y fueron también costumbres importadas y sin ninguna solera entre el pueblo celtíbero. Que vaya usted a saber de dónde era originario, dicho sea de paso.

Aunque nos duela, tenemos que reconocer que los habitantes de la península hemos sido poco duchos en la invención de deidades. Si exceptuamos, claro está, los animales totémicos como el toro o el cerdo ibérico, pero esos no cuentan porque estaban aquí antes que nosotros y además los cultos respectivos no eran más que excusas para comérnoslos. Ya los primeros dioses que aparecieron por Gades, la Astarté y el Melkart nos los trajeron los fenicios, que eran un pueblo, como la mayoría de los de esa zona, con mucho arte a la hora de imaginar criaturas celestiales. Al igual que lo fueron los egipcios, los griegos, los celtas, los indios, los mayas... En nuestros días, la mayor factoría de religiones radica en los Estados Unidos, de donde han salido algunas de gran éxito como las de los mormones, los testigos de Jehová o los cienciólogos. Pero en España, salvo sectas disidentes del catolicismo ortodoxo como la del Papa Clemente, no surgen nuevos cultos. Hay, eso sí, muchos orates visionarios, pero les falta arraigo popular y número de seguidores para poder ser incluidos entre los fundadores de religiones.

De todos modos, lo que hacemos muy bien los españoles es integrar todos los cultos extranjeros y darles un empaque castizo del que carecían en origen. Fíjense si no en la que se monta en nuestros pueblos para celebrar el martirio y muerte de la citada divinidad semítica. Vayan ustedes a Palestina, o incluso a Roma, a ver si encuentran trazas de algo similar. Y qué me dicen de la juerga flamenca en la que acaba convertida la mayoría de los cultos dominicales de las iglesias evangelistas. Pues lo mismo ocurre con la fiesta de Halloween. Lo que en origen era una diversión infantil para disfrazarse y pedir caramelos por el vecindario se ha adaptado a las costumbres hispanas y ha acabado siendo algo que aquí todo el mundo puede entender: otro botellón de adolescentes.


Milton Delugg - Mummy

viernes, 28 de octubre de 2011

Breve noticia del Doctor Thebussem

Nacido en Medina Sidonia en 1828, su verdadero nombre fue Mariano Pardo de Figueroa y Serna, aunque bien pronto adoptara en sus escritos el seudónimo de Doctor Thebussem, que no es sino anagrama de “embuste”. Durante su larga vida escribió sobre todo lo divino y lo humano, de arqueología, de historia, de literatura, de gastronomía, de tauromaquia o del servicio postal, una de sus obsesiones con la que a la larga acabó ganándose el nombramiento de Cartero Honorario, con derecho a uso de uniforme y gorra reglamentarios. Escritos que o bien enviaba a los periódicos de la época para su publicación o bien editaba a su costa en cuidadas y cortas ediciones que repartía gratuitamente entre amigos y corresponsales, de ahí el altísimo precio que alcanzan hoy día en el mercado de anticuario. Podía hacerlo porque, al ser mayorazgo de una rica e hidalga familia asidonense, vivía holgadamente de sus rentas sin que haya constancia de que jamás diera un palo al agua. De haber tenido la desgracia de vivir en nuestra época seguramente sería bloguero y fanático de las redes sociales. Fue amigo de Alfonso XII, de Zorrilla, de Valera, de Hartzembusch, y de casi todas las mentes preclaras de su época que, a decir verdad, tampoco eran tantas ni tan preclaras. Aunque partidario de los avances técnicos, en todo lo demás era conservador, y tenía especial inquina a la manía de los ayuntamientos españoles de cambiar el nombre tradicional de las calles por los de próceres más o menos desconocidos; a pesar de lo cual tuvo que soportar en vida la indignidad de que el de Medina Sidonia le homenajeara bautizando a su propia calle como Doctor Thebussem.

Hay una excelente y recomendable biografía escrita por Iñigo Ybarra y publicada por Renacimiento.


Frankie Lane - Flamenco (1952)

miércoles, 19 de octubre de 2011

American Horror Story

Hace ya algún tiempo les conté, desde otra tribuna virtual, mis frustrados intentos por engancharme a alguna serie de televisión moderna desde el primer episodio y no les voy a volver a aburrir con las razones. En aquella ocasión se trataba de The Walking Dead, cuyo episodio piloto había sido elevado por varios de mis conocidos más fiables a la categoría de hito catódico de la nueva era o algo así. Al final resultó ser una sucesión de todos los topicazos propios del cine de zombies. Que en una película se soportan porque dura hora y media, pero condenarse de antemano a aguantar una nadería estirada artificialmente para ocupar trece episodios de una hora me parecía poco inteligente. De modo que la dejé correr. Pero la pasada semana se volvió a montar un revuelo similar en las redes sociales que frecuento por el estreno de una nueva serie de terror que, según quienes habían visto el primer episodio, prometía emoción, sustos y sexo bizarro. Y me pareció una buena ocasión para volver a intentarlo, que el terror clásico (casas encantadas con fantasmas y una dosis moderada de gore) suele gustarme. Y si está bien hecho hasta paso miedo, lo que en mi caso es una escala eficacísima para puntuar las películas del género. Así que una vez más, aprovechando que mi señora se había marchado a visitar a la familia, me encerré en casa, me serví un manhattan muy cargado, bajé las persianas, apagué la luz y me dispuse a que el terror se apoderara de mí. A todo esto, no se si he dicho ya que la serie se llama American Horror Story; y si tienen interés en verla no lean el siguiente párrafo porque es todo él un puro spoiler. Aunque antes, y por el compromiso adquirido con mis lectores, les tengo que advertir de que es malísima y de que no da ni siquiera un poquito de miedo. Y ahora sí, ya pueden descargársela antes de que la ministra Sinde apruebe una nueva ley que lo prohíba más todavía.

Y es que volvemos a lo mismo: encadenamiento de todos los tópicos del género sin importar lo manidos que estén. La serie va de la típica casa endemoniada; y ahí tenemos ya el primer fallo que es de localización: la casa no impone ningún respeto. No digo que tenga que ser la casa de Norman Bates, pero de ahí a vendernos un caserón de ladrillo visto sin ninguna personalidad hay una gradación. La casa, obviamente, tiene una historia truculenta, pues en ella se han cometido en sucesivas épocas horribles crímenes de todo tipo. De hecho el episodio comienza con uno de ellos, para que vayamos entrando en materia. Por esa razón (y no por la crisis inmobiliaria) el caserón se vende a un precio muy por debajo de su valor real de mercado. Lo increíble es que la familia protagonista, que no parece sufrir estrecheces económicas, conociendo la historia va y lo compra! Y eso que se mudan para olvidar una serie de trágicos acontecimientos y superar una crisis matrimonial. Es todo muy absurdo, es como si yo vendiera mi piso y me fuera a vivir al de la familia Carcaño porque nadie lo quiere y me lo venden muy barato. En fin, sigamos: en esta familia hay además una hija problemática e introvertida. Eso siempre es un consuelo, porque si fuera cheerleader o la chica más popular del instituto acabaría degollada en un par de episodios. Lo de la hija conflictiva es otro clásico del género: ésta no es gótica como la de Beetlejuice, pero para demostrar que es muy siniestra nos dice que escucha a... Morrisey! Le ponen a Diamanda Galas y le da un soponcio!

Y seguimos con la dramatis personae. Están también los clásicos freaks, personajes siniestros que se cuelan en la casa para aconsejar a sus habitantes que la abandonen cuando aún están a tiempo, y de paso pegarles unos sustos de muerte. De momento hay dos que están en nómina, una niña con síndrome de Down y un psicópata con media cara quemada que recuerda muchísimo al predicador de Poltergeist II. Por supuesto no puede faltar la siniestra ama de llaves, que ha conocido a todos los anteriores inquilinos del caserón, fue testigo de todas las matanzas y por razones inexplicables aún la siguen contratando. Y como les considero inteligentes y duchos en el género no creo necesario contarles que el ama de llaves en realidad está muerta. Sí, como la de Los Otros. Para rematar el disparate, el paterfamilias, que es psiquiatra, monta la consulta en el saloncito y recibe allí a los tarados con instintos criminales de la vecindad. Ah, y hay muchos flashes. No flashbacks ni flashforwards, no: flashes. Y es que en el sótano, que es el centro diabólico de la casa, las bombillas nunca funcionan ni nadie se preocupa de cambiarlas, por lo que, para que el espectador vea algo, se recurre a flashes, fogonazos de luz que muestran rostros malignos agazapados en la oscuridad. Creo que la primera vez que me hicieron ese truco fue en El Exorcista (1973) y recuerdo que me asustó. El capítulo termina insinuando que en próximas entregas se va a meter con calzador un remake de Rosemary's Baby.

