lunes, 26 de septiembre de 2011

Películas

En la Alquitara también comentaremos cuando toque alguna película que hayamos visto, sea para recomendarla o para advertirles del tiempo que perderían con ella. Lamentablemente las películas de las que hablaremos rara vez coincidirán con la que en ese momento estén en la cartelera. Algunas quizás no habrán llegado y otras, la mayoría de las veces, ya habrán pasado. Y es que las películas (como, por otro lado, los libros o los discos), las veo cuando me llegan. Así que allá cada uno que las busque donde sepa. Obviamente no soy ninguna autoridad en la materia y me limito tan sólo a contar lo que me han parecido. Pero mientras los auténticos expertos (y alguno lo hay que frecuenta este blog con asiduidad) sigan en su cómoda poltrona y no reclamen un lugar en la blogosfera para compartir su sabiduría, alguien tendrá que hacer su trabajo. Paso pues a comentarles un par de peliculitas de las que me he visto en vacaciones.

La primera es "Burke and Hare" (2010), deliciosa comedia y muy británica a pesar de estar dirigida por alguien tan americano como John Landis. Cuenta con bastante rigor histórico, aunque permitiéndose ciertas licencias humorísticas, la historia real de William Burke y William Hare, dos ladrones de tumbas irlandeses en los años de la Regencia que, debido a la escasez de materia prima y para seguir proveyendo de cadáveres las aulas de anatomía de Edimburgo, se convirtieron en famosos asesinos. Lo que demuestra que en la Ciencia los fines, por muy nobles que sean, no siempre justifican los medios. La película es muy entretenida, y está dirigida con buen ritmo. Y además está trufada de sorprendentes cameos, como los de Christopher Lee, el maestro Ray Harrihausen o la familia de Costa Gavras en pleno. Divertida y recomendable.

La otra es "Attemberg" (2010), película griega en la línea de la (en mi opinión) sobrevalorada Canino (2009), con la que mantiene muchos puntos en común, incluyendo la presencia en la producción y como actor de su director, Giorgos Lanthimos. También conectan en la temática, aunque esta película transcurra por las sendas del más estricto naturalismo. No obstante vuelven los característicos personajes femeninos alienados escondidos en su burbuja social, esta vez voluntaria. La directora, Athina Rachel Tsangari, parece haber aprendido muy bien la lección de Lanthimos y le imita en la creación de atmósferas, en el manejo de los actores y hasta en la colocación de las cámaras. Sin embargo en Canino había una historia, sorprendente y novedosa aunque (de nuevo a mi juicio) mal resuelta. Y eso es lo que falla en Attemberg, la historia, reducida a una simple anécdota sin ninguna sustancia. No sé si esta película forma parte de algún “nuevo cine griego”, de cuya existencia no he sido informado, o es sólo una isla en el anchuroso ponto. En cualquier caso su interés es muy limitado, aunque en los créditos iniciales suena una de mis canciones favoritas.


Suicide - Ghost Rider (1977)

jueves, 22 de septiembre de 2011

Un poco de escatología

Y ya basta de tanto arte y de tanta museística y vamos a hablar de cosas importantes. De comida, dirán ustedes. No precisamente, pues la cocina de los Países Bajos no es como para detenerse mucho en ella, y de hecho la opción más sensata para comer allí son los numerosos restaurantes de las antiguas colonias del sureste asiático. Y les iba a recomendar que, si van a viajar a Amsterdam, cenaran en uno de los mejores restaurantes indonesios de toda Europa, el Cilubang, donde tuvimos una de las epifanías gastronómicas más inolvidables de nuestra vida; pero cuando he entrado en su página web para buscar la dirección exacta me he encontrado con la triste noticia de su cierre por la enfermedad (que imaginamos grave) del cocinero. Lo conocimos aquella noche y era un señor indonesio ancianísimo, enjuto como una pasa, que llevaba él solo toda la cocina y además tenía tiempo para salir y explicarles a los comensales el contenido de cada uno de los veintitrés platos que componían el menú degustación. Una pena, y un aliciente menos para volver a Amsterdam. Pero, como les decía, no les voy a hablar de las comidas de los holandeses sino de sus excretas, que a fin de cuentas son la misma cosa aunque con un procesamiento enzimático y bacteriano entre medias.

