miércoles, 3 de octubre de 2012

Socialdemocracia

Es cierto que algunos barrios de Estocolmo, construidos en la década de los sesenta, recuerdan a los del antiguo Berlín Oriental. Por sus planteamientos urbanísticos y arquitectónicos racionalistas, sobrios y disciplinados, aunque también supongo que estarán construidos con mejores materiales y partiendo de unos presupuestos más éticos. Pero en esa primera impresión es donde acaban todas las semejanzas. Y sin embargo durante décadas se nos presentaron a las sociedades escandinavas de la guerra fría como estados nominalmente democráticos que mantenían a sus ciudadanos bajo un régimen económico socialista similar al de sus vecinos del Pacto de Varsovia. Para estas fuentes, cuyos herederos son quienes dominan hoy el panorama informativo español, lo más destacable de aquellas sociedades era la insoportable presión impositiva y el control estatal sobre cualquier aspecto de la vida de sus ciudadanos, lo que llevaba a que fueran los países de Europa con una mayor tasa de suicidios y de alcoholismo (aunque esto último, en un país que grava con tan desorbitadas tasas el alcohol, habría de considerarse más bien una bendición para las arcas del estado). Era una visión interesada promovida por aquellos a quienes no convenía que una de las experiencias políticas más fascinantes de la historia contemporánea infectara a otros países. Y a fe mía que lo lograron. 

La experiencia socialdemócrata se extendió por la mayoría de países europeos, sí, pero sin llegar a echar raíces; y si las hubo la marea conservadora de principios de los ochenta acabó por secarlas. Y la crisis del capitalismo del siglo XXI que tanta compañía nos hace la ha derribado hace nada. Y con todas las bendiciones democráticas, que ha sido precisamente el voto de quienes más beneficios sociales obtenían del sistema el que ha le ha asestado la puntilla. En los países escandinavos, aun bajo gobiernos conservadores y con sus muchos defectos, el espíritu socialdemócrata se mantiene por la voluntad de sus ciudadanos. No en balde sus sistemas educativos tienen fama de eficaces y de formar personas con capacidad de razonar; personas, por tanto, más difíciles de engañar. Y no deja de ser curioso que el único país de la zona de influencia escandinava que había renegado de sus principios socialdemócratas para arrojarse en brazos del capitalismo salvaje, Islandia, haya sido también el único de los europeos que, tras un  acto de contrición y la correspondiente penitencia a los charlatanes que les llevaron a la bancarrota, ha vuelto al modelo de planificación económica y hegemonía del sector público. 

En España es nombrar la socialdemocracia y acordarse uno del felipismo, de los hermanos Guerra y del resto de la troupe, y nos entran las arcadas. Pero a día de hoy es la única experiencia política que ha demostrado sobre el terreno que es posible garantizar la igualdad y los derechos sociales manteniendo al tiempo un exquisito respeto a los principios democráticos; lo demás son utopías o experimentos calamitosos. Obviamente quienes contribuyeron al desastre no pueden dirigir la regeneración. Habría que contar con otros políticos y otros partidos. Y con una ciudadanía educada, lo cual me temo que es un problema de más difícil solución. 

Acabo de terminar de leer Pensar el siglo XX, el libro de memorias del historiador Tony Judt, escrito en forma de diálogo con su amigo Timothy Snyder cuando ya estaba gravemente afectado por la esclerosis lateral amiotrófica que le llevaría a la muerte. Que es al mismo tiempo un libro de historia y un manual de pensamiento político, ya que repasan los sucesos, movimientos e ideologías que configuraron el tumultuoso siglo pasado. El último capítulo está dedicado precisamente a la socialdemocracia, y es un análisis lucidísimo de los últimos cincuenta años y las causas que nos han llevado a la presente derrota. No les cito párrafos enteros por falta de espacio pero puede que lo haga en próximos posts.  

Dicho lo cual, y pidiéndoles disculpas por el tono mitinero y demagógico de la entrada, me despido de ustedes por una temporada. Los recortes en personal de la Universidad y mi imprudente costumbre de decirle que sí a todo el que me pide una colaboración en algún proyecto me han preparado un comienzo de curso más que turbulento. Y no me va a quedar demasiado tiempo libre para actualizar el blog, al menos con una cierta regularidad. En el mejor de los casos tendrán los consabidos refritos y trabajos de copia y pega para mantener permeables las líneas. O igual ni eso, ya veremos.


Piero Umiliani - Le Ragazze dell'Arcipelago (Svezia, Inferno e Paradiso BSO, 1968)

sábado, 22 de septiembre de 2012

Conciertos estivales


La primera vez que vine a Estocolmo, Ilyich Rivas aún no había nacido. Y en esta segunda lo hemos visto dirigiendo a la Filarmónica de la ciudad en una animada versión para orquesta de la música que compusiera Leonard Bernstein  para West Side Story. El tiempo, que pasa demasiado rápido. Tampoco es que el director o el programa nos interesaran gran cosa, que aquello era, salvando las distancias, como una de esas novilladas veraniegas de promoción. Pero teníamos curiosidad por conocer el Konserthuset, la sala donde se entregan los Premios Nobel, y en lugar de pagar por la visita guiada nos pareció mejor idea ir a un concierto; y éste era el único que estaba programado para esas fechas. El edificio es de los años 20 y está construido en estilo neoclasicista. La sala nos recordó mucho al Concertgebouw de Amsterdam, que vimos el año pasado, aunque ésta es bastante más pequeña; y de hecho no nos explicamos como se las arreglan para meter a tanta gente el día de los premios.  

En el mismo teatro actuó unos días después Madeleine Peyroux, que ni nos gusta ni nada, pero fuimos por idéntica razón. En este caso para ver la sala dedicada a los conciertos de cámara, y que recibe el nombre de Grünewaldsalen por el pintor que decoró sus paredes. No confundir con el maestro alemán del Renacimiento; este Grünewald era un artista de principios del siglo XX que se movía por los terrenos del simbolismo y el expresionismo. La sala es realmente preciosa, con paredes y techos cubiertos de alegorías y escenas mitológicas, en un estilo que se da un aire a los dibujos de Enrique Herreros para La Codorniz; y conste que lo digo en tono elogioso. En cuanto al concierto en sí, fue todo lo aburrido y previsible que cabía esperar. Lo único que nos sorprendió fue el público, que estaba formado en su mayoría por venerables ancianos, cuando aquí en España la Peyroux es una artista de progres. Cosas de cada país.

