La primera vez que vine a Estocolmo, Ilyich Rivas aún no había nacido. Y en esta segunda lo hemos visto dirigiendo a la Filarmónica de la ciudad en una animada versión para orquesta de