Las dos veces que he estado en Holanda me he alojado en casas particulares, y en ambas me ha sorprendido la curiosa disposición de las habitaciones destinadas a la higiene corporal y la evacuación. Porque, y esa es la primera diferencia con el modelo mediterráneo, ambas funciones suelen tener asignados cubículos independientes. El retrete a uno y la ducha a otro. Y nada de expansiones, que en un país que tuvo que conquistarle el suelo al mar del norte los metros cuadrados se valoran por encima de todo, y si las funciones fisiológicas se suelen hacer en soledad no hay por qué reservarles más espacio del necesario. Aquí en España también defecamos en solitario pero el cuarto de baño suele ser más amplio y propicio a encuentros entre los habitantes de la casa. Por otro lado (y esto es una digresión) lo realmente característico de las viviendas de nuestro país es esa absurda habitación denominada "cuarto de estar" en la que se apiñan todos los miembros de la familia a comer y ver la televisión, mientras el llamado "salón", siendo mucho más amplio, permanece vacío, con sus estanterías repletas de vajillas de porcelana, preparado siempre para recibir a una visita que nunca llega. Beckett en estado puro.

Otra característica de los retretes holandeses es que la taza tiene en su concavidad un plano horizontal donde caen los excrementos. En España nos interesa deshacernos de ellos cuanto antes, y les facilitamos el hundimiento mediante superficies inclinadas deslizantes, pero allí por lo visto son más partidarios de examinar las heces antes de enviarlas a los colectores, costumbre a la que, de entrada, no hay nada que objetar. El examen visual y olfativo de las deposiciones es parte fundamental de la propedéutica clínica y un arte sutilísimo aunque ya en desuso por culpa de las modernas determinaciones bioquímicas. Y si bien no imagino al holandés medio dotado de los conocimientos médicos necesarios para extraer toda la valiosa información que le ofrecen a simple vista unas deyecciones, al menos es de alabarle el interés por inspeccionar someramente su estado antes de darles el postrero adiós. El inconveniente más destacable de este sistema es que obliga a mantener una molesta cercanía con la materia fecal y sus efluvios mientras dura la sesión. En la casa donde nos alojamos este año el retrete además carecía de extractor de gases (que, por una extraña decisión de los constructores, había sido instalado en el habitáculo de la ducha) lo que hacía más evidente el citado problema. Afortunadamente la dueña de la casa era una hippie a la antigua usanza y tenía gran acopio de varitas de sándalo e incienso, las cuales nos acostumbramos a llevar con nosotros en las diarias visitas al excusado. El día en que además se fundió la bombilla y tuvimos que encender velas para alumbrarnos aquello parecía un santuario doméstico en honor de Venus Cloacina!

Y pasando de lo doméstico a lo público, hemos de señalar también que Amsterdam es una de esas capitales que conserva orgullosa los hermosos urinarios decimonónicos de hierro colado o chapa, práctico regalo de la tercera república francesa a la civilización occidental. Como se aprecia en la foto, la mayoría están apostados a orillas de los canales con lo que no es difícil deducir a dónde vierten sus aguas. No llegué a utilizarlos porque soy más de hacerle el negocio a los bares, pero agradezco a las autoridades su desvelo y buen gusto. En La Haya vimos otros urinarios al aire libre más modernos; y también vimos muchos de aquellos portátiles y como columnas que en las ciudades se reparten por las zonas de ocio los fines de semana para evitar la micción callejera incontrolada. Son una solución, no lo niego, pero su estética deja mucho que desear. Y además me extraña que las feministas holandesas, con lo que mandan, no hayan puesto el grito en el cielo y reclamado para ellas un privilegio similar al que gozan los varones cuando las ganas aprietan.

Los franceses llamaron a sus urinarios vespasiennes, en honor al emperador romano que impuso una tasa a quienes recogían la orina de las letrinas públicas para extraer el amoniaco empleado en la industria textil. A Vespasiano se le atribuye por eso el dicho "pecunia non olet" con el que respondió a su hijo Tito cuando éste le recriminaba la naturaleza inmunda del impuesto. Las vespasiennes de París causaban la admiración de los visitantes, y el mismo Henry Miller, entusiasmado con el invento, la expresó del siguiente modo: "Qué placer debe de dar orinar en plena calle mirando a las hermosas mujeres que pasan!" (cito de Guerrand R.-H.: "Las letrinas. Historia de la higiene urbana", 1985). También, y como suele ocurrir, provocaron el escándalo de las mentes más retrógradas, obligadas a enfrentarse en plena calle con la realidad de esas funciones fisiológicas que tanto les ofenden. Años después de su implantación un escritor de medio pelo, Gabriel Chevallier, aún tuvo un enorme éxito editorial con una novela de tinte satírico llamada "Clochemerle" en la que describía los enfrentamientos en un pueblo de la Francia profunda entre conservadores y progresistas a cuenta del urinario erigido en la plaza. En los setenta se adaptó como serie de televisión, con Peter Ustinov de protagonista, y llegó a pasarse en España. Yo la recuerdo vagamente.