Y con eso creo que se lo he contado casi todo. Añádanle que el director ejerce su oficio como si la toda la historia del séptimo arte se resumiera en las siete películas que hay entre Saw y Saw VII, y se podrán hacer una idea del resto. Así que definitivamente arrojo la toalla y abandono toda esperanza de ver desde el principio una serie que me guste. A partir de ahora sólo haré sufrir a la ministra Sinde descargando largometrajes con copyright, y dejaré a otros el financiar a los piratas que trafican con series televisivas. Y ni siquiera pienso ver las más laureadas como The Wire, Breaking Bad o Mad Men. De esta última he estado viendo algunos capítulos de las últimas temporadas y pienso que los guiones ya no están a la altura de los primeros. Lo que es lógico y natural. Por unos años la gente ha estado convencida de que en los departamentos creativos de HBO y AMC habitaba una generación de genios de inagotable imaginación capaces de sacar al aire una obra maestra cada veinticuatro horas. Y las cosas no son así. Los directores de cine pueden considerarse felices si consiguen rodar una buena película cada dos o tres años, no hablemos de obras maestras. Yo pienso volver por tanto a los humildes orígenes de la televisión, al humor ingenioso y doméstico de las series de toda la vida. Y si algún día sentado delante del televisor me pongo a zapear y me encuentro con algún episodio empezado y cien veces visto de My name is Earl, de Malcolm in the middle o de Alf, me daré por muy satisfecho.


Hot Blood - Terror in the Dance Floor (1976)

jueves, 13 de octubre de 2011

Melancólico rococó

Creo haber comentado en algún otro sitio (suele ocurrir cuando uno ha pasado por tantos medios que se autoplagia y no sabe de dónde) que mi rechazo visceral hacia el teatro español del siglo de oro proviene de la adolescencia, cuando en el colegio me obligaron a leer El Caballero de Olmedo y otros dramones en verso de semejante factura. Porque uno en aquellos años andaba descubriendo cada día autores fascinantes, y se iba a la cama temprano para leer a Lovecraft, a Arthur C. Clarke, a Ursula K. Leguin, a Bradbury, a Huxley, a Cunqueiro, a Perucho, a Graves, a Borges, a Cortázar, a Marx (Groucho, no se confundan)... Y tener que sustituir el placer que me producía su lectura por la pesadez de los empalagosos ripios de los vates castellanos era algo que me sacaba de quicio. Pero no debía de ser todo rebeldía juvenil, porque luego he seguido leyendo con agrado a Rojas, a Quevedo, a Gracián o a Vélez de Guevara, de lo que deduzco que algún sentido literario había desarrollado yo en tan temprana edad y me daba cuenta del truño que nos pretendían colar. Porque, además, en mi precocidad, ya había leído alguna cosa de Shakespeare, y ninguna de nuestras glorias teatrales resistía la comparación. Y ni falta hace haberlo leído para percatarse de ello; sólo hay que fijarse en las adaptaciones cinematográficas que se han hecho de las obras de uno y de los otros.

Y si leer a los clásicos casposos no fuera suficiente castigo, después había que escribir un comentario de textos; cómo los odiaba! Entiéndaseme: había leído a Lope, había cumplido con lo que se esperaba de un bachiller de los de antes de la Logse; a qué perder más tiempo en ello? Que estaba uno deseando tirar por la ventana a los hidalgos, a las sus damas y a sus honras y descender una vez más a las profundidades de R'lyeh, donde el gran Cthulu dormía su sueño de milenios bajo bóvedas cubiertas de verdoso limo. Libros había incluso que, en terminándolos, volvía a empezarlos de nuevo desde la primera página. Y es que la pasión de la lectura en un adolescente es lo más parecido a una adicción: tantos libros por leer, tantos autores por descubrir, y tan poco dinero para financiar el vicio. Pero tenía uno todo el tiempo del mundo por delante. Ahora, ay, eso es lo que más echamos de menos. Ahora, cuando los libros aún por leer amenazan con colapsar las estanterías bajo su peso, el temor es a no poder dar cuenta de ellos y de los que inexorablemente vendrán en lo que nos quede de vida. Por eso leemos tres o cuatro libros a la vez, y a la carrera, para acabarlos cuanto antes y poder empezar otros. Y lo peor de todo es que ya apenas releemos, y cuando lo hacemos es por error, porque habíamos olvidado que ese libro ya lo leímos hace años. Porque esa es otra: la memoria. Que si no me falla, recuerdo que les conté que una de las razones para mantener el blog es precisamente lo mucho que me falla, lo cual es un puro galimatías. Es decir, el blog me sirve para recordar lo que se me ha ocurrido o lo que he hecho. Y también lo que he leído. Así que recuperaremos de vez en cuando el odioso comentario de textos para reseñar algún libro que me haya gustado.

Como éste que les traigo hoy: Melancólico Rococó, del pintor Guillermo Pérez Villalta, editado por la galería Rafael Ortiz en su colección "La cara oculta", dedicada a la obra escrita de artistas plásticos. Libro breve pero enjundioso, que se lee del tirón y que pide relectura. Porque el autor no habla sólo de Watteau, de Fragonard o de Tiepolo, sino que aprovecha la vindicación del rococó, estilo artístico relegado por la crítica moderna a los sótanos de los museos, para hacer un viaje por subgéneros aún menos presentables en sociedad y romper lanzas a favor de esas obras que habituamente sólo merecen calificativos denigrantes como hortera, cursi o kitsch. Todo lo cual no deja de ser una enorme provocación dirigida contra los provocadores profesionales, esos comisarios y artistas que pescan en las revueltas aguas conceptuales. Pero está planteada con tanto rigor, desde el conocimiento de la historia y la consideración del arte como oficio, que aun estando en desacuerdo con algunas de sus afirmaciones más bizarras hay que coincidir con él en muchas de las cosas que defiende. Por ejemplo en su valoración de la época clásica de Walt Disney como una de las cimas del arte del siglo XX. Además el libro está muy bien escrito, expresa ideas claras y, a poco que uno tenga una mínima cultura artística, se entiende perfectamente; un estilo en los antípodas de la huera retórica escolástica que suelen emplear críticos y comisarios. Se echan en falta imágenes de las obras que se citan, algo que obedece al diseño de la colección y de lo que se queja también el propio autor que remite a los lectores a internet. Mi señora publicó una brillante y completa reseña en Diario de Sevilla con motivo de la presentación del libro en la que recogía algunos de los jugosos comentarios del autor. Ya les anticipo que la última frase es antológica.


Klaus Nomi - The Cold Song (1981)

sábado, 1 de octubre de 2011

San Silvio ora pro nobis

Se celebra estos días el décimo aniversario de la muerte de Silvio, ascendido por aclamación a los altares del santoral rockero sevillano y nombrado por no se sabe quién su santo patrono. Y no es que me importe, pero echa uno en falta que durante el proceso de canonización no se haya pronunciado esa figura que nunca faltaba en los de la iglesia católica, al menos hasta no hace mucho, cuando les entró el furor por canonizar en masa y a toda prisa a pontífices retrógrados, fundadores de órdenes religiosas ultramontanas y mártires bajo el terror marxista. Me refiero al abogado del diablo, cuya función era examinar fríamente los hechos aportados por el postulador de la causa, sin dejarse influenciar por el ambiente favorable ni por el fervor de las masas; y exigir pruebas que avalaran las supuestas virtudes del candidato, sacando a la luz si fuese necesario aspectos oscuros de su biografía. Así que voy a arrogarme ese papel, aún asumiendo que soy lego en derecho canónico y que sólo tengo un somero conocimiento de la historia del rock sevillano.

Y a las pruebas me remito: los discos. De todos los que publicó en vida, y aún sumándole los póstumos, sólo sacamos uno bueno, excelente incluso, y el resto un puñado de banalidades situadas en el espectro que va de lo insustancial a lo bochornoso. La obra maestra se llamó "Al Este del Edén" y fue su primer disco, un trabajo perfecto sin que hasta el momento nadie haya sido capaz de explicar por qué. Porque los músicos eran los mismos (o parecidos) a los que grabaron los siguientes álbumes, y ninguno de ellos ha llegado a semejante nivel en ninguna de sus múltiples reencarnaciones. Cierto es que por aquel entonces Silvio mantenía aún una buena voz, pero su contribución creativa, según cuentan testigos presenciales, fue nula o casi inexistente. En cualquier caso ya tenemos un milagro que incorporar al proceso. O no lo es tanto?

