lunes, 25 de junio de 2012

Un erasmus de tiempos de Erasmo

Seguimos sin cambiar demasiado de tema con un curioso libro que acabo de terminar: el diario de Félix Platter, un estudiante de Medicina del siglo XVI. Y no sólo por lo que cuenta de la enseñanza de esta ciencia en el Renacimiento, que también, sino sobre todo por el retrato que dibuja de la Europa de su tiempo, una imagen sorprendente de un continente mucho más unido e integrado de lo que pudiéramos pensar. El título que el editor ha dado al volumen, Beloved son Felix, encabezamiento de las cartas que le escribiría su padre no se corresponde con su contenido que, como ya he dicho, es el extracto del diario que dejó escrito de sus días de estudiantes.

Félix era suizo, de Basilea, también otro centro intelectual de primera magnitud en aquellos años; y sin embargo su padre decide enviarlo a estudiar a Montpellier de la Francia, por considerar que aquella Universidad tenía mayor prestigio en la enseñanza de la Medicina. Al mismo tiempo, otros estudiantes, todos hijos de ricos mercaderes, hacían el viaje contrario, lo que daba lugar a un curiosísimo sistema de intercambio. Y es que los mercaderes utilizaban su red comercial de viajantes para sellar contratos de hospedaje y mantenimiento con otros padres de estudiantes en idéntica tesitura. Que en este siglo habremos inventado muchas cosas de tipo técnico, pero la mayoría de las relacionadas con el comercio y el trato social son más viejas que el hilo negro. Por otro lado, esa Europa asolada por pestes y guerras es un continuo ir y venir de viajeros, soldados, estudiantes, comerciantes y peregrinos. De hecho Félix no para de encontrarse con conocidos de su pueblo de los que recibe noticias de su familia y a quienes entrega cartas para los suyos. Que suelen consistir, como las de los estudiantes de cualquier época, en una sarta de mentiras acerca de sus progresos académicos y en la petición urgente de más dinero.

En cuanto a la vida de estudiante, tampoco difería demasiado de la actual. Básicamente consistía en acudir a aburridísimas lecciones impartidas en latín, y reunirse luego con los colegas para beber, ir a fiestas y rondar a las mozas. De vez en cuando, y si la justicia proveía de condenados, tenían la suerte de asistir a una clase de anatomía en la facultad, pero en la mayoría de los casos los cadáveres debían obtenerlos por los medios que ya se pueden imaginar y practicar las disecciones a escondidas. En cierta ocasión hasta hubieron de escapar por piernas de los monjes custodios del cementerio donde llevaban a cabo sus exhumaciones que les recibieron a ballestazo limpio. Nuestro amigo Félix tenía el problema añadido de su protestantismo, que le era tolerado en la católica Montpellier por ser de nación suiza, imagino que por no cargarse el negocio de los erasmus centroeuropeos. No obstante, vivir en una ciudad donde la quema de herejes era uno de los espectáculos educativos cotidianos no debía ser demasiado tranquilizador. El libro contiene también una de las primeras descripciones históricas de una huelga de estudiantes; para reivindicar, pásmense ustedes, que los negligentes profesores impatieran todas las clases por las que habían pagado. Ya les digo que eran otros tiempos.


Kayne West - Good Morning (2007)

jueves, 7 de junio de 2012

Breve noticia del Doctor Hidalgo de Agüero

Nació en Sevilla en 1531, ciudad en la que ejerció su profesión de médico y cirujano hasta su muerte en 1597. Alcanzó fama como el inventor del método de la vía seca o particular en el tratamiento de las heridas. Hay que recordar que la vía común o húmeda, la que venía empleándose desde tiempos de Galeno, se basaba en la curación de las heridas por segunda intención. Esto implicaba dificultar la cicatrización realizando frecuentes drenajes, con el fin de evitar la gangrena. El objetivo se consideraba alcanzado cuando de la herida manaba el "pus laudable", que para la escuela galénica era un paso necesario para la curación. Por eso, cuando el pus se negaba a fluir, había que provocarlo con hierros y cauterios, lo que causaba grandes sufrimientos a los desdichados pacientes y una alta mortalidad.