Marty Wilson - Misty Poo (1953)

viernes, 16 de septiembre de 2011

Frans Hals

Los museos de Amsterdam con las colas más largas en la puerta son, por este orden: la casa de Anna Frank, el de figuras de cera de Madame Tussauds y el museo Van Gogh. Y es natural, le dan al público lo que quiere ver y no juegan con él escamoteándole contenidos. Nosotros no entramos en ninguno de ellos por razones obvias pero hay otros museos interesantes en Holanda que merecen una parada. Por ejemplo, el Mauritshuis de La Haya, que nos gustó porque es el típico caserón con los cuadros todos apiñados al modo antiguo. Como la colección Lázaro-Galdiano de Madrid aunque más grande y con mejores fondos. Si tienen interés en visitarlo deben darse prisa porque anunciaban para el próximo año uno de esos cierres parciales para hacer reformas, y ya les he contado lo que eso quiere decir. E imagino que meterse en tantas obras a la vez debe de costarle un ojo de la cara al gobierno holandés, de lo que deduzco que la crisis no está pegando allí tan fuerte como en la cuenca mediterránea. Así que ya saben, si tienen algún dinerillo ahorrado inviértanlo en deuda pública de los Países Bajos. O deposítenlo en alguno de sus bancos que siempre serán más seguros; el ING es el más conocido y el de mayor implantación en nuestro país pero yo preferiría abrir una cuenta en el Rabobank, no sé por qué, quizás porque tiene un nombre más eufónico.

Otro museo que nos encantó fue el Frans Hals Museum de Haarlem, pintoresca villa a diez minutos en tren de Amsterdam que no deberían dejar de visitar si viajan a la capital holandesa. También estaba de obras, cómo no, pero al menos era una cosa discreta que afectaba sólo a un pequeño número de salas. De entrada ya el edificio es un acierto, un antiguo asilo de ancianos del siglo XVII con las salas dispuestas alrededor de un precioso patio central. Lo cual obliga a hacer un recorrido circular por la colección siguiendo un criterio histórico bastante sensato. Obviamente las joyas del museo son los cuadros del pintor que le da nombre, Frans Hals. Y es sorprendente que durante mucho tiempo la crítica le haya considerado un artista menor, un pintor costumbrista especializado en escenas de taberna y retratos de bebedores, a gran distancia en el canon académico del indiscutible maestro Rembrandt. Porque basta hacer ese recorrido por las salas que exponen su obra para percatarse de que estamos ante uno de los grandes genios de la historia de la Pintura. Un artista con una técnica tan personal, una pincelada tan suelta y tan expresiva, que la única comparación posible es con el mismísimo Velázquez. Ya se percataron de ello los impresionistas franceses del XIX, que peregrinaban a Haarlem para pasmarse ante esos dos prodigiosos retratos de grupo de los administradores y las gobernantas del citado asilo de ancianos que pintó a la asombrosa edad de ochenta y dos años y que siguen expuestos en el museo.

Y la comparación con Rembrandt es inevitable, pues los dos hubieron de enfrentarse en numerosas ocasiones a ese género tan típicamente holandés del retrato de grupo: dos formas antagónicas de interpretar un mismo motivo iconográfico. Porque mientras Rembrandt traza el retrato psicológico de los personajes, y los dispone en escena siguiendo una estricta jerarquía social, Frans Hals se recrea en su humanidad, en las disculpables debilidades de ese grupo humano. En la famosa Ronda Nocturna de Rembrandt, por ejemplo, se nos muestra a un grupo de burgueses pomposos, revestidos de todas sus galas, haciendo una ostentación armada de poderío. Una tropa de miles gloriosus que con sus bengalas y sus salvas impresionaría a los pacíficos habitantes de Amsterdam, pero que, ante la perspectiva de tener que combatir a los tercios españoles, correría sin duda a esconderse bajo las faldas de sus mujeres como en La Kermesse Heroica. Por el contrario, en las compañías cívicas que pinta Hals, el aspecto militar es lo de menos y la comida, la bebida y la camaradería lo que realmente importa. Y qué mejor excusa que la defensa de la ciudad y el servicio de las armas para salir de casa por la noche, reunirse con los amigos y dedicarse a banquetear tranquilamente lejos de la mirada inquisitorial de sus calvinistas esposas. El ejercito suizo sigue haciendo algo parecido en sus revistas periódicas de las tropas y les va muy bien.