Aquí haremos una de esas digresiones que van camino de convertirse en marca de la casa: han notado que la principal características de los grupos sevillanos, al menos durante la edad de oro que establecemos en los sesenta y setenta, es que su primer disco siempre es el mejor, y además con gran diferencia? Hagan un poco de memoria y yo les ayudo con los ejemplos más notables: Smash, Triana, Lole y Manuel, Imán, Veneno... Pareciera como si toda la fuerza creativa de los músicos sevillanos se consumiera en el primer envite y luego no fueran capaces de estar a la altura. Y lo sorprendente es que ese primer disco no es solamente bueno, sino a menudo excepcional, pasmoso, innovador, un soplo de aire fresco con entidad suficiente para pasar a la Historia. Vuelvan ahora sus ojos a la historia de cualquiera de sus grupos favoritos extranjeros y verán que el magnum opus suele aparecer, en la mayoría de los casos, tras una carrera de años, después de haber buscado y perfeccionado su estilo en varias obras menores. Y sin embargo los grupos sevillanos encuentran la perfección a la primera, casi de la nada, y luego vuelven a desvanecen en esa misma nada o siguen produciendo discos mediocres durante el resto de su vida artística. Es un curioso misterio, pero ya digo que en los procesos de santidad nunca faltan los hechos inexplicables.

Volviendo al grano, qué otros méritos se han podido aportar al expediente de canonización de Silvio? Las actuaciones en directo, dirán muchos. Y no dudo que habrá quien las tenga por míticas, pero en mi opinión eran un completo despropósito. Asistí a unas cuantas, y no de las últimas, y en todas tuve la misma impresión: un puñado de músicos sin demasiados escrúpulos que suben al escenario a un señor completamente alcoholizado para que el público se ría a su costa. Una situación bastante desagradable, al menos para mis estándares. Entonces, si de su carrera sólo se salva un disco, si los conciertos provocaban vergüenza ajena, si no hay, en resumen, argumentos musicales que justifiquen su canonización, si además no murió joven ni dejó un cadáver hermoso sino todo lo contrario, qué es lo que nos queda? Las anécdotas. Al final, el mito de Silvio se basa en un puñado de anécdotas, apócrifas las más, de lo que hizo aquel día, lo que se gastó o lo que se bebió; pero sobre todo de lo que dijo: aquella máxima sentenciosa bañada en alcohol y pronunciada copazo de coñac en ristre, la respuesta ingeniosa a un periodista igualmente bebido, algún estribillo repetido con etílica insistencia... Las mismas (o parecidas) anécdotas que podría contar mi abuelo del bizco Pardal o del Marqués de las Cabriolas.

Esos, y no otros, son los méritos que ha encontrado este abogado del diablo. Suficientes, por lo visto, para convertirle en mito y otrogarle en vida la Medalla al Mérito Rockero, una especie de Llave del Cante moderna que se sacó de la manga para hacerse notar cierto personajillo local que ahora va por las televisiones del régimen de valedor de la copla. Y si aquella pantomima descarada contó hasta con el apoyo del Ayuntamiento - siendo cónsules Alejandro Rojas-Marcos y Soledad Becerril - y con el fervor de toda la Sevilla rockera de la época (los documentos lo demuestran) difícil va a ser oponerse en un tribunal formado por siervos de su propia congregación a lo que, desde mi punto de vista, es un error y un dislate. Pero bueno, tampoco me va nada en ello y no voy a ser yo quien en su décimo aniversario les agüe la fiesta a los fieles. Y además: no hicieron santo en León al Genarín, que era como mínimo tan beodo y ni siquiera grabó discos, y ahora tiene hasta procesión el Jueves Santo? Pues entonces, a qué ponernos tiquismiquis?

El abogado del diablo entierra discretamente el sobre lacrado con su informe en las brasas de la estufa de la sala de vistas, pone su firma y rúbrica bajo el nihil obstat del acta de canonización, se cala el bonete, recoge el manteo y sale del tribunal silbando "Marie's the name...". Y aquí paz y después gloria. Todo lo anterior dicho sin ánimo de crear polémica.


Silvio y Luzbel - Al este del Edén (1980)

lunes, 26 de septiembre de 2011

Películas

En la Alquitara también comentaremos cuando toque alguna película que hayamos visto, sea para recomendarla o para advertirles del tiempo que perderían con ella. Lamentablemente las películas de las que hablaremos rara vez coincidirán con la que en ese momento estén en la cartelera. Algunas quizás no habrán llegado y otras, la mayoría de las veces, ya habrán pasado. Y es que las películas (como, por otro lado, los libros o los discos), las veo cuando me llegan. Así que allá cada uno que las busque donde sepa. Obviamente no soy ninguna autoridad en la materia y me limito tan sólo a contar lo que me han parecido. Pero mientras los auténticos expertos (y alguno lo hay que frecuenta este blog con asiduidad) sigan en su cómoda poltrona y no reclamen un lugar en la blogosfera para compartir su sabiduría, alguien tendrá que hacer su trabajo. Paso pues a comentarles un par de peliculitas de las que me he visto en vacaciones.

La primera es "Burke and Hare" (2010), deliciosa comedia y muy británica a pesar de estar dirigida por alguien tan americano como John Landis. Cuenta con bastante rigor histórico, aunque permitiéndose ciertas licencias humorísticas, la historia real de William Burke y William Hare, dos ladrones de tumbas irlandeses en los años de la Regencia que, debido a la escasez de materia prima y para seguir proveyendo de cadáveres las aulas de anatomía de Edimburgo, se convirtieron en famosos asesinos. Lo que demuestra que en la Ciencia los fines, por muy nobles que sean, no siempre justifican los medios. La película es muy entretenida, y está dirigida con buen ritmo. Y además está trufada de sorprendentes cameos, como los de Christopher Lee, el maestro Ray Harrihausen o la familia de Costa Gavras en pleno. Divertida y recomendable.

La otra es "Attemberg" (2010), película griega en la línea de la (en mi opinión) sobrevalorada Canino (2009), con la que mantiene muchos puntos en común, incluyendo la presencia en la producción y como actor de su director, Giorgos Lanthimos. También conectan en la temática, aunque esta película transcurra por las sendas del más estricto naturalismo. No obstante vuelven los característicos personajes femeninos alienados escondidos en su burbuja social, esta vez voluntaria. La directora, Athina Rachel Tsangari, parece haber aprendido muy bien la lección de Lanthimos y le imita en la creación de atmósferas, en el manejo de los actores y hasta en la colocación de las cámaras. Sin embargo en Canino había una historia, sorprendente y novedosa aunque (de nuevo a mi juicio) mal resuelta. Y eso es lo que falla en Attemberg, la historia, reducida a una simple anécdota sin ninguna sustancia. No sé si esta película forma parte de algún “nuevo cine griego”, de cuya existencia no he sido informado, o es sólo una isla en el anchuroso ponto. En cualquier caso su interés es muy limitado, aunque en los créditos iniciales suena una de mis canciones favoritas.


Suicide - Ghost Rider (1977)

jueves, 22 de septiembre de 2011

Un poco de escatología

Y ya basta de tanto arte y de tanta museística y vamos a hablar de cosas importantes. De comida, dirán ustedes. No precisamente, pues la cocina de los Países Bajos no es como para detenerse mucho en ella, y de hecho la opción más sensata para comer allí son los numerosos restaurantes de las antiguas colonias del sureste asiático. Y les iba a recomendar que, si van a viajar a Amsterdam, cenaran en uno de los mejores restaurantes indonesios de toda Europa, el Cilubang, donde tuvimos una de las epifanías gastronómicas más inolvidables de nuestra vida; pero cuando he entrado en su página web para buscar la dirección exacta me he encontrado con la triste noticia de su cierre por la enfermedad (que imaginamos grave) del cocinero. Lo conocimos aquella noche y era un señor indonesio ancianísimo, enjuto como una pasa, que llevaba él solo toda la cocina y además tenía tiempo para salir y explicarles a los comensales el contenido de cada uno de los veintitrés platos que componían el menú degustación. Una pena, y un aliciente menos para volver a Amsterdam. Pero, como les decía, no les voy a hablar de las comidas de los holandeses sino de sus excretas, que a fin de cuentas son la misma cosa aunque con un procesamiento enzimático y bacteriano entre medias.