Y antes de que los pocos lectores que nos quedan salgan huyendo de este blog de viejunos, les adelanto que también fuimos a un festival de música moderna, el Stockholm Music & Arts. El concepto de este festival es muy similar al de Territorios, e incluso pareciera que les hubiesen copiado la idea. Y es que se celebraba en la trasera de un museo de arte contemporáneo, durante tres días, y con predominio de la cosa étnica junto a estrellonas de una cierta edad para atraer al público pudiente como nosotros. Pero ahí acababan las semejanzas, pues el planteamiento del de Estocolmo era mucho más respetuoso con el siempre sufrido aficionado. Para empezar el hecho de tener un solo escenario, lo cual permite ver conciertos completos sin complejo de culpa. También el aspecto hostelero funcionaba bastante mejor, con multitud de barras y puestos de comida; y hasta vendían tabaco. Aunque el mayor contraste lo notamos en la actitud del público, que se puede resumir en que allí nadie meaba fuera del tiesto (entiéndase en los sentidos literal y metafórico de la popular expresión). Y luego había detalles sorprendentes, como que la chica que te colocaba la pulsera que acreditaba que eras mayor de 18 años y podías consumir legalmente alcohol llevaba un hiyab musulmán. Estoy convencido de que en ello había un mensaje implícito, sea para desincentivar el consumo de alcohol o por demostrar que la organización es tan buenrollista que no tiene en cuenta la religión de los trabajadores a la hora de asignarles cualquier puesto. A mí de todos modos me pareció chocante. 

Nos habría gustado ir al primer día del festival, que tenía como cabezas de cartel a Antony y a Patti Smith, pero las entradas estaban agotadas desde hacía tiempo. En aquel momento nos quedaba el consuelo de que a Patti la podríamos ver en unos meses en Sevilla, pero me imagino que ya se habrán enterado de que canceló su concierto del Maestranza por razones un tanto abstrusas, así que nuestro gozo en un pozo. De modo que, como el segundo día tenía un interés muy limitado, sacamos entradas sólo para el tercero cuyo único aliciente era que cerraba con Björk. Esa tarde fuimos tempranito para evitar las colas en la recogida de entradas y el ritual de las pulseritas (no habría hecho falta porque ya digo que aquello funcionaba con eficacia escandinava), y aprovechamos para ver el final de la actuación de Fatoumata Diawara, una cantante de Malí muy mona y con grandes dotes de animadora. Luego nos fuimos al centro a cenar de mesa y mantel, que en este viaje íbamos de señores y no nos íbamos a comer un kebab sentados en un poyete.

A la vuelta nos encontramos con que ya estaba Buffy Sainte-Marie sobre el escenario y nos quedamos a verla más que nada por ir cogiendo sitio para el concierto de Björk, que preveíamos masivo como así fue. A vosotros jóvenes el nombre de Buffy Sainte-Marie no os dirá nada, pero en los sesenta y setenta tuvo bastante éxito entre los hippies con su aspecto de Pocahontas (pertenece a la nación Cree) y sus canciones contra el hombre blanco y la guerra en general. A mi señora, que ignoraba su existencia, le sorprendió que yo conociera muchas de sus canciones, pero es que uno, aunque no lo aparente, tiene ya una edad. Buffy tampoco se conserva nada mal para sus años, pero hay que decir que el rollo que lleva ahora, alternando sus temas folklóricos de siempre con desmelenadas invocaciones al Gran Manitú, resulta un tanto trasnochado.

Pero valió la pena soportar su concierto porque pudimos ver el de Björk desde una buena posición, cerca y centrados para disfrutar de su magnífica imaginería. La islandesa salió vestida como de gallina Caponata deconstruida, con dos músicos que se encargaban de todo y un coro de adolescentes islandesas todas rubias y guapísimas. Y una enorme bobina Tesla controlada por midi muy espectacular, que utilizó para el tema Thunderbolt, y que luego recuperó para los bises finales, en los que además hubo pirotecnia y desmadre chamánico. El concierto nos encantó, ella cantó maravillosamente y salimos comentando que debería postularse para representar algún año a su país en Eurovisión, ahora que parece que vuelve el momento de los escandinavos excéntricos. Por cierto que todo acabó antes de la medianoche para que los asistentes pudieran volver a casa en transporte público. Nosotros preferimos hacerlo andando porque la noche era agradable y no estábamos lejos, pero nos parece un detalle digno de elogio, y así se lo hacemos saber a los promotores de conciertos de por aquí. 


Björk - Í Dansi Með ÞÉr (1990)

domingo, 16 de septiembre de 2012

Sobre arquitectos y tumbas

Como muy bien identificó Vidal en nuestro anterior post, el edificio que aparece en la última foto es la Stadsbibliotek, obra maestra del gran arquitecto sueco Gunnar Asplund. Lo más característico del edificio es la espectacular sala de consultas cilíndrica, con varios pisos de estanterías y coronada por una cúpula muy rebajada inapreciable desde el exterior. No hay mucha obra de Asplund en la capital, aunque su influencia sobre toda la arquitectura y el diseño escandinavos es innegable. Por ejemplo la tienda de muebles de diseño más notable de la ciudad se llama Asplund. Y es el que el diseño en Suecia es una religión. Aunque no existe un museo del diseño como tal, el Nationalmuseum dedica varias salas al tema donde se exhiben todo tipo de muebles y objetos icónicos, incluyendo algunos de Ikea. De hecho muchas tiendas de diseño parecen auténticos museos, por el modo como combinan en sus exposiciones piezas vintage originales, copias contemporáneas y elementos actuales.

La otra obra importante de Asplund en Estocolmo es Skogskyrkogården, el cementerio catalogado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad y donde se encuentra su tumba, muy discreta, junto a una pequeña tapia. La visión desde la entrada es de una extensión de césped perfectamente cuidada, y más parece campo de golf que camposanto. No hay a la vista elementos religiosos, salvo una enorme cruz que lo preside todo. En el folleto para la visita del lugar se insiste mucho, con esa vergüenza culpable típica de los cristianos progresistas, en que esa cruz no es un símbolo de una fe concreta, sino del ciclo de vida- muerte-vida, lo cual es una absoluta memez pues para eso podrían haber colocado con mayor rigor una esvástica o un círculo solar. Junto a la cruz están el crematorio y las capillas, que no pudimos visitar pues sólo se abren cuando hay funerales. Las zonas de enterramiento están repartidas por los bosques de pinos que rodean la pradera, en uno de cuyos rincones se encuentra, con privilegio de tener placita propia, la tumba de Greta Garbo. El efecto que se pretende lograr, y que desde mi punto de vista se consigue, es más de dulce melancolía que de tristeza, algo bastante habitual en estos cementerios del centro y norte de Europa.

Porque no fue éste el único que visitamos. Fieles a la tradición protestante, la mayoría de las iglesias de Estocolmo mantienen coquetos cementerios en sus jardines, que no son reliquias del pasado como en otras grandes ciudades sino que siguen activos a juzgar por las fechas de las lápidas. Una costumbre que nos sorprendió es que los suecos no llevan ramos de flores a las tumbas de sus seres queridos, sino que las plantan en la hierba de alrededor. Por otro lado, hay que agradecer a la iconoclastia calvinista la ausencia de esa relamida estatuaria religiosa propia de los cementerios católicos; sobre todo, nada de "ángeles llorosos", lo que para un asustadizo fan del Doctor Who es un alivio. Por el contrario, las tumbas de los niños suelen estar cubierta de juguetes; y hasta encontramos gestos de humor en algunas lápidas. Y como sucede en cualquier parque, en cuanto sale un rayito de sol el vecindario aprovecha para hacer picnic en bañador sin ningún respeto por lo sagrado del lugar. Que tampoco es algo que quite el sueño por aquellos lares, y de hecho la mayoría de las iglesias tienen sala de juegos para los niños y cafetería.