King Crimson - The Night Watch (1974)

lunes, 12 de septiembre de 2011

Museos

En Amsterdam los museos siempre están de obras. El Rijksmuseum, por ejemplo, ya lo estaba la primera vez que visité la ciudad, allá por el 1992. O igual era otra obra diferente a la de ahora, no lo sé; en cualquier caso el estropicio es el mismo. Porque, claro, para que los cuadros no se les llenen de polvo, ni los arañen los albañiles al pasar con la escalera al hombro, los retiran de las salas y los ponen a buen recaudo, lo que nos parece una medida sensata. Pero no se les ocurre cerrar el museo, porque entonces perderían unos importantes ingresos de taquilla. Así que dejan abiertas unas pocas salas en las que exponen las piezas que ellos, los cuidadores del museo, consideran las joyas de la colección, las obras maestras, los highlights, los cuadros que el turista con poco tiempo quiere ver porque así se lo han dicho. Por supuesto cobrando el mismo precio por el billete, que en Holanda todos los museos son de pago y no precisamente baratos. Y que conste que soy muy partidario de que los museos públicos cobren la entrada, pero esto es vender gato por liebre. Porque uno va a los museos no a pelearse con los turistas por colocarse delante de ese cuadro que aparece en la portada del catálogo y que conocemos de memoria, sino a descubrir cosas nuevas. Esos cuadros raros de pintores semiignotos, casi siempre relegados a un rincón de la sala junto a la puerta, que te atrapan y te dejan queriendo saber más cosas de su autor. Y ese placer es el que se nos escamotea.

Y no piensen que eso es todo, que lo de los museos de arte contemporáneo es aún peor. Por lo visto corre entre sus responsables la idea de que exhibir los fondos que con dinero y dedicación se han ido adquiriendo durante décadas es de viejunos, y que lo moderno es guardar la colección permanente bajo siete llaves y destinar el espacio a artistas emergentes, nuevas tendencias y exhibiciones temporales. De modo que si usted va a un museo holandés de arte contemporáneo buscando las obras de los maestros del siglo XX (Mondriaan, Karel Appel, Van Dongen, De Kooning...) se llevará un enorme chasco pues sólo encontrará instalaciones, pantallas de televisión proyectando videoarte o exposiciones sobre el arte actual de Trinidad-Tobago. Y por supuesto que las novedades deben tener también su espacio para exhibirse, pero para eso se ha creado los "centros de arte contemporáneo", los cuales, liberados de la obligación de mantener una colección permanente, pueden dedicar todo su esfuerzo a programar exposiciones efímeras y de cierto riesgo. No así los museos cuya función es albergar y exhibir en las mejores condiciones las obras que el canon artístico vigente considera valiosas.

Y en esas estábamos, de vuelta en España, convencidos de que los responsables de los museos holandeses eran unos noveleros y unos chuflas, cuando en el spam que suele llegarme de una institución tan costosa y prescindible como la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) me cuentan de un curso de verano que imparten en colaboración con el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo titulado "La colección permanente como exposición temporal". Y no me resisto a copiarles parte de su farragosa presentación, redactada en la jerigonza de los comisarios artísticos, para que vean lo que piensan del visitante asiduo de museos:
Quedan, eso sí, nostálgicos de lo permanente que ven frustradas sus pretensiones de inamovilidad, ya que al visitar el museo un día descubren que ya nada estaba donde solía estar. Frente a ellos y sus quejas, los esfuerzos intelectuales –de diferente calado, según los casos- que obligan a repensar continuamente la colección producen en ocasiones ciertos brillos.
Y tiendo a pensar que, aunque invoquen experiencias pioneras en esa línea de prominentes museos como el MoMA, esta tendencia a esconder las obras de los maestros del siglo XX como si se avergonzaran de ellas no es probable que se consienta tan fácilmente en instituciones cuyo mantenimiento depende de donaciones privadas, mientras que resulta muy fácil de colar a una financiada con fondos públicos, ya que la ignorancia de los responsables políticos de la cosa y de los mismos súbditos les impide percatarse de que se está hurtando al disfrute de los contribuyentes el producto del porcentaje de sus impuestos que se dedica a la adquisición de arte. Y recordemos que, además de la conservación del patrimonio, los museos tienen una función principalmente educativa. No quiero ser agorero pero, a este paso, en unos años una persona interesada podrá ver las obras originales de cualquier pintor del siglo XV o XVII pero, por el capricho ideológico de un puñado de comisarios, no tendrá acceso a las de Max Ernst, Kandinsky o Picasso.