Las dos veces que he estado en Holanda me he alojado en casas particulares, y en ambas me ha sorprendido la curiosa disposición de las habitaciones destinadas a la higiene corporal y la evacuación. Porque, y esa es la primera diferencia con el modelo mediterráneo, ambas funciones suelen tener asignados cubículos independientes. El retrete a uno y la ducha a otro. Y nada de expansiones, que en un país que tuvo que conquistarle el suelo al mar del norte los metros cuadrados se valoran por encima de todo, y si las funciones fisiológicas se suelen hacer en soledad no hay por qué reservarles más espacio del necesario. Aquí en España también defecamos en solitario pero el cuarto de baño suele ser más amplio y propicio a encuentros entre los habitantes de la casa. Por otro lado (y esto es una digresión) lo realmente característico de las viviendas de nuestro país es esa absurda habitación denominada "cuarto de estar" en la que se apiñan todos los miembros de la familia a comer y ver la televisión, mientras el llamado "salón", siendo mucho más amplio, permanece vacío, con sus estanterías repletas de vajillas de porcelana, preparado siempre para recibir a una visita que nunca llega. Beckett en estado puro.

Otra característica de los retretes holandeses es que la taza tiene en su concavidad un plano horizontal donde caen los excrementos. En España nos interesa deshacernos de ellos cuanto antes, y les facilitamos el hundimiento mediante superficies inclinadas deslizantes, pero allí por lo visto son más partidarios de examinar las heces antes de enviarlas a los colectores, costumbre a la que, de entrada, no hay nada que objetar. El examen visual y olfativo de las deposiciones es parte fundamental de la propedéutica clínica y un arte sutilísimo aunque ya en desuso por culpa de las modernas determinaciones bioquímicas. Y si bien no imagino al holandés medio dotado de los conocimientos médicos necesarios para extraer toda la valiosa información que le ofrecen a simple vista unas deyecciones, al menos es de alabarle el interés por inspeccionar someramente su estado antes de darles el postrero adiós. El inconveniente más destacable de este sistema es que obliga a mantener una molesta cercanía con la materia fecal y sus efluvios mientras dura la sesión. En la casa donde nos alojamos este año el retrete además carecía de extractor de gases (que, por una extraña decisión de los constructores, había sido instalado en el habitáculo de la ducha) lo que hacía más evidente el citado problema. Afortunadamente la dueña de la casa era una hippie a la antigua usanza y tenía gran acopio de varitas de sándalo e incienso, las cuales nos acostumbramos a llevar con nosotros en las diarias visitas al excusado. El día en que además se fundió la bombilla y tuvimos que encender velas para alumbrarnos aquello parecía un santuario doméstico en honor de Venus Cloacina!

Y pasando de lo doméstico a lo público, hemos de señalar también que Amsterdam es una de esas capitales que conserva orgullosa los hermosos urinarios decimonónicos de hierro colado o chapa, práctico regalo de la tercera república francesa a la civilización occidental. Como se aprecia en la foto, la mayoría están apostados a orillas de los canales con lo que no es difícil deducir a dónde vierten sus aguas. No llegué a utilizarlos porque soy más de hacerle el negocio a los bares, pero agradezco a las autoridades su desvelo y buen gusto. En La Haya vimos otros urinarios al aire libre más modernos; y también vimos muchos de aquellos portátiles y como columnas que en las ciudades se reparten por las zonas de ocio los fines de semana para evitar la micción callejera incontrolada. Son una solución, no lo niego, pero su estética deja mucho que desear. Y además me extraña que las feministas holandesas, con lo que mandan, no hayan puesto el grito en el cielo y reclamado para ellas un privilegio similar al que gozan los varones cuando las ganas aprietan.

Los franceses llamaron a sus urinarios vespasiennes, en honor al emperador romano que impuso una tasa a quienes recogían la orina de las letrinas públicas para extraer el amoniaco empleado en la industria textil. A Vespasiano se le atribuye por eso el dicho "pecunia non olet" con el que respondió a su hijo Tito cuando éste le recriminaba la naturaleza inmunda del impuesto. Las vespasiennes de París causaban la admiración de los visitantes, y el mismo Henry Miller, entusiasmado con el invento, la expresó del siguiente modo: "Qué placer debe de dar orinar en plena calle mirando a las hermosas mujeres que pasan!" (cito de Guerrand R.-H.: "Las letrinas. Historia de la higiene urbana", 1985). También, y como suele ocurrir, provocaron el escándalo de las mentes más retrógradas, obligadas a enfrentarse en plena calle con la realidad de esas funciones fisiológicas que tanto les ofenden. Años después de su implantación un escritor de medio pelo, Gabriel Chevallier, aún tuvo un enorme éxito editorial con una novela de tinte satírico llamada "Clochemerle" en la que describía los enfrentamientos en un pueblo de la Francia profunda entre conservadores y progresistas a cuenta del urinario erigido en la plaza. En los setenta se adaptó como serie de televisión, con Peter Ustinov de protagonista, y llegó a pasarse en España. Yo la recuerdo vagamente.


Marty Wilson - Misty Poo (1953)

viernes, 16 de septiembre de 2011

Frans Hals

Los museos de Amsterdam con las colas más largas en la puerta son, por este orden: la casa de Anna Frank, el de figuras de cera de Madame Tussauds y el museo Van Gogh. Y es natural, le dan al público lo que quiere ver y no juegan con él escamoteándole contenidos. Nosotros no entramos en ninguno de ellos por razones obvias pero hay otros museos interesantes en Holanda que merecen una parada. Por ejemplo, el Mauritshuis de La Haya, que nos gustó porque es el típico caserón con los cuadros todos apiñados al modo antiguo. Como la colección Lázaro-Galdiano de Madrid aunque más grande y con mejores fondos. Si tienen interés en visitarlo deben darse prisa porque anunciaban para el próximo año uno de esos cierres parciales para hacer reformas, y ya les he contado lo que eso quiere decir. E imagino que meterse en tantas obras a la vez debe de costarle un ojo de la cara al gobierno holandés, de lo que deduzco que la crisis no está pegando allí tan fuerte como en la cuenca mediterránea. Así que ya saben, si tienen algún dinerillo ahorrado inviértanlo en deuda pública de los Países Bajos. O deposítenlo en alguno de sus bancos que siempre serán más seguros; el ING es el más conocido y el de mayor implantación en nuestro país pero yo preferiría abrir una cuenta en el Rabobank, no sé por qué, quizás porque tiene un nombre más eufónico.

Otro museo que nos encantó fue el Frans Hals Museum de Haarlem, pintoresca villa a diez minutos en tren de Amsterdam que no deberían dejar de visitar si viajan a la capital holandesa. También estaba de obras, cómo no, pero al menos era una cosa discreta que afectaba sólo a un pequeño número de salas. De entrada ya el edificio es un acierto, un antiguo asilo de ancianos del siglo XVII con las salas dispuestas alrededor de un precioso patio central. Lo cual obliga a hacer un recorrido circular por la colección siguiendo un criterio histórico bastante sensato. Obviamente las joyas del museo son los cuadros del pintor que le da nombre, Frans Hals. Y es sorprendente que durante mucho tiempo la crítica le haya considerado un artista menor, un pintor costumbrista especializado en escenas de taberna y retratos de bebedores, a gran distancia en el canon académico del indiscutible maestro Rembrandt. Porque basta hacer ese recorrido por las salas que exponen su obra para percatarse de que estamos ante uno de los grandes genios de la historia de la Pintura. Un artista con una técnica tan personal, una pincelada tan suelta y tan expresiva, que la única comparación posible es con el mismísimo Velázquez. Ya se percataron de ello los impresionistas franceses del XIX, que peregrinaban a Haarlem para pasmarse ante esos dos prodigiosos retratos de grupo de los administradores y las gobernantas del citado asilo de ancianos que pintó a la asombrosa edad de ochenta y dos años y que siguen expuestos en el museo.

Y la comparación con Rembrandt es inevitable, pues los dos hubieron de enfrentarse en numerosas ocasiones a ese género tan típicamente holandés del retrato de grupo: dos formas antagónicas de interpretar un mismo motivo iconográfico. Porque mientras Rembrandt traza el retrato psicológico de los personajes, y los dispone en escena siguiendo una estricta jerarquía social, Frans Hals se recrea en su humanidad, en las disculpables debilidades de ese grupo humano. En la famosa Ronda Nocturna de Rembrandt, por ejemplo, se nos muestra a un grupo de burgueses pomposos, revestidos de todas sus galas, haciendo una ostentación armada de poderío. Una tropa de miles gloriosus que con sus bengalas y sus salvas impresionaría a los pacíficos habitantes de Amsterdam, pero que, ante la perspectiva de tener que combatir a los tercios españoles, correría sin duda a esconderse bajo las faldas de sus mujeres como en La Kermesse Heroica. Por el contrario, en las compañías cívicas que pinta Hals, el aspecto militar es lo de menos y la comida, la bebida y la camaradería lo que realmente importa. Y qué mejor excusa que la defensa de la ciudad y el servicio de las armas para salir de casa por la noche, reunirse con los amigos y dedicarse a banquetear tranquilamente lejos de la mirada inquisitorial de sus calvinistas esposas. El ejercito suizo sigue haciendo algo parecido en sus revistas periódicas de las tropas y les va muy bien.