A lo largo de la historia fueron varios los cirujanos que se opusieron a tan bárbaro método usando el sentido común y su propia experiencia clínica, pero chocaban siempre contra el muro del dogmatismo galénico que imponía sus prácticas bajo el indiscutible argumento de la autoridad de un médico romano del siglo II. Entre esos adelantados estaba Bartolomé Hidalgo de Agüero, quien en 1584 publicó en Sevilla un pliego titulado Avisos particulares de cirugía contra la común opinión, defendiendo la curación de las heridas por primera intención. Su método consistía en limpiar las heridas con vino blanco, eliminar cualquier tejido dañado, aproximar los bordes, aplicar sustancias astringentes para evitar la maceración y cubrir con un vendaje compresivo. Es decir,  y salvando las distancias, un procedimiento muy parecido al que se emplea en la actualidad. Aunque lo mejor es la defensa que hace Agüero de su novedosa técnica, no invocando su autorictas académica, sino comparando las estadísticas de mortalidad de los pacientes tratados por él utilizando ambos métodos; un auténtico ensayo clínico avant la lettre que demuestra sin ningún genero de dudas la supremacía de la vía seca sobre la vía común.

La fama de hábil cirujano de Hidalgo de Agüero era tan notoria que los bravos de Sevilla de la época, en el trance de acometerse a cuchillo, solían exclamar: ¡A Dios me encomiendo, y al Doctor Hidalgo de Agüero! Y también se cuenta que tras su muerte los tales bravos se miraban mucho en lo de reñir. El hospital donde nuestro Doctor ejerció su ciencia era llamado el Hospital del Cardenal en honor a Don Juan de Cervantes, que lo fue de Sevilla y quien lo fundó en el siglo XV. El Cardenal Cervantes está enterrado en la Catedral, en un espectacular sepulcro obra de Mercadante de Bretaña. Por su parte Hidalgo de Agüero está enterrado en la Iglesia de San Juan de la Palma, en cuya collación vivió la mayor parte de su vida, donde hay un azulejo que lo recuerda. El Hospital del Cardenal fue luego asilo y acabó como hospicio. Fue derribado en los años 50, como tantos edificios históricos de la ciudad, para abrir la actual calle Francisco Carrión Mejías (para que se orienten, donde está el Instituto Velázquez). Pues bien, reto a cualquiera de ustedes a que nos dé noticia del tal Carrión Mejías, otro oscuro personajillo de esa grey sacristanesca que medra alrededor de las cofradías de semana santa y que, de cuando en vez y por razones inexplicables, acaba subiendo a las paredes del callejero sevillano. Y nada de callejuelas del extrarradio: calles señoriales en el centro histórico. Y ahí tenemos a nuestro insigne Doctor Hidalgo de Agüero, dando nombre como por limosna a un oscuro pasaje de una decena de metros entre Castellar y Menjíbar. Así nos va.


Deller Consort - We be soldiers three (Anónimo s. XVI)

viernes, 1 de junio de 2012

The Witch Cult in Western Europe

La primera vez que tuve noticia de este libro fue hace mucho tiempo y en Lovecraft, un escritor del que era muy fan allá por mi adolescencia. Primero en El horror de Red Hook, y luego en La llamada de Cthulhu, aparece citado como una de esas lecturas poco recomendables que se encuentran en las habitaciones de los desdichados que caen en la locura por tratar de desvelar secretos que mejor que hubieran permanecido ocultos. Aunque en este caso, y sorprendentemente, el libro no era un producto de la imaginación del autor como el archifamoso Necronomicon, sino real y escrito por una antropóloga británica llamada Margaret Murray. Ya avisaba de este hecho Rafael Llopis en su estudio introductorio a Los Mitos de Cthulhu que editara Alianza, y desde que me enteré lo estuve buscando, imaginando que contendría historias jugosas de aquelarres y otras brujerías. Y ahora que casualmente lo he encontrado en la web del Proyecto Gutenberg,  les puedo decir que se trata de un trabajo eminentemente académico pero que gustará también a los amantes de lo esotérico y lo siniestro.