Otro edificio emblemático de la ciudad que visitamos fue el Stadshus o ayuntamiento. Aunque se trata de un edificio de principios del siglo XX, su autor Ragnar Östberg lo ideó como un palacio renacentista florentino. El interior es bastante heterogéneo, destacando por el pésimo gusto de su decoración la llamada Sala Dorada. En la Sala Azul, que pese a su nombre está cubierta de ladrillos de color rojo y que es la única que mantiene una cierta unidad estilística con el resto del edificio, es donde se celebra el banquete anual de los Premios Nobel. Por su parte la Sala Oval, con sus tapices y sus sillones estilo Imperio, es el lugar donde se celebran los enlaces civiles cuya ceremonia oficial, de creer a la guía que nos acompañaba, puede llegar a durar hasta treinta segundos. De lo que les informo por si, como es mi caso, aún no han contraído matrimonio debido a la desgana que produce lo farragoso del ritual.

El último icono arquitectónico que vamos a comentar es la torre Kaknäs, que es como se llama el pirulí de allí. Personalmente no me interesaba demasiado, pero se trataba de una recomendación de la guía Wallpaper, lo que para mi señora es sinónimo de lugar sagrado de peregrinaje, así que aprovechamos un día de senderismo por el parque natural urbano de Djurgården para acercarnos. E incluso subimos al mirador, que desde sus 150 metros es la mejor atalaya para hacerse una idea de la llanura que configura el paisaje del área metropolitana de Estocolmo. El edificio es todo lo feo que suelen ser las torres de comunicaciones de hormigón, y de nuevo confirma la pasión de los editores de Wallpaper por el brutalismo; pero por lo menos tiene una utilidad, no como las ya famosas "setas" de la plaza de la Encarnación de Sevilla, que a lo que parece son el nuevo asombro de modernos sin referencias y arquitectos sin gusto, tanto de acá como de afuera.


New Musik - Design (1981)

lunes, 10 de septiembre de 2012

Museos de Estocolmo

La primera semana de nuestra estancia en Estocolmo coincidió con la del orgullo gay, que allí se celebra por todo lo alto, con edificios públicos y autobuses urbanos engalanados con la bandera del arco iris. Dado el nivel de tolerancia de aquella sociedad y la avanzada legislación antidiscriminatoria de que disfruta, no sorprende que las jornadas se centraran más en lo lúdico que en lo reivindicativo. No pudimos asistir a ninguno de los espectáculos programados porque nuestro ritmo de vida monacal era incompatible con los horarios. Eso sí, por casualidad fuimos testigos del momento más gayer que ofrece la capital sueca a sus visitantes, y que no es otro que el cambio de la guardia en el Palacio Real. Soldaditos de opereta sin atisbo de marcialidad vestidos por una costurera del carnaval gaditano que interpretaban ridículos pasos de baile a modo de revista militar. Menos mal que al final salieron los caballitos a hacer el carrusel y medio salvaron el programa. Para que hasta la guía turística que llevábamos advirtiera de que no se perdiera el tiempo pues se trataba de una ceremonia sin interés, así tenía que ser.

Los museos de Estocolmo tampoco son nada del otro jueves, aunque todos tienen su pequeño interés (tan pequeño en algunos casos que difícilmente compensa las cantidades que te cobran por la entrada). Porque además la mayoría, sean de arte clásico o moderno, caen en la memez que ya criticamos en su momento de retirar de las salas los fondos históricos para hacer sitio a exposiciones temporales con obras de muy inferior calidad. Eso sucede incluso en la joya de la corona, el Nationalmuseum, al que fuimos con el capricho de ver un raro cuadro de Goya, la llamada Alegoría de la Constitución de 1812, del que por mucho que lo buscamos nadie nos supo dar noticias. Sin embargo la mitad del edificio estaba ocupada por exposiciones temporales a cargo de los comisarios estrellas del momento que, bajo cualquier excusa banal, aprovechan  para juntar churras con merinas. Y lo mismo sucedía, aunque era más previsible, en el Moderna Museet, con el agravante de que aquí la exposición estrella del momento era una con documentos, vídeos e instalaciones de la época Fluxus de Yoko Ono. Siguen teniendo una buena colección, sobre todo de las desconocidas para nosotros vanguardias escandinavas, pero muchas de las obras maestras que aparecían en el catálogo no las vimos por ninguna parte. Eso sí, el edificio del museo, reconstruido casi totalmente por Moneo, es realmente bonito, y en la cafetería sirven uno de los mejores expresos de la ciudad.

Otro museo recomendable es el Historiska Museet, aunque está tomando una peligrosa deriva hacia un parque temático vikingo para niños. Por eso, si van con prisas, sáltense las salas dedicadas a los hombres del norte, que a fin de cuentas fueron otro pueblo de campesinos hambrientos sin mayor interés (aunque de cuando en vez les entrara el frenesí guerrero como en la película de Terry Jones), sáltense también la "sala del oro", que es como una joyería pija del barrio de Salamanca, y pasen directamente al arte medieval sueco, con sus monumentales retablos y sus esculturas talladas y policromadas en un estilo cercano al expresionismo, una auténtica sorpresa para la que ninguna historia del arte nos había preparado. A mi señora le gustó mucho el Museo de la Danza, que además era el único que se visitaba gratis, y que nos ilustró sobre los (para mí desconocidos) Ballets Suecos, compañía que en el periodo de entreguerras le hizo la competencia a los mucho más famosos Ballets Rusos de Diaghilev, y para la que compusieron obras músicos de la talla de Debussy, Milhaud, Satie o Albéniz, y diseñaron escenografías artistas como De Chirico, Leger o Picabia, algunos de cuyos bocetos y figurines originales se podían ver. Eso sí, el museo que más nos gustó a ambos, por haber conservado su encanto decimonónico sin caer en el infantilismo, fue el Biologiska Museet, un edificio de madera imitando el estilo de las construcciones vikingas diseñado para albergar un único e inmenso diorama que ilustra sobre la fauna de los territorios nórdicos mostrando animales disecados de todas las especies en actitudes "naturales" (más alguna locura taxidérmica como un híbrido de conejo y lechuza).

Finalmente, Estocolmo todo es un museo de escultura al aire libre, con obras en bronce de singular valor artístico. Un gran número de ellas son del omnipresente Carl Milles, que además tiene un museo propio en las afueras que no llegamos a visitar, pero hay muchas más de otros autores que dan una visión bastante exacta del desarrollo que alcanzó este arte en Escandinavia en los siglos XIX y XX, caracterizado por el culto a la forma humana, la elegancia de las líneas y una lectura frecuentemente simbólica. O, por expresarlo en otros términos, todo lo contrario de los monumentales mamarrachos que en los últimos años las autoridades sevillanas, atendiendo peticiones de cofradías, peñas taurinas o casetas de feria, han ido erigiendo por los espacios históricos de la ciudad para vergüenza de sus habitantes. Quieran los dioses de la guerra que a no mucho tardar seamos invadidos por el ejército rumano y en el saqueo arramblen con todo el bronce que encuentren en nuestras calles.