King Crimson - The Night Watch (1974)

lunes, 12 de septiembre de 2011

Museos

En Amsterdam los museos siempre están de obras. El Rijksmuseum, por ejemplo, ya lo estaba la primera vez que visité la ciudad, allá por el 1992. O igual era otra obra diferente a la de ahora, no lo sé; en cualquier caso el estropicio es el mismo. Porque, claro, para que los cuadros no se les llenen de polvo, ni los arañen los albañiles al pasar con la escalera al hombro, los retiran de las salas y los ponen a buen recaudo, lo que nos parece una medida sensata. Pero no se les ocurre cerrar el museo, porque entonces perderían unos importantes ingresos de taquilla. Así que dejan abiertas unas pocas salas en las que exponen las piezas que ellos, los cuidadores del museo, consideran las joyas de la colección, las obras maestras, los highlights, los cuadros que el turista con poco tiempo quiere ver porque así se lo han dicho. Por supuesto cobrando el mismo precio por el billete, que en Holanda todos los museos son de pago y no precisamente baratos. Y que conste que soy muy partidario de que los museos públicos cobren la entrada, pero esto es vender gato por liebre. Porque uno va a los museos no a pelearse con los turistas por colocarse delante de ese cuadro que aparece en la portada del catálogo y que conocemos de memoria, sino a descubrir cosas nuevas. Esos cuadros raros de pintores semiignotos, casi siempre relegados a un rincón de la sala junto a la puerta, que te atrapan y te dejan queriendo saber más cosas de su autor. Y ese placer es el que se nos escamotea.

Y no piensen que eso es todo, que lo de los museos de arte contemporáneo es aún peor. Por lo visto corre entre sus responsables la idea de que exhibir los fondos que con dinero y dedicación se han ido adquiriendo durante décadas es de viejunos, y que lo moderno es guardar la colección permanente bajo siete llaves y destinar el espacio a artistas emergentes, nuevas tendencias y exhibiciones temporales. De modo que si usted va a un museo holandés de arte contemporáneo buscando las obras de los maestros del siglo XX (Mondriaan, Karel Appel, Van Dongen, De Kooning...) se llevará un enorme chasco pues sólo encontrará instalaciones, pantallas de televisión proyectando videoarte o exposiciones sobre el arte actual de Trinidad-Tobago. Y por supuesto que las novedades deben tener también su espacio para exhibirse, pero para eso se ha creado los "centros de arte contemporáneo", los cuales, liberados de la obligación de mantener una colección permanente, pueden dedicar todo su esfuerzo a programar exposiciones efímeras y de cierto riesgo. No así los museos cuya función es albergar y exhibir en las mejores condiciones las obras que el canon artístico vigente considera valiosas.

Y en esas estábamos, de vuelta en España, convencidos de que los responsables de los museos holandeses eran unos noveleros y unos chuflas, cuando en el spam que suele llegarme de una institución tan costosa y prescindible como la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) me cuentan de un curso de verano que imparten en colaboración con el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo titulado "La colección permanente como exposición temporal". Y no me resisto a copiarles parte de su farragosa presentación, redactada en la jerigonza de los comisarios artísticos, para que vean lo que piensan del visitante asiduo de museos:
Quedan, eso sí, nostálgicos de lo permanente que ven frustradas sus pretensiones de inamovilidad, ya que al visitar el museo un día descubren que ya nada estaba donde solía estar. Frente a ellos y sus quejas, los esfuerzos intelectuales –de diferente calado, según los casos- que obligan a repensar continuamente la colección producen en ocasiones ciertos brillos.
Y tiendo a pensar que, aunque invoquen experiencias pioneras en esa línea de prominentes museos como el MoMA, esta tendencia a esconder las obras de los maestros del siglo XX como si se avergonzaran de ellas no es probable que se consienta tan fácilmente en instituciones cuyo mantenimiento depende de donaciones privadas, mientras que resulta muy fácil de colar a una financiada con fondos públicos, ya que la ignorancia de los responsables políticos de la cosa y de los mismos súbditos les impide percatarse de que se está hurtando al disfrute de los contribuyentes el producto del porcentaje de sus impuestos que se dedica a la adquisición de arte. Y recordemos que, además de la conservación del patrimonio, los museos tienen una función principalmente educativa. No quiero ser agorero pero, a este paso, en unos años una persona interesada podrá ver las obras originales de cualquier pintor del siglo XV o XVII pero, por el capricho ideológico de un puñado de comisarios, no tendrá acceso a las de Max Ernst, Kandinsky o Picasso.

Y ya que hablamos de Picasso, reconózcanme que no hay otros dos versos en la historia del rock que se puedan comparar a los que abren esta canción:
Well, some people try to pick up girls and get called an asshole
This never happened to Pablo Picasso

The Modern Lovers - Pablo Picasso (1976)

jueves, 1 de septiembre de 2011

Amsterdam

Pues ya estamos aquí, queridos lectores, de vuelta a la disciplina laboral y a la obligación de actualizar el blog con cierta regularidad, cosas ambas que, para ser sincero, no me apetecen, que el hábito de la holganza durante todo este tiempo se ha hecho fuerte en mí. En cualquier caso debería, como todo hijo de vecino, comenzar contándoles con todo lujo de detalles y hasta en varias entregas mis vacaciones estivales. Porque este verano nos hemos ido a Amsterdam, una de las grandes capitales europeas que nos faltaba por conocer. Pero no les puedo narrar historias de sórdidos coffee shops ni experiencias con drogas sintéticas. Ni siquiera de cómo es la vida nocturna amsterdanesa. Esta vez nos hemos comportado como un par de abueletes (de lo que, al menos yo, no me hallo tan lejos), levantándonos con el sol y acostándonos con las gallinas. Que, sí, es una perversión aunque no en el sentido que alguno de ustedes pensará; mas también una excelente estrategia para aprovechar el tiempo en vacaciones merced a la cual nos hemos podido patear la ciudad a conciencia. Y fíjense que digo patear, porque no hemos incurrido en la frivolidad de alquilar bicicletas como habría hecho cualquier turista buenrollista. Y es que, cuando se viaja, es conveniente respetar las costumbres de los nativos, pero también dejar muestra de la clase y el señorío que nuestra raza atesora.

Que Amsterdam es ciudad de bicicletas nadie lo ignora. Gracias a la eficaz política de los sucesivos gobiernos municipales, desde hace décadas sus ciudadanos y gran parte de los visitantes utilizan ese medio de transporte, barato y ecológico, para sus desplazamientos. Y es pertinente mencionarlo pues precisamente ahora muchos de nuestros alcaldes andan empeñados, algunos con mayor interés que otros, en convertir a sus ciudades en similares paraísos para el vehículo de dos ruedas. E invierten enormes partidas en mensajes educativos, en crear carriles específicos y hasta en redes pública de bicicletas de alquiler. Vana empresa, pues la Historia enseña que para potenciar el uso de la bicicleta en las ciudades sólo hay dos medios realmente eficaces: mantener a la población en un nivel de pobreza tal que no pueda adquirir vehículos a motor (fue el caso de la antigua República Popular China) o bien limitar drásticamente la circulación de dichos vehículos en la mayor parte del casco urbano. Esto último, junto con una orografía benévola, es lo que explica el éxito de la bicicleta en muchas ciudades centroeuropeas. Y lo que deberían hacer los alcaldes españoles, en lugar de dedicarse a derogar los tímidos intentos en ese sentido de sus predecesores. Y ya saben de quien hablo.

De todos modos, siendo la bicicleta un notorio avance respecto al contaminante y ruidoso automóvil, y su uso generalizado un signo de civilización, no deja de ser un medio de transporte peligroso, no tanto para el jinete como para el indefenso peatón que en estas ciudades donde mandan las dos ruedas se ve expuesto a sus ataques por todos los flancos; y sin contar siquiera con el aviso sonoro que envían los motores de explosión y que en tantas ocasiones evitan el atropello. Además los ciclistas, con la relajación que da la costumbre, tienden a ignorar las normas de circulación y hasta las de convivencia, circulando por donde les place, a velocidades temerarias y sin respeto por sus conciudadanos que, más prudentes o más refinados, optan por ir a pie. Que es el modo en que las personas de orden nos desplazamos por la ciudad.

Que se promueva el uso de la bicicleta, yo no me opongo. Entiendo que hay muchas personas a las que la naturaleza no ha dotado de la coordinación psicomotriz necesaria para caminar con garbo y elegancia y necesitan un vehículo. Pero que no se use ese argumento pretendidamente democratizador para considerar a la bicicleta como el ideal. Un avance, sí, pero siempre un escalón por debajo de la marcha a pie. O alguien ha oído hablar de alguna escuela filosófica cuyos adeptos discutieran silogismos dando vueltas al ágora en bicicleta? Pues entonces!