Margaret Alice Murray nació en Calcuta en 1863 y murió a la avanzada edad de cien años. Fue discípula del famoso egiptólogo Sir Flinders Petrie, y una autoridad ella misma en ese campo. Y ahora un inciso: si van a Londres y quieren visitar un museo fascinante y al mismo tiempo desconocido, vayan al Museo Petrie. Es dificilísimo de encontrar, pues está situado en la segunda planta de un edificio de la University College London sin apenas indicaciones. Y más que un museo es una colección científica, con vitrinas en las que se acumulan como en un rastrillo miles de objetos del Antiguo Egipto, desde simples trozos de cerámica hasta momias y sarcófagos, todos identificados con sencillas fichas de papel. Reconozco que puede ser una experiencia agotadora, pero vale la pena aunque sólo sea por ver cómo se exponían los hallazgos arqueológicos antes de que los museos se convirtieran en parques temáticos para niños. Y aprovecho para introducir una segunda digresión dentro de ésta: Petrie, como tantos sabios de su tiempo, era un ferviente partidario de la eugenesia y por ende un tanto racista. Tanto que, cuando falleció en Palestina en 1942 mientras participaba en una misión arqueológica, dejó dispuesto que su cabeza fuera enviada a Londres para que pudieran estudiar el cerebro de un auténtico genio británico. Lamentablemente la situación bélica del momento, con el mariscal Rommel amenazando las vías de comunicación, impidieron el traslado de tan privilegiado cráneo, que quedó en Jerusalén conservado en formol. Las condiciones no debieron de ser las óptimas porque cuando acabada la guerra finalmente llegó a Londres (en un paquete con la etiqueta de "antigüedad") nadie reconoció en aquella cabeza al ilustre profesor Petrie, que parecía haberse vuelto mucho más joven y hasta incluso (horror!) de raza semítica. La cabeza se sigue guardando en el Royal College of Surgeons (otro museo muy recomendable) aunque no se muestra a las visitas. Pero volvamos a Murray y su libro.

La tesis que defiende The Witch Cult, que como su título indica no tiene nada que ver con la Egiptología, se podría resumir del siguiente modo: Los rituales descritos en los procesos de brujería celebrados en toda Europa desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVIII corresponden a los restos de una religión agraria neolítica, confundida por los colonizadores romanos con el culto a Diana, que sobrevivió en el ámbito rural a los sucesivos intentos cristianos de erradicarla. A muchos les sonará el tema de películas como The Wicker Man (1973), y de hecho en nuestros días esta misma teoría, con algunas variaciones, ha sido recuperada por autores como Carlo Ginzburg quien en su Historia Nocturna interpreta el aquelarre bajo un prisma similar. Y es que el libro fue muy popular en su momento, contribuyendo a sentar las bases del moderno movimiento neopagano en las Islas Británicas. Sin embargo, la acogida que le dispensaron sus colegas científicos distó mucho de ser tan entusiasta. Y en honor a la verdad hay que decir que no les faltaba razón. Y es que, siempre a juicio de los críticos, Murray comete errores metodológicos de principiante. El primero, aceptar como hechos verídicos los recogidos por los inquisidores en los procesos por brujería, sin tener el cuenta la capacidad de fabulación de los reos y el grado de manipulación interesada a que pudieran haber sido sometidos. Y el segundo, aún más grave, emplear en su pesquisa la táctica denominada cherry picking, que consiste en usar sólo aquellos datos que apoyan la tesis defendida, descartando los desfavorables. Esto último es algo bastante frecuente en el ámbito científico - elaborar primero la teoría y seleccionar luego los datos que la respaldan - y de hecho en su momento se acusó de lo mismo a Sir James Frazier, aunque ningún erudito tuviera los redaños de desmontar críticamente los doce tomos de La Rama Dorada.

Y ya que hablamos de Frazier hay que decir que Murray fue una fervorosa defensora de su conocida teoría del rey sagrado, casado con la diosa (o su representante terrestre) y sacrificado periódicamente en un rito de fertilidad; tanto que llegó a explicar todas las muertes violentas acaecidas en el trono inglés, que no fueron pocas, en clave de asesinatos rituales. Huelga decir que semejante interpretación conspiranoica de la Historia no le hizo ganarse precisamente la confianza del sector académico más ortodoxo. Como tampoco su conclusión, sostenida con pinzas, de que Juana de Arco y Gilles de Rais, amén de otros conspicuos personajes históricos, eran todos ellos fieles seguidores de la antigua religión.

Críticas aparte, se trata un libro muy interesante y  ameno; ya saben, aquello de que si non e vero e ben trovato.  Sobre todo porque está construido sobre testimonios de primera mano, lo que lo convierte en un precioso documento acerca de la vida cotidiana de las brujas en la vieja Europa. El problema es que las citas de los procesos por brujería, que ocupan una parte importante de sus páginas, son transcritas literalmente. Y aunque el inglés antiguo se entiende sin demasiado esfuerzo, cuando el sumario de la causa está redactado en dialecto escocés, en francés o incluso en alemán, y no se cuenta con el consuelo de una traducción, la cosa se complica. Pero bueno, tampoco entendemos la mayoría de las veces lo que escribe Cesar Antonio Molina, y a pesar de ello, poniendo un poco de buena voluntad, nos hacemos una idea de lo que quiere contar. Pues algo así.


The Incredible String Band - Witches Hat (1968)