Y ya que hablamos de Picasso, reconózcanme que no hay otros dos versos en la historia del rock que se puedan comparar a los que abren esta canción:
Well, some people try to pick up girls and get called an asshole
This never happened to Pablo Picasso

The Modern Lovers - Pablo Picasso (1976)

jueves, 1 de septiembre de 2011

Amsterdam

Pues ya estamos aquí, queridos lectores, de vuelta a la disciplina laboral y a la obligación de actualizar el blog con cierta regularidad, cosas ambas que, para ser sincero, no me apetecen, que el hábito de la holganza durante todo este tiempo se ha hecho fuerte en mí. En cualquier caso debería, como todo hijo de vecino, comenzar contándoles con todo lujo de detalles y hasta en varias entregas mis vacaciones estivales. Porque este verano nos hemos ido a Amsterdam, una de las grandes capitales europeas que nos faltaba por conocer. Pero no les puedo narrar historias de sórdidos coffee shops ni experiencias con drogas sintéticas. Ni siquiera de cómo es la vida nocturna amsterdanesa. Esta vez nos hemos comportado como un par de abueletes (de lo que, al menos yo, no me hallo tan lejos), levantándonos con el sol y acostándonos con las gallinas. Que, sí, es una perversión aunque no en el sentido que alguno de ustedes pensará; mas también una excelente estrategia para aprovechar el tiempo en vacaciones merced a la cual nos hemos podido patear la ciudad a conciencia. Y fíjense que digo patear, porque no hemos incurrido en la frivolidad de alquilar bicicletas como habría hecho cualquier turista buenrollista. Y es que, cuando se viaja, es conveniente respetar las costumbres de los nativos, pero también dejar muestra de la clase y el señorío que nuestra raza atesora.

Que Amsterdam es ciudad de bicicletas nadie lo ignora. Gracias a la eficaz política de los sucesivos gobiernos municipales, desde hace décadas sus ciudadanos y gran parte de los visitantes utilizan ese medio de transporte, barato y ecológico, para sus desplazamientos. Y es pertinente mencionarlo pues precisamente ahora muchos de nuestros alcaldes andan empeñados, algunos con mayor interés que otros, en convertir a sus ciudades en similares paraísos para el vehículo de dos ruedas. E invierten enormes partidas en mensajes educativos, en crear carriles específicos y hasta en redes pública de bicicletas de alquiler. Vana empresa, pues la Historia enseña que para potenciar el uso de la bicicleta en las ciudades sólo hay dos medios realmente eficaces: mantener a la población en un nivel de pobreza tal que no pueda adquirir vehículos a motor (fue el caso de la antigua República Popular China) o bien limitar drásticamente la circulación de dichos vehículos en la mayor parte del casco urbano. Esto último, junto con una orografía benévola, es lo que explica el éxito de la bicicleta en muchas ciudades centroeuropeas. Y lo que deberían hacer los alcaldes españoles, en lugar de dedicarse a derogar los tímidos intentos en ese sentido de sus predecesores. Y ya saben de quien hablo.

De todos modos, siendo la bicicleta un notorio avance respecto al contaminante y ruidoso automóvil, y su uso generalizado un signo de civilización, no deja de ser un medio de transporte peligroso, no tanto para el jinete como para el indefenso peatón que en estas ciudades donde mandan las dos ruedas se ve expuesto a sus ataques por todos los flancos; y sin contar siquiera con el aviso sonoro que envían los motores de explosión y que en tantas ocasiones evitan el atropello. Además los ciclistas, con la relajación que da la costumbre, tienden a ignorar las normas de circulación y hasta las de convivencia, circulando por donde les place, a velocidades temerarias y sin respeto por sus conciudadanos que, más prudentes o más refinados, optan por ir a pie. Que es el modo en que las personas de orden nos desplazamos por la ciudad.

Que se promueva el uso de la bicicleta, yo no me opongo. Entiendo que hay muchas personas a las que la naturaleza no ha dotado de la coordinación psicomotriz necesaria para caminar con garbo y elegancia y necesitan un vehículo. Pero que no se use ese argumento pretendidamente democratizador para considerar a la bicicleta como el ideal. Un avance, sí, pero siempre un escalón por debajo de la marcha a pie. O alguien ha oído hablar de alguna escuela filosófica cuyos adeptos discutieran silogismos dando vueltas al ágora en bicicleta? Pues entonces!


View - Bike Ride (1993)