View - Bike Ride (1993)

viernes, 22 de julio de 2011

Vacaciones!!!

Bueno, pues llegó el momento de tomarse un merecido descanso. Nos vamos unos días de viaje y dudo mucho que encontremos alguna conexión de internet ni menos aún ganas de escribir algo. No obstante y como siempre, iremos atentos y armados de libreta para apuntar temas y situaciones que puedan luego ser desarrolladas en el blog para provecho de sus lectores. Que de momento no son muchos, imagino que los mismos que seguían el Fotolog, si es que alguno no ha desertado aburrido de tanta palabrería. Pocos pero selectos, y algunos incluso nos honran con sus inteligentes comentarios de vez en cuando, lo cual se agradece. Llevamos con el blog dos meses, hemos publicado una docena de posts y poco a poco va adquiriendo una personalidad propia. Confiemos en que después de las vacaciones, al enfrentarnos con las montañas de trabajo que nos esperan, no nos entre la pájara de los ciclistas y mantengamos el mismo ritmo que hasta el momento.

Les dejo un sabio consejo, muy útil para estos días de verano y especialmente indicado para quienes sufren de mal de amores. Pásenlo bien y nos seguimos leyendo a la vuelta.


Anita Lane - The next man that I see (2001)

viernes, 15 de julio de 2011

Imaginación

Hablábamos los últimos días de la falta de imaginación de la industria cultural para enfrentarse a los retos que nos ha traído el nuevo siglo (aunque en su mayoría ya se barruntaran desde hace más tiempo), y cómo sigue enrocada en esa posición indefendible según la cual la práctica totalidad de los habitantes del planeta son enemigos feroces que conspiran para su hundimiento. Porque si hay algo innegable es que las circunstancias han cambiado, que la tecnología es otra y que no se puede pretender aplicar las mismas reglas de cuando la máxima preocupación de los autores era que la orquestina de un balneario pudiera interpretar sin permiso la romanza de una de sus zarzuelas. Por otra parte, aunque opino que los autores de obras musicales, literarias o artísticas no son necesarios y que si un buen día dejaran de producir la humanidad podría valerse perfectamente sin ellos, también les reconozco el derecho a obtener un beneficio económico cada vez que alguien haga un uso comercial de su obra. Lo que se impone por tanto es abrir un debate sobre cuáles serían los nuevos modos de conjugar el acceso universal a las obras musicales (centrémonos en ellas) con la legítima percepción de unos haberes razonables para sus creadores e intérpretes.

Por eso hay que aplaudir la iniciativa de la revista The Wire (de la que soy fiel suscriptor desde 1995) de abrir en sus páginas ese debate, dando entrada a todos los puntos de vista razonables. Todo comenzó de forma casual en el número del pasado mayo, con un artículo de Kenneth Goldsmith, fundador de UbuWeb, en el que reconocía provocativamente no haber vuelto a comprar un disco desde que descubrió Napster. Goldsmith se confesaba como un coleccionista atípico, interesado por la música antes que por el fetiche único, y con estos nuevos medios de intercambios de archivos no necesitaba ya de intermediarios ni de formatos físicos para acceder a su objeto de deseo. Y UbuWeb es su modo de devolver el favor, promoviendo la difusión universal de copias digitales de obras difíciles de encontrar en el mercado.

La respuesta por parte del sector industrial no se hizo esperar, aunque en este caso el portavoz de sus planteamientos no fuera como de costumbre un siniestro leguleyo sino nada menos que Chris Cutler, eminentísimo músico, ideólogo de aquel movimiento que se llamó Rock in Opposition (R.I.O), y miembro fundador de grupos como Henry Cow, Art Bears o News from Babel, como también del sello Recommended (posteriormente RéR Megacorp) donde tantos discos raros hemos comprado (sin ir más lejos, los que contenían los temas que acompañan a este post y el anterior). Lamentablemente sus argumentos en esta ocasión no estaban a la altura de su música; argumentos como la imposibilidad de mantener un grupo estable si no se venden discos o la pérdida de cauces de distribución para los músicos marginales si desaparecen discográficas como la suya. En una inteligente decisión de la dirección de la revista, las reflexiones de Cutler no se publicaron como la carta al director que era sino en una nueva sección creada ex profeso y bautizada como Collateral Damages. Sección que ha seguido enriqueciéndose en el número de julio con una brillante pieza del periodista David Keenan, en la que rechaza las descargas digitales de música por promover una forma superficial de interacción con el hecho cultural basada en la gratificación instantánea. En su lugar propone
Limited handmade editions on ‘obsolete’ formats available direct from the artists themselves, impromptu record stores in unofficial spaces, house shows, pop-up shops, labels run from bedrooms, a re-engagement with the expressive possibilities of presentation, a new emphasis on mystery and difficulty...
En resumen, una inversión en energía e imaginación. Y eso es lo que ha hecho Úrsula, proyecto musical del isleño David Cordero, en colaboración con el OFFF Festival: editar esta preciosa joya en edición limitada que es a un tiempo reproductor y contenedor de música. El formato se llama playbutton, se lleva prendido en la ropa como cualquier chapita y se escucha mediante auriculares. Se trata por tanto de un objeto que cumple una doble función: es una insignia con la que el fan puede mostrar su adhesión al artista y al mismo tiempo se trata de una pieza poco común para que sacie su ansia de coleccionista. Porque la música está confinada al objeto, no puede extraerse una copia digital, lo que lo incluye en la misma categoría que a esos formatos obsoletos que defendía Keenan como el cassette o el vinilo. Habría que considerarlo entonces como una propuesta elitista? Nada más lejos! La música que contiene está disponible gratis para todo el mundo en la web de Úrsula. Y es de altísima calidad y muy recomendable. Ahí tienen el enlace para escucharla; aunque el tema final se lo vamos a reservar al bueno de Chris Cutler, como expiación por la cantidad de disgustos que le estamos dando.


News from Babel - Anno Mirabilis (1984)

viernes, 8 de julio de 2011

Por qué Brahms

Se presenta la programación de la próxima temporada del Teatro de la Maestranza caracterizada, entre otras cosas, por la omnipresencia de Johannes Brahms en la programación sinfónica. Por lo visto es idea del director musical del teatro dedicar cada temporada a revisar la obra orquestal de algún compositor famoso, y este año le ha dado por el maestro de Hamburgo, el más clásico entre los románticos. Y por qué no?, me dirán ustedes. A fin de cuentas es uno de los grandes de la historia de la música; o al menos eso opinan los entendidos. Que conste que no tengo nada contra Brahms, y si me apuran hasta les diría que me gusta. Durante mi juventud rebelde le pillé bastante manía, a él y a todos sus coetáneos, pues sus discos eran los únicos que sonaban en mi casa, convencido como estaba mi señor padre de que la única música digna de ese nombre en toda la historia de la humanidad era la creada en Europa Central durante un brevísimo intervalo de tiempo alrededor del siglo XIX; pero en la actualidad soy capaz de tenerlo como fondo musical sin molestarme demasiado.

Contra qué va entonces toda esta diatriba? Contra la falta de imaginación y el conservadurismo que lleva, cuando el dinero escasea, a programar música para viejas solteronas, como si sólo ese tipo de público fuera a salvar a la orquesta del pozo de los números rojos. Y es que la doctrina económica ortodoxa que aconseja en tiempo de crisis apostar por los valores seguros puede ser cierta aplicada a las inversiones bursátiles, pero no es extrapolable a la producción cultural. Lamentablemente, en nuestros días los gestores en este terreno nada tienen que ver con la cultura y sí con la economía empresarial (y eso cuando no son meros desechos de tienta de las familias políticas gobernantes), de ahí que apliquen ciegamente las fórmulas que memorizaron en el máster que les pagó papá. Es la misma ceguera que lleva a los periódicos a desprenderse de columnistas de prestigio o de críticos para ahorrar en costes, sin entender que el producto que sacan al mercado es de peor calidad e indistinguible de los diarios gratuitos; y luego, claro, cuando las ventas caen en picado, lo atribuyen a la piratería, a internet o los teléfonos móviles.