Balkan Beat Box - Bulgarian chicks (2007)

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Impresiones nórdicas

Primera tarde en Estocolmo. Tras deshacer las maletas salimos a cenar algo. Un par de calles más abajo encontramos un restaurante bonito llamado Kvarnen que ofrece comida tradicional a precios razonables (dentro de lo que cabe esperar). Como llegamos temprano conseguimos mesa fácilmente, pero el local se llena en seguida; muchos guiris, sobre todo orientales. La estrella del menú son unas bolas de carne que se parecen a nuestras albóndigas y no nos atraen demasiado, así que optamos por una sopa especiada muy consistente y arenques. Hice promesa mental de pedir algún día las tales albóndigas, pero al final me fui del país sin probarlas; tampoco creo que me haya perdido nada memorable. A la mañana siguiente buscamos el restaurante en la guía y nos enteramos de que se trata de uno de los lugares que aparecen reiteradamente en Millenium, la trilogía de Stieg Larsson que ninguno hemos leído. Es más, ni siquiera hemos visto las películas basadas en las novelas. Por eso ignorábamos que la mayor parte de su acción se desarrolla en nuestro barrio de Sodermalm, y que existe una ruta temática por los enclaves más significativos. Ni que decir tiene que pasamos de hacer la ruta. Nos fijamos, eso sí, en que muchas chicas del barrio adoptaban el look Salander: tatuajes, piercings y goticismos. No sabemos si por imitación, o más bien fue Larsson el que se inspiró en un estilo que, por los años en que compuso su obra, comenzaba a verse por la zona.

La cocina sueca, por lo que pudimos observar, no es demasiado variada, si bien los productos empleados son siempre de excelente calidad. Las cartas de los restaurantes suecos no suelen pasar de un par de páginas y son intercambiables de un restaurante a otro. De hecho fue curioso comprobar que los platos, la elaboración, la presentación e incluso el servicio eran casi idénticos en todas partes, aunque en algunos sitios cobraran el doble que en otros. Normalmente los locales caros eran aquellos que habían recibido buenas críticas en los medios, pero nunca llegamos a descubrir en qué se basaban los evaluadores para asignar sus estrellas. En Suecia también se nos hizo añicos el mito de que en Europa sólo se puede tomar un buen café en Italia, en Portugal y (cada vez menos) en España. El café sueco, que lo preparan y sirven al modo italiano, es excelente, y los nativos muy cafeteros. ¿A que no les pega?

Mención aparte merece el precio de las bebidas alcohólicas, que las hace prohibitivas para el viajero medio del arruinado sur de Europa. En los supermercados aún se puede comprar cerveza, si bien a precio de cantina de aeropuerto, pero en bares y restaurantes no esperen tomarse una por menos de siete euros. En cuanto al vino, más vale que se olviden de catarlo. Y sin embargo a los suecos se les ve trasegando a todas horas, ignoro si porque sus sueldos se lo permiten o porque ya tienen asumido ese gasto en el presupuesto mensual. Personalmente creo que el tener que valorar en cada momento si uno se toma una cerveza o no acaba siendo positivo en términos de salud. En España puede que no lleguemos a esos extremos pero la subida progresiva de los impuestos sobre el alcohol para adaptarnos a los estándares europeos es inevitable. Y si se retrasa es sólo por la presión de los poderosos lobbies de productores y hosteleros, que no en balde el mayor atractivo de nuestro país a ojos de una gran parte de nuestros vecinos continentales es el bajo precio de las bebidas embriagantes. Por eso, y porque si algún gobierno osara dificultar el acceso del pueblo soberano a su diversión favorita tendríamos el alzamiento asegurado.

Finalmente, el gran mito del país nórdico, al menos desde nuestra perspectiva carpetovetónica, las suecas, les aseguro que se basa en evidencias ciertas y demostrables. Ignoro si su incorporación al cine y el imaginario español allá pòr los sesenta tuvo un precedente histórico, o fue sólo la idealización de un arquetipo sexual primigenio, pero el hecho es que el objeto tenía y sigue teniendo su correlato real en los territorios hiperbóreos. Y no es que todas las suecas sean espectaculares, obviamente, pero sí un importante porcentaje; y de éstas no pocas alcanzan lo sublime. Aquellas tierras producen en concreto un tipo de mujer joven de piel nívea, pelo color oro blanco, rasgos perfectos y formas esculturales que cuando te las cruzas por la calle te provocan extrasístoles. Y no sólo lo digo yo, que en estas cuestiones suelo dejarme llevar por mi conocida lujuria. Hasta mi señora, cuando me veía con los ojos vueltos y babeando, como Homer Simpson imaginando una caja de rosquillas cubiertas de gominolas, ante la visión de una de estas diosas descendidas del Valhalla, en lugar de reñirme como tiene por costumbre acababa dándome la razón:

- Vale, sí, es muy mona, pero cierra ya la boca y deja de ponerte en evidencia que te está mirando todo el mundo.


Les Reed - Holiday With Raymond (The Girl on a Motorcycle BSO, 1968)

martes, 31 de julio de 2012

Estocolmo

Marta era médico, y murió el 24 de diciembre de 1990. Algunos meses antes se había ido de cooperante a El Salvador, a curar enfermos y esas cosas, pero convivir día a día con las tremendas injusticias de aquella sociedad le hizo ver las cosas de otro modo, quizás el único posible desde una perspectiva ética, y acabó uniéndose a la guerrilla del FMLN. Como médico, que no hay noticia de que participara en combates, pero para el caso lo mismo dio: la cazaron junto a otros compañeros en un ataque por sorpresa mientras celebraban la cena de nochebuena. Yo a Marta no llegué a conocerla, pero sí y mucho a su hermana Itziar, a la sazón la novia de mi mejor amigo.

En junio del año siguiente fui a Madrid a un homenaje que se organizó en su memoria. A la salida del acto, volviendo a la casa donde me quedaba, me fijé por casualidad en un cartel tamaño folio pegado en la pared que anunciaba un concierto al día siguiente de Einsturzende Neubauten en la sala Revolver. Yo ya los conocía por sus discos industriales (aún no habían entrado en la fase preciosista que inauguró el Tabula Rasa) e imaginaba algo intenso y musculoso, pero el ataque acústico a que nos sometieron aquella noche fue tan brutal como inesperado. A pesar de mis lagunas de memoria, todavía tengo en la cabeza la imagen de Blixa Bargeld subido en un carrito de supermercado frotando la broca de una taladradora contra un muelle de acero amplificado; y también recuerdo la sordera y el tinnitus que me acompañaron durante una semana larga.

Pasado un año de aquellos eventos mis amigos me invitaron a ir con ellos en verano a Estocolmo a visitar a José Luís, un compañero de guerrilla de Marta que tras resultar herido fue evacuado a Suecia por la Cruz Roja Internacional. Hay que recordar que, aunque por aquel entonces el gobierno sueco ya estaba en manos de la derecha, el país mantenía el espíritu socialdemócrata que lo había convertido en lugar de asilo para muchos refugiados políticos de todo el mundo. José Luís había acabado estableciéndose definitivamente en Estocolmo tras casarse con la enfermera que le atendió en el hospital durante su convalecencia, Elizabeth, una sueca rubia y de enormes dimensiones, con la que había tenido una niña preciosa llamada Matilda.
 
José Luís no daba precisamente el tipo de guerrillero. Bajito, lampiño, regordete, con el pelo crespo de los mayas y con una paciencia y una amabilidad a prueba de conflicto armado. Y ocasiones para ponerlas a prueba las tenía a diario. Una noche le acosó una pandilla de neonazis, que empezaban por aquel entonces a organizarse al rebufo de los nuevos gobernantes; pero José Luís, que había pasado años combatiendo en las selvas tropicales de su país contra mercenarios pertrechados por la CIA, no se iba a dejar amilanar por cuatro tarados por muy grandes que fuesen, así que les plantó cara, con su metro cincuenta y su cojera, y los puso en fuga. Eso sí, él lo contaba en voz bajita, sin darle importancia, como disculpándose. También nos habló del caso de otro amigo salvadoreño que había estado bajo la lupa de los servicios sociales por haberle dado un azote a su hija pequeña que estaba montando un pollo en el supermercado. En ese momento aquello nos pareció el colmo de la estupidez y nos mofamos de las situaciones ridículas a las que puede llevar la corrección política mal entendida. A la vista de lo que tenemos ahora en nuestro propio patio, está claro que del estado del bienestar sólo hemos sido capaces de copiar los aspectos folklóricos más prescindibles y ninguno de los fundamentales y necesarios.

En Estocolmo pasamos unos días alojados en el pequeño apartamento de José Luís, pero tampoco quisimos prolongar mucho tiempo la ocupación, de modo que alquilamos un coche y nos dirigimos hacia el norte. Nuestra idea era llegar hasta el círculo polar ártico y ver el sol de medianoche y las auroras boreales (suponiendo que ambos espectáculos celestes se den en agosto y sean concurrentes, algo que a día de la fecha sigo ignorando). Pero en vez de ir directamente, optamos por cruzar a Noruega y seguir la ruta de los fiordos, que es más bonita aunque obliga a frecuentes transbordos en ferry para cruzarlos. Por supuesto parando en todos los bosquecillos y laguitos que encontrábamos, que en aquel país se cuentan por miles, a hacer picnic y tirar unas fotos. Y claro, yendo en ese plan, no habíamos cubierto ni la cuarta parte del itinerario previsto cuando se nos acabaron los días de vacaciones y el dinero y tuvimos que volver. No llegamos al Cabo Norte como era nuestro irreal objetivo pero nos divertimos.

Este verano viajo de nuevo a Estocolmo, con más años y también con más presupuesto. Ya a la vuelta les contaré de las costumbres locales y las curiosidades más destacables.


The Sandals - Theme From The Endless Summer (1964)

miércoles, 18 de julio de 2012

Ciencias y letras

A raíz de la recomendación del libro de Goldacre me ha vuelto a la cabeza una de mis ideas recurrentes, que seguro que ya la habré comentado en algún otro foro, y que podría resumirse del siguiente modo: para que una persona de ciencias sea tenida por culta es preciso que demuestre un conocimiento más o menos extenso de historia, de literatura, de filosofía, de música y del resto de las artes llamadas bellas; por el contrario, la persona de letras que domina los citados campos del saber no necesita tener siquiera una noción básica de biología o de física para ser automáticamente considerada culta. Y nada más lejos de mi intención que dedicarme ahora a dar credenciales de cultureta, que además es un asunto que me trae muy sin cuidado. Es sólo que me resulta sorprendente que estas dos injustas varas de medir sean aceptadas sin más discusión por los interesados de una y otra rama del saber. 

Que hay gente de ciencia inculta y hasta semianalfabeta es algo que cualquiera que conozca un poco el medio no osará poner en duda. Por hablar sólo de mi entorno laboral, salvo contadísimas excepciones la mayoría de mis colegas, profesores universitarios, son personas sin lecturas ni inquietudes artísticas, siendo sus gustos en estas materias los del común de la gente ignorante. Saben lo mínimo de su área de conocimiento, y algunos ni eso. Por eso tiendo a juntarme más con los colegas de mi señora, que al ser de letras (incluso de muchas letras) tienen una conversación más amena y se aprende mucho con ellos. Porque además dominan la cultura actual, que es la principal asignatura pendiente de gran parte de los que se hacen pasar por cultos: su base de datos dejó de actualizarse en alguna década pasada (los sesenta, los setenta...) y a partir de ahí sólo son capaces de aportar al discurso topicazos simplificadores.

Pero volvamos a los culturetas de pata negra. Obviamente no les he examinado, pero estoy convencido de que todos ellos andan flojitos en el tema científico. Algunos hasta muestran un cierto desprecio por tales asuntos, convencidos de que fuera de sus aplicaciones prácticas, las cuestiones suscitadas por la ciencia no tienen demasiada trascendencia; pero la mayoría simplemente los considera demasiado complicados e incompatibles con las graves cuestiones que ocupan a su materia gris. Y no es así. Es cierto que la temática científica es inmensa y a nadie se le puede exigir un conocimiento amplio de toda ella. Sin ir más lejos, yo mismo reconozco mis deficiencias en campos tan importantes como la botánica o la geología. Pero hay conceptos fundamentales que son imprescindibles para poder comprender el mundo. Sólo en el terreno de la biología tenemos el funcionamiento celular, la transmisión del impulso nervioso, la replicación de los genes, la teoría evolutiva... Y abran hueco que viene la física.

Lo que trato de decir es que en nuestros días no cabe una interpretación del mundo puramente filosófica. El conocimiento científico sobre la materia y la vida es en este momento suficiente para dar explicaciones coherentes a cuestiones que antes se dejaban a la mera especulación. Es triste decirlo pero a la filosofía como fuente de conocimientos (no como género literario) le espera el mismo futuro que a la religión. Incluso campos donde a priori la especulación pura aún podría quedar a salvo del ataque de las ciencias, como la ética o la estética, terminarán siendo terreno de la neurociencia a medida que los comportamientos humanos vayan siendo relacionados con una determinada actividad neuronal.

Y no estamos hablando sólo de descubrimientos científicos recientes. La teoría de la evolución se propuso a mediados del siglo XIX, y los grandes hallazgos sobre los que se funda la física moderna, incluida la teoría cuántica, son de principios del XX. O sea que han tenido ya rodaje y tiempo para ser verificados. Y sin embargo se siguen desdeñando en el sistema educativo y entre la gente culta, a veces en favor de teorías ya anticuadas cuando no totalmente falsas. Porque los conceptos de la física moderna nos podrán parecer muy abstrusos e inaccesibles sin una fuerte base matemática; pero fue Einstein quien dijo que “la mayoría de las ideas fundamentales de la ciencia son esencialmente simples y pueden, como regla, ser expresadas en un lenguaje comprensible a todo el mundo”. Precisamente estos días ando enfrascado en un libro titulado “Quantum Theory Cannot Hurt You” en el que todos esos fenómenos disparatados que suceden a nivel atómico se explican de modo ameno y sin fórmulas matemáticas. Y resulta que el mundo cuántico, con sus partículas que aparecen y desaparecen a voluntad, con sus átomos que están en dos lugares a la vez, es el fundamento de la materia: es el mundo real. Y que lo que nosotros consideramos realidad, el mundo que conocemos, es sólo una excepción creada precisamente por nuestra presencia. Así que ya me dirán ustedes si es trascendente o no la ciencia.


Philip Glass - Knee Play 1 (de Einstein on the Beach, 1976)

jueves, 5 de julio de 2012

El libro que todos deben leer

Es cierto, últimamente sólo hablo de libros en el blog, pero es que mi vida es tan anodina que nada tengo que contarles salvo mis lecturas. Ahora que empieza la temporada de conciertos veraniegos al fresco igual me animo y les hablo de alguno. Por ejemplo, el miércoles de la semana pasada, mientras la población olvidaba los recortes económicos con el consabido espectáculo heroico-patriótico, un selecto puñado de ciudadanos disfrutamos en el patio del CICUS con la proyección de la prodigiosa Amanecer  de Murnau, con banda sonora compuesta para la ocasión e interpretada magistralmente por Dan Kaplan y sus chicos de Krooked Tree. Si se lo perdieron, o llegaron tarde y borrachos que al caso lo mismo da, en el pecado llevan la penitencia. También magnífico ha sido ciclo Electrochock, aunque de él no les contaré nada porque he vendido la exclusiva a la prestigiosa revista Go Mag y a ellos me debo.

Así que seguiremos con los libros. Y no con una marcianada más de las habituales, sino con uno de obligada lectura. Y creo que es la primera vez que cometo en este blog la ordinariez de decirles que se lean un libro, y espero que sea también la última; pero en este caso asumo el riesgo. Y estén seguros de que si lo hago es sólo por su bien. Bueno, el libro en cuestión se llama Bad Science y su autor, Ben Goldacre, es médico y columnista para asuntos científicos de The Guardian. Goldacre tiene también un blog con el mismo título, aunque últimamente lo actualiza incluso menos que yo él mío, que ya es decir. En cuanto al libro, tiene ya unos años, pero aquí seguimos fieles a la costumbre de distanciarnos de la actualidad. Creo que hay edición española aunque yo comento sobre la original inglesa.

El libro trata de ciencia pero también de salud. Concretamente del modo en que los temas científicos relacionados con la salud son presentados en los medios de comunicación. Porque no se confundan: quizás hoy la prensa hable mucho de física a raíz del hallazgo del bosón de Higgs, y hasta haya salido un prelado tranquilizando a los creyentes y asegurándoles que la dichosa partícula no tiene suficiente masa como para conmover los cimientos del dogma. Pero la mayoría de las noticias sobre ciencia que publican los periódicos están relacionadas con la medicina. Y el problema es que su enfoque suele ser, casi siempre, desorientador y sensacionalista. Goldacre lo atribuye sobre todo a la incompetencia de los redactores, personas de letras que piensan que los hallazgos científicos son ideas brillantes que surgen de pronto de la mente de señores con muchos títulos académicos; en lugar de considerarlos la conclusión de numerosos experimentos que tratan de descartar que los resultados obtenidos se deban al azar. Y claro, así les cuelan lo más grande.

Por sus páginas pasan muchas de las técnicas y teorías que tratan de vendernos como ciencia sin serlo: las dietas antioxidantes, la homeopatía, la cosmética antienvejecimiento o las “energías naturales” en sus múltiples acepciones. Y salen a la luz las prácticas torticeras y los mensajes engañosos que emplean sus promotores para llegar al gran público, sabiendo que si lo adoban todo con un lenguaje vagamente científico y lo decoran con un par de testimonios reales la industria periodística les hará la campaña publicitaria gratis. Casi todos los ejemplos están sacados de la prensa británica, y de algunos de los más polémicos en su momento como la pretendida relación del autismo con la vacuna triple vírica aquí apenas se supo, pero el escenario es extrapolable a los medios de nuestro país.

El libro es muy ameno y divertido por el modo en que ridiculiza y da caña a todos los implicados, citados casi siempre con nombres y apellidos. Pero sobre todo es muy didáctico, ya que explica con un lenguaje asequible incluso a los periodistas y demás gente de letras en qué consiste el método científico. Aplicado a las ciencias biomédicas, se describe con gran claridad lo que es un ensayo clínico, el famoso efecto placebo y su importancia, o las razones en las que nos basamos para recomendar una determinada intervención terapéutica y rechazar otra. Yo ya tengo pensado recomendarlo el año que viene a mis alumnos en lugar de todos esos tratados y manuales que luego ni los abren. Que aprendan por lo menos algo útil.


Jorge Ben – Os Alquimistas Estão Chegando Os Alquimistas (1974)

lunes, 25 de junio de 2012

Un erasmus de tiempos de Erasmo

Seguimos sin cambiar demasiado de tema con un curioso libro que acabo de terminar: el diario de Félix Platter, un estudiante de Medicina del siglo XVI. Y no sólo por lo que cuenta de la enseñanza de esta ciencia en el Renacimiento, que también, sino sobre todo por el retrato que dibuja de la Europa de su tiempo, una imagen sorprendente de un continente mucho más unido e integrado de lo que pudiéramos pensar. El título que el editor ha dado al volumen, Beloved son Felix, encabezamiento de las cartas que le escribiría su padre no se corresponde con su contenido que, como ya he dicho, es el extracto del diario que dejó escrito de sus días de estudiantes.

Félix era suizo, de Basilea, también otro centro intelectual de primera magnitud en aquellos años; y sin embargo su padre decide enviarlo a estudiar a Montpellier de la Francia, por considerar que aquella Universidad tenía mayor prestigio en la enseñanza de la Medicina. Al mismo tiempo, otros estudiantes, todos hijos de ricos mercaderes, hacían el viaje contrario, lo que daba lugar a un curiosísimo sistema de intercambio. Y es que los mercaderes utilizaban su red comercial de viajantes para sellar contratos de hospedaje y mantenimiento con otros padres de estudiantes en idéntica tesitura. Que en este siglo habremos inventado muchas cosas de tipo técnico, pero la mayoría de las relacionadas con el comercio y el trato social son más viejas que el hilo negro. Por otro lado, esa Europa asolada por pestes y guerras es un continuo ir y venir de viajeros, soldados, estudiantes, comerciantes y peregrinos. De hecho Félix no para de encontrarse con conocidos de su pueblo de los que recibe noticias de su familia y a quienes entrega cartas para los suyos. Que suelen consistir, como las de los estudiantes de cualquier época, en una sarta de mentiras acerca de sus progresos académicos y en la petición urgente de más dinero.

En cuanto a la vida de estudiante, tampoco difería demasiado de la actual. Básicamente consistía en acudir a aburridísimas lecciones impartidas en latín, y reunirse luego con los colegas para beber, ir a fiestas y rondar a las mozas. De vez en cuando, y si la justicia proveía de condenados, tenían la suerte de asistir a una clase de anatomía en la facultad, pero en la mayoría de los casos los cadáveres debían obtenerlos por los medios que ya se pueden imaginar y practicar las disecciones a escondidas. En cierta ocasión hasta hubieron de escapar por piernas de los monjes custodios del cementerio donde llevaban a cabo sus exhumaciones que les recibieron a ballestazo limpio. Nuestro amigo Félix tenía el problema añadido de su protestantismo, que le era tolerado en la católica Montpellier por ser de nación suiza, imagino que por no cargarse el negocio de los erasmus centroeuropeos. No obstante, vivir en una ciudad donde la quema de herejes era uno de los espectáculos educativos cotidianos no debía ser demasiado tranquilizador. El libro contiene también una de las primeras descripciones históricas de una huelga de estudiantes; para reivindicar, pásmense ustedes, que los negligentes profesores impatieran todas las clases por las que habían pagado. Ya les digo que eran otros tiempos.


Kayne West - Good Morning (2007)

jueves, 7 de junio de 2012

Breve noticia del Doctor Hidalgo de Agüero

Nació en Sevilla en 1531, ciudad en la que ejerció su profesión de médico y cirujano hasta su muerte en 1597. Alcanzó fama como el inventor del método de la vía seca o particular en el tratamiento de las heridas. Hay que recordar que la vía común o húmeda, la que venía empleándose desde tiempos de Galeno, se basaba en la curación de las heridas por segunda intención. Esto implicaba dificultar la cicatrización realizando frecuentes drenajes, con el fin de evitar la gangrena. El objetivo se consideraba alcanzado cuando de la herida manaba el "pus laudable", que para la escuela galénica era un paso necesario para la curación. Por eso, cuando el pus se negaba a fluir, había que provocarlo con hierros y cauterios, lo que causaba grandes sufrimientos a los desdichados pacientes y una alta mortalidad.

A lo largo de la historia fueron varios los cirujanos que se opusieron a tan bárbaro método usando el sentido común y su propia experiencia clínica, pero chocaban siempre contra el muro del dogmatismo galénico que imponía sus prácticas bajo el indiscutible argumento de la autoridad de un médico romano del siglo II. Entre esos adelantados estaba Bartolomé Hidalgo de Agüero, quien en 1584 publicó en Sevilla un pliego titulado Avisos particulares de cirugía contra la común opinión, defendiendo la curación de las heridas por primera intención. Su método consistía en limpiar las heridas con vino blanco, eliminar cualquier tejido dañado, aproximar los bordes, aplicar sustancias astringentes para evitar la maceración y cubrir con un vendaje compresivo. Es decir,  y salvando las distancias, un procedimiento muy parecido al que se emplea en la actualidad. Aunque lo mejor es la defensa que hace Agüero de su novedosa técnica, no invocando su autorictas académica, sino comparando las estadísticas de mortalidad de los pacientes tratados por él utilizando ambos métodos; un auténtico ensayo clínico avant la lettre que demuestra sin ningún genero de dudas la supremacía de la vía seca sobre la vía común.

La fama de hábil cirujano de Hidalgo de Agüero era tan notoria que los bravos de Sevilla de la época, en el trance de acometerse a cuchillo, solían exclamar: ¡A Dios me encomiendo, y al Doctor Hidalgo de Agüero! Y también se cuenta que tras su muerte los tales bravos se miraban mucho en lo de reñir. El hospital donde nuestro Doctor ejerció su ciencia era llamado el Hospital del Cardenal en honor a Don Juan de Cervantes, que lo fue de Sevilla y quien lo fundó en el siglo XV. El Cardenal Cervantes está enterrado en la Catedral, en un espectacular sepulcro obra de Mercadante de Bretaña. Por su parte Hidalgo de Agüero está enterrado en la Iglesia de San Juan de la Palma, en cuya collación vivió la mayor parte de su vida, donde hay un azulejo que lo recuerda. El Hospital del Cardenal fue luego asilo y acabó como hospicio. Fue derribado en los años 50, como tantos edificios históricos de la ciudad, para abrir la actual calle Francisco Carrión Mejías (para que se orienten, donde está el Instituto Velázquez). Pues bien, reto a cualquiera de ustedes a que nos dé noticia del tal Carrión Mejías, otro oscuro personajillo de esa grey sacristanesca que medra alrededor de las cofradías de semana santa y que, de cuando en vez y por razones inexplicables, acaba subiendo a las paredes del callejero sevillano. Y nada de callejuelas del extrarradio: calles señoriales en el centro histórico. Y ahí tenemos a nuestro insigne Doctor Hidalgo de Agüero, dando nombre como por limosna a un oscuro pasaje de una decena de metros entre Castellar y Menjíbar. Así nos va.


Deller Consort - We be soldiers three (Anónimo s. XVI)

viernes, 1 de junio de 2012

The Witch Cult in Western Europe

La primera vez que tuve noticia de este libro fue hace mucho tiempo y en Lovecraft, un escritor del que era muy fan allá por mi adolescencia. Primero en El horror de Red Hook, y luego en La llamada de Cthulhu, aparece citado como una de esas lecturas poco recomendables que se encuentran en las habitaciones de los desdichados que caen en la locura por tratar de desvelar secretos que mejor que hubieran permanecido ocultos. Aunque en este caso, y sorprendentemente, el libro no era un producto de la imaginación del autor como el archifamoso Necronomicon, sino real y escrito por una antropóloga británica llamada Margaret Murray. Ya avisaba de este hecho Rafael Llopis en su estudio introductorio a Los Mitos de Cthulhu que editara Alianza, y desde que me enteré lo estuve buscando, imaginando que contendría historias jugosas de aquelarres y otras brujerías. Y ahora que casualmente lo he encontrado en la web del Proyecto Gutenberg,  les puedo decir que se trata de un trabajo eminentemente académico pero que gustará también a los amantes de lo esotérico y lo siniestro.

Margaret Alice Murray nació en Calcuta en 1863 y murió a la avanzada edad de cien años. Fue discípula del famoso egiptólogo Sir Flinders Petrie, y una autoridad ella misma en ese campo. Y ahora un inciso: si van a Londres y quieren visitar un museo fascinante y al mismo tiempo desconocido, vayan al Museo Petrie. Es dificilísimo de encontrar, pues está situado en la segunda planta de un edificio de la University College London sin apenas indicaciones. Y más que un museo es una colección científica, con vitrinas en las que se acumulan como en un rastrillo miles de objetos del Antiguo Egipto, desde simples trozos de cerámica hasta momias y sarcófagos, todos identificados con sencillas fichas de papel. Reconozco que puede ser una experiencia agotadora, pero vale la pena aunque sólo sea por ver cómo se exponían los hallazgos arqueológicos antes de que los museos se convirtieran en parques temáticos para niños. Y aprovecho para introducir una segunda digresión dentro de ésta: Petrie, como tantos sabios de su tiempo, era un ferviente partidario de la eugenesia y por ende un tanto racista. Tanto que, cuando falleció en Palestina en 1942 mientras participaba en una misión arqueológica, dejó dispuesto que su cabeza fuera enviada a Londres para que pudieran estudiar el cerebro de un auténtico genio británico. Lamentablemente la situación bélica del momento, con el mariscal Rommel amenazando las vías de comunicación, impidieron el traslado de tan privilegiado cráneo, que quedó en Jerusalén conservado en formol. Las condiciones no debieron de ser las óptimas porque cuando acabada la guerra finalmente llegó a Londres (en un paquete con la etiqueta de "antigüedad") nadie reconoció en aquella cabeza al ilustre profesor Petrie, que parecía haberse vuelto mucho más joven y hasta incluso (horror!) de raza semítica. La cabeza se sigue guardando en el Royal College of Surgeons (otro museo muy recomendable) aunque no se muestra a las visitas. Pero volvamos a Murray y su libro.

La tesis que defiende The Witch Cult, que como su título indica no tiene nada que ver con la Egiptología, se podría resumir del siguiente modo: Los rituales descritos en los procesos de brujería celebrados en toda Europa desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVIII corresponden a los restos de una religión agraria neolítica, confundida por los colonizadores romanos con el culto a Diana, que sobrevivió en el ámbito rural a los sucesivos intentos cristianos de erradicarla. A muchos les sonará el tema de películas como The Wicker Man (1973), y de hecho en nuestros días esta misma teoría, con algunas variaciones, ha sido recuperada por autores como Carlo Ginzburg quien en su Historia Nocturna interpreta el aquelarre bajo un prisma similar. Y es que el libro fue muy popular en su momento, contribuyendo a sentar las bases del moderno movimiento neopagano en las Islas Británicas. Sin embargo, la acogida que le dispensaron sus colegas científicos distó mucho de ser tan entusiasta. Y en honor a la verdad hay que decir que no les faltaba razón. Y es que, siempre a juicio de los críticos, Murray comete errores metodológicos de principiante. El primero, aceptar como hechos verídicos los recogidos por los inquisidores en los procesos por brujería, sin tener el cuenta la capacidad de fabulación de los reos y el grado de manipulación interesada a que pudieran haber sido sometidos. Y el segundo, aún más grave, emplear en su pesquisa la táctica denominada cherry picking, que consiste en usar sólo aquellos datos que apoyan la tesis defendida, descartando los desfavorables. Esto último es algo bastante frecuente en el ámbito científico - elaborar primero la teoría y seleccionar luego los datos que la respaldan - y de hecho en su momento se acusó de lo mismo a Sir James Frazier, aunque ningún erudito tuviera los redaños de desmontar críticamente los doce tomos de La Rama Dorada.

Y ya que hablamos de Frazier hay que decir que Murray fue una fervorosa defensora de su conocida teoría del rey sagrado, casado con la diosa (o su representante terrestre) y sacrificado periódicamente en un rito de fertilidad; tanto que llegó a explicar todas las muertes violentas acaecidas en el trono inglés, que no fueron pocas, en clave de asesinatos rituales. Huelga decir que semejante interpretación conspiranoica de la Historia no le hizo ganarse precisamente la confianza del sector académico más ortodoxo. Como tampoco su conclusión, sostenida con pinzas, de que Juana de Arco y Gilles de Rais, amén de otros conspicuos personajes históricos, eran todos ellos fieles seguidores de la antigua religión.

Críticas aparte, se trata un libro muy interesante y  ameno; ya saben, aquello de que si non e vero e ben trovato.  Sobre todo porque está construido sobre testimonios de primera mano, lo que lo convierte en un precioso documento acerca de la vida cotidiana de las brujas en la vieja Europa. El problema es que las citas de los procesos por brujería, que ocupan una parte importante de sus páginas, son transcritas literalmente. Y aunque el inglés antiguo se entiende sin demasiado esfuerzo, cuando el sumario de la causa está redactado en dialecto escocés, en francés o incluso en alemán, y no se cuenta con el consuelo de una traducción, la cosa se complica. Pero bueno, tampoco entendemos la mayoría de las veces lo que escribe Cesar Antonio Molina, y a pesar de ello, poniendo un poco de buena voluntad, nos hacemos una idea de lo que quiere contar. Pues algo así.


The Incredible String Band - Witches Hat (1968)

martes, 29 de mayo de 2012

Astenia primaveral

Más de un mes sin actualizar. Imperdonable, ya lo sé. Y tampoco es que haya una razón de peso que lo justifique. Sí, ciertamente estuve una semana aislado y sin internet, pero precisamente el objetivo del retiro espiritual era tomar fuerzas para afrontar la última temporada bloguera. También he estado unos días enfermo, aunque no incapacitado para escribir, por lo que tampoco es disculpa. Mejor excusa es lo de la astenia primaveral. Durante muchos años he negado su existencia, y atribuía la sintomatología a efectos secundarios de los antihistamínicos que me veía obligado a consumir para combatir las alergias estacionales, pero hace ya años que éstas dejaron de afligirme con lo que he podido prescindir de tan molestos fármacos; y sin embargo la apatía, la dificultad de movimientos, la lentitud de pensamiento y acción, vuelven como un reloj por estas fechas, y suponen un devastador acompañamiento somático a  los síntomas de mi famosa pereza crónica. Afortunadamente el calor veraniego empieza ya a agostar las flores polinizadoras con lo que voy saliendo del marasmo. Así que recupero el buen hábito de la escritura con uno de esos aburridos post autorreferenciales antes de enfrentarme a tareas de más enjundia. Y es que en estos días de desidia existencial, cuando me entraba el remordimiento por el abandono a que tenía sometido al blog, siempre acababa planteándome la misma pregunta: Qué es lo que hace que una persona con muchas otras obligaciones que atender pierda el tiempo manteniendo un blog (o lo que diantres sea esto)?

En mi caso, creo que ya lo he dicho, es una manera de sublimar el eterno deseo de una columna en la prensa o de un programa de radio desde donde exponer mi visión del mundo. Ahora con la experiencia acumulada reconozco que el blog tiene otras ventajas: nadie te pide credenciales para abrirlo y gozas de mucha mayor libertad para decir impertinencias, que es algo que me gusta. Y obviamente lo hago porque creo que se me da bien lo de escribir, que si albergara la más remota sospecha de que el proyecto en el que estoy trabajando no tuviera la calidad exigible me retiraría de él. Mi señora no se cansa de repetir que con mi talento debería escribir un libro, pensando en que de ese modo su círculo de culturetas empezaría a valorarme. Como a mí se me da una higa la opinión de sus culturetas y además considero que escribir un libro es algo mucho más serio que contar cuatro pamplinas cuando se te ocurren, prefiero dedicar mis energías a mantener este blog en un nivel digno en lugar de meterme en empresas para las que no creo estar capacitado.

Pero vayamos más allá: qué ganan los blogueros; qué gano yo con este continuo derroche gratuito de talento? Pues reconocimiento, que no es poco. Que conste que yo preferiría que me pagaran por ello, pero en no habiendo empresarios de la comunicación interesados me conformo con el cariño de este público que tanto me quiere. En sentido literal, puesto que la mayoría de quienes me leen son amigos. Algunos hasta se pasan por aquí de vez en cuando a saludar; otros se limitan a reñirme cuando no actualizo con la debida frecuencia. Y sospecho que alguno más debe de haber oculto por ahí. Así que para todos ellos, por todos ustedes, vuelvo de nuevo a los ruedos tras mi última espantada. Qué remedio! Si hasta mis alumnos han decretado un paro académico para que tenga más tiempo libre que dedicar al blog... Qué otra cosa me queda?

Ah, y lo de la buena música, ya saben. 


Sanae Petchaboon - Pen Jung Dai