No digo yo que sea buena idea dedicar toda la temporada a la obra integral de Stockhausen, pero sí entreverar los conciertos, inteligentemente, con obras de distintos periodos entre las que pueda haber un diálogo. No hay ningún argumento musicológico serio que impida programar en una misma velada a Händel, Wagner y Scelsi o a Mozart, Dvorak y Reich, y podría atraer a un público más variado. Y si el respetable abuchea, patea o se levanta airado de sus asientos, mucho mejor; será la demostración de que la música siegue siendo algo vivo y no un objeto polvoriento encerrado en una vitrina. También Tanhausser y La Consagración de la Primavera fueron protestadas en sus estrenos y hoy día todo el mundo (salvo los abonados del Liceo) las acepta como las obras maestras que son. En Sevilla, no sé si por suerte o por desgracia, el público es educado y no protesta ni en los toros, con lo que se podría aprovechar su pasividad para colarle de vez en cuando alguna música de la segunda mitad del siglo XX y aumentar su escasa cultura en ese terreno. Se supone que esa es una de las funciones de las instituciones públicas. Aunque viendo las estrellas invitadas al ciclo de "grandes intérpretes" del Maestranza (Luz Casal, Pasión Vega, Estrella Morente) más bien pareciera que lo que aquí se pretende es competir, en desigual y desleal lid, con el teatro de Jesús Quintero.


Marie Goyette - Short Cuts. Brahms

lunes, 4 de julio de 2011

Teddy y sus amigos

Como a la inmensa mayoría de los españoles, la SGAE es una institución que me resulta profundamente antipática. Tengo además motivos personales para el desafecto, motivos que precisamente el sábado, tras el magnífico concierto de Fujiya Miyagi en el CICUS, recordaba con el compañero Carrascus, relacionados con nuestro fugaz paso por el negocio de los conciertos. Vaya por delante mi respeto a la presunción de inocencia hasta que un juez no dictamine lo contrario, pero también mi convencimiento íntimo y personal, basado en la antigua ciencia de la fisiognomía, de que los directivos ahora encausados han cometido todos los delitos de que se les acusa y muchísimos otros que no se podrán demostrar. Creo necesario aclarar mi postura para que se entienda lo que viene a continuación.

De lo que se acusa a Bautista y los suyos es de desviar fondos de la caja de la SGAE a empresas privadas, de lo que habrían obtenido un beneficio indebido. Es decir, los estafados serían los socios; seguiría siendo delito pero es un asunto interno que a los sufridos ciudadanos ni nos va ni nos viene. Salvo, claro está, para poner en evidencia la falta de controles gubernamentales sobre una sociedad privada a la que, como a los arrendadores de alcabalas de antaño, se le ha concedido la prerrogativa de recaudar impuestos estatales. Esperamos ansiosos las explicaciones de la Ministra de Cultura, miembro a su vez de la sociedad investigada, sobre esta aparente dejación de funciones. Curiosamente a los socios prominentes de la SGAE que han hablado para los medios no parece importarle el presunto desfalco y apoyan ciegamente a la cúpula directiva, lo cual resulta muy sospechoso y nos hace pensar que dichas prácticas eran conocidas y aprobadas al menos por ese pequeño círculo de autores que se reparten la práctica totalidad de lo recaudado. Allá ellos. Lo importante es que la actuación judicial de estos días ha sido sólo contra ciertos miembros del equipo directivo de la SGAE y por unas prácticas ilícitas muy concretas, pero no contra el funcionamiento de la misma. Lo que realmente afecta a la sociedad española, los usos abusivos para recaudar derechos de autor y el cobro de cánones arbitrarios, seguirán como hasta ahora. Porque aunque nos parezcan prácticas injustas son perfectamente legales. Y lo son por decisión gubernamental. Por decirlo de otro modo, el responsable de que cada vez que usted compre un CD tenga que pagar un canon, aunque lo vaya a utilizar para guardar los datos de su tesis, y de que una parte importante de ese canon pueda ir a los bolsillos de Alejandro Sanz o de Víctor Manuel, no es la SGAE, que se limita a aprovecharse de las prebendas que otros le han concedido. La responsabilidad está en el gobierno y en el parlamento de la nación, que tienen la capacidad de cambiar esa situación y no lo hacen. Acuérdense de ello cuando les convoquen próximamente a votar.

Por otro lado, y como lo cortés no quita lo valiente, estoy profundamente disconforme con el tratamiento dado a los detenidos en la operación, y con las mismas detenciones. En España se abusa de estos espectáculos mediáticos, actuaciones policiales con televisión en directo, cuando los implicados son personajes conocidos. Y es significativo que estas falsas demostraciones de autoridad, que apelan a los más bajos instintos del populacho, siempre coincidan con los momentos de mayor descrédito del gobierno de turno. Aunque no ha sido éste el caso, también los jueces suelen abusar de su potestad de imponer prisión preventiva, a la que se debería recurrir únicamente cuando la libertad del acusado pudiera suponer un peligro para terceras personas o haya un riesgo evidente de fuga. Existen muchas medidas cautelares que pueden adoptarse para asegurar un buen desarrollo de la  instrucción sin necesidad de tener que pasear esposados ante las cámaras a personas que gozan de la citada presunción de inocencia. La función ejemplarizante de la justicia debe manifestarse en las sentencias de los tribunales, y no en los titulares del telediario. Creo que es bueno recordarlo precisamente ahora, cuando los atropellados son ciudadanos por los que no tenemos ninguna estima.

Y por último, también es bueno recordar que, aunque el imaginario popular lo tenga ahora por un híbrido entre Goldfinger y el señor Burns, Teddy Bautista ha sido uno de los músicos más importantes del pop español, al menos durante su primera etapa en Canarios, antes de que perpetraran esa abominación pomposa llamada Ciclos. Canarios fundaron su fama en los directos, considerados por muchos que asistieron a sus conciertos como los más espectaculares de la época. Les dejo con un ejemplo, de título muy apropiado a las presentes circunstancias, que incluye un alegato buenrrollista del propio Teddy y en el que de paso hacen un uso descarado de la melodía del Hey Jude. Cobrarían Lennon y McCartney sus correspondientes derechos de autor? Ay, Teddy, Teddy...


Canarios - Free Yourself (1972)

miércoles, 29 de junio de 2011

El Final de Rasputín

Leo en un viaje relámpago en tren, ida y vuelta a Cádiz, El Final de Rasputín, en la versión de su asesino el Príncipe Feliks Yusúpov que han editado primorosamente, como todo lo que hacen, nuestros amigos de Nevsky Prospects. La historia es bastante conocida como para repetirla; no obstante, el libro es muy recomendable porque presenta el alegato autoexculpatorio del criminal, algo siempre destacable en una literatura como la rusa tan marcada por el sentimiento de culpa. Y también porque aporta encantadores detalles, anécdotas que tienen casi más valor que el propio hecho histórico, anecdótico en sí mismo a la vista de los acontecimientos que unos meses más tarde arrasaron con todo. Detalles como que el asesinato de Rasputín hubiera de aplazarse unas semanas porque los albañiles que estaban acondicionando el sótano del palacio de Yusúpov donde estaba prevista la emboscada tardaron más de la cuenta en terminar la obra. Imagínense que el destino de Rusia hubiera dependido de los que hicieron la de mi piso!

El asesinato de Rasputín, con independencia de la opinión que nos merezca el personaje, fue de una bajeza asombrosa, y ni siquiera en su propio libro escapa airoso Yusúpov. Granjearse la confianza de su víctima fingiendo amistad, invitarlo a cenar a su casa para ofrecerle vino y pasteles envenenados y rematarlo finalmente a tiros no parece conducta propia de alguien que pretende pasar a la Historia como un héroe. Y realmente Yusúpov no era mala persona, tan sólo ese tipo de mentecato con ideales que a veces surge en grupos familiares muy castigados por la endogamia y la ociosidad. Creía a pies juntillas que la causa de todos los males de Rusia era un monje borracho y rijoso que tenía hipnotizadas a la Zarina y a una docena de Grandes Duquesas histéricas, un planteamiento simplista que recuerda al de la mayoría de los salvapatrias que conocemos. Ni siquiera cuando en el dorado exilio parisiense hace recuento de aquellos años se refiere al despotismo imperante o a la terrible opresión que soportaba el pueblo. Para Yusupov, la Rusia de Nicolas II era un país de cuento de hadas cuya felicidad había sido robada por un maligno hechicero, y él era el príncipe azul escogido por el destino para liberarlo. Un capullo, ya les digo. Tampoco voy a defender a Rasputín, que el hombre tenía demasiadas sombras y puede incluso, así al menos lo insinúa Yusúpov, que espiara para el Kaiser. Pero es el único personaje que acaba cayendo simpático, un monje vagabundo de origen campesino que con sus artes embaucadoras consiguió llegar a dominar a la mismísima Corte Imperial. El típico buscavidas, como el que le vende las pulseras magnéticas a la reina Sofía, para entendernos.

Se cierra el libro con un desconcertante postfacio a cargo de Luís Antonio de Villena, que parece no haberse leído el libro antes de escribirlo, tan diferente es su versión de los hechos. No obstante aporta cotilleos de gran interés, como que el Príncipe Yusúpov, además de ser el galán más guapo de toda la Corte, era también un notorio parguela que se travestía con las ropas de su madre la Princesa para ligar con los oficiales de la Guardia Imperial; y que para acabar con las habladurías a las que daba lugar tan licencioso comportamiento el Zar en persona le obligó a casarse con su sobrina. Según esta versión de la historia, la atracción de Yusúpov por Rasputín no era fingida sino real y abiertamente carnal. Y es que, según parece, nuestro monje era dueño de un cipote de colosales dimensiones, que le fue amputado tras su muerte y conservado en formol para ilustración de generaciones venideras. A día de hoy, al menos dos museos reclaman el honor de albergarlo en sus vitrinas. Lo cual también podría aclarar el enigmático verso de Boney M cuya interpretación ha traído de cabeza a sus exégetas: Ra Ra Rasputin / Russia's greatest love machine...


Estación Victoria - Octubre Rojo (1983)

lunes, 27 de junio de 2011

Pessoa sobre Lisboa

Entrando ahora en la Rua Marquês da Fronteira, pasamos por la antigua Penitenciária, llamada ahora Cadeia Nacional de Lisboa. Esta construcción fue proyectada por el ingeniero Ricardo Julio Ferraz y comenzada en 1874. Tiene dos torres en la parte central de la fachada delantera y el edificio interior tiene forma de estrella con varias alas que convergen en un punto central, como fácilmente se puede observar. Se trata de un gran edificio, con 474 celdas y más de 22 compartimentos destinados a enfermerías, 12 celdas de castigo y 26 talleres para diferentes oficios, de los que surgen trabajos que son adquiridos por importantes firmas. Hay una sección de venta al público para la venta de los productos que salen de los talleres. También existe un curiosísimo museo, formado por las más extrañas y variadas armas utilizadas para cometer crímenes, desde escopetas y carabinas a navajas de todas clases e instrumentos que no parecen destinados precisamente a quitar la vida. La Penitenciária puede ser visitada los domingos de las 9 de la mañana hasta el mediodía, pero no es difícil obtener autorización para visitar el edificio en otros días de la semana, solicitándola en el propio establecimiento.

Habiendo llegado hasta aquí, el turista no debe dejar de visitar ahora uno de los más hermosos parques de recreo de Lisboa: el Parque Eduardo VII antes mencionado, que está situado en los extensos terrenos en frente de la Penitenciária, El invernadero del Parque es una obra magnífica, de la que Lisboa se enorgullece; y es realmente extraño que una parte de la población de la ciudad no sólo no lo visite, sino que desconozca su existencia. Además, este casi desconocido rincón es un prodigio de frescor y deleite, donde la naturaleza nos muestra muchos de sus más escogidos ejemplares de plantas ornamentales y donde el arte de humildes artistas, de callado talento personal, regala nuestros ojos con esmerados follajes y flores. El invernadero contiene millares de ejemplares de plantas exóticas, cuyo valor es difícil de calcular. Este invernadero está abierto al público los domingos y días de fiesta, de las 8 de la mañana a las 7 de la tarde, y la entrada cuesta un escudo. En los días de semana está abierto de las 8 de la mañana a las 5 de la tarde y es gratuito.

Subiendo la Rua Don Pedro V, pronto vemos otro jardín, en la Praça Rio de Janeiro (hoy Praça do Príncipe Real); es uno de los jardines más bonitos de Lisboa, debido al meticuloso diseño y a los cuidados que se le dedican. Este jardín contiene diversas especies de árboles muy hermosos, cuyo ejemplar más notable es un enorme cedro, cuyas ramas, apoyadas en un armazón de hierro, cubren un espacio suficiente como para albergar a varios centenares de personas. Debajo de este agradable cedro está instalada otra biblioteca pública; es una de las seis que el Ayuntamiento distribuyó por los jardines de Lisboa, feliz idea de uno de sus miembros Alexandre Ferreira. A la izquierda queda el monumento al célebre periodista França Borges. El autor del monumento es el escultor Maximiliano Alves y se compone de varios bloques superpuestos de piedra tosca, que tienen a la derecha una figura femenina representando a la República, que mira tiernamente al gran paladín. Este monumento fue inaugurado el 4 de noviembre de 1925; desde entonces el jardín lleva el nombre del demócrata representado en la escultura.

Seguimos hacia delante y vemos a la derecha el edificio de la Escola Politécnica, donde actualmente está instalada la Facultad de Ciencias. [...] El edificio tiene anejo uno de los jardines más pintorescos de Lisboa, incluso de Europa; al menos eso dicen muchos extranjeros. En él se encuentran especímenes de la flora de todas las regiones del mundo. El jardín está situado en un declive, una de sus grandes ventajas, por el partido que se le saca a esa inclinación, pues se consiguen todos los efectos visuales posibles de la variada vegetación que por todos lados despunta, convirtiéndolo en un conjunto de esplendor edénico. El jardín tiene varios estanques, cascadas, arroyos, puentes, laberintos, un bello invernadero, etc. En su parte inferior está el Observatorio Meteorológico llamado después del Infante Don Luis e inaugurado en 1863, y también el Observatorio Astronómico.


Teresa - Lisboa à noite (1997)

miércoles, 22 de junio de 2011

Pessoa y Lisboa

Es de agradecer que esas autoridades financieras extranjeras que deciden sobre la legislación laboral española aún no se hayan metido con algo tan nuestro como los puentes. Gracias a ese despiste (que, no lo duden, se subsanará en breve) podemos tomarnos a partir del jueves unos días de descanso. Aunque podría ser también que a nuestros nuevos señores, en lugar de revisar el tema pontificio (lo relativo a la erección de puentes), les de por entrar directamente en el muy resbaladizo tema de las festividades nacionales y locales y su disposición en medio de la semana porque quien las dicta no es la autoridad laboral sino el santoral de la iglesia católica. Por ejemplo, la festividad local que se celebra en Sevilla el jueves, y que supone el cierre de todos los organismos públicos, el comercio y la poca industria que nos quede, tiene como objetivo proclamar la fe en que unas obleas de pan ácimo sobre las que se han pronunciado ciertos conjuros son en realidad la carne de un semidiós hebreo que habitó en Palestina hace más de dos mil años. Tal y como lo oyen. Tan disparatada creencia, que no se la tragaría ni Iker Jiménez harto de vino de consagrar, en Sevilla es apoyada por todas las fuerzas vivas e instituciones civiles de la ciudad, incluida la Universidad, y sus representantes oficiales, con la Corporación Municipal a la cabeza, procesionarán en gozoso contubernio con los magos de la secta que defiende semejante superstición acompañando a una custodia dorada donde se exhibe el objeto de su idolatría. Un par de días después se celebra por las mismas calles otra procesión muy distinta (o quizás no tanto), la del orgullo gay, y como no sabemos con qué talante se tomará Yahveh la provocación, preferimos como Lot y los suyos huir de la ciudad pecadora, no sea que la justa ira le nuble la vista y yerre el destino de sus rayos purificadores alcanzando a quienes no tenemos arte ni parte en la celebración sodomítica.

Así que nos vamos unos días a una de nuestras ciudades favoritas. Por cierto, sabían ustedes que Pessoa escribió una guía turística de Lisboa? Según cuentan formaba parte de un libro mucho más ambicioso que debía describir las maravillas naturales e históricas de Portugal pero, como era de esperar, el poeta no fue capaz de llegar más allá de los límites de su ciudad natal. Una explicación que no convence, pues el libro, que no se publicó hasta hace unos años, no es para nada una evocación poética de la Lusitania, sino una guía práctica para los viajeros de la época (circa 1925), con las horas de visita de los museos y demás informaciones útiles. Eso sí, el turista al que se dirige Pessoa tiene poco que ver con nuestros mochileros de sandalia y calzón corto, ya que se mueve exclusivamente en automóvil, y en ese medio sube y baja por las colinas de la ciudad, apeándose del vehículo apenas el tiempo necesario para visitar algún monumento. Con la cercanía del viaje me ha dado por leer la guía, siguiendo el trayecto del elegante turista sobre un mapa reciente, y la sorpresa ha sido comprobar lo poco que ha cambiado Lisboa en casi un siglo. Los nombres de las calles son los mismos que tenían por aquel entonces; también los parques de antaño continúan siendo zonas verdes, y hasta raro es el edificio público que ha cambiado su función. Esas son las ciudades que nos gustan. Y es que en fondo somos muy conservadores.


Jose Afonso - Coro da Primavera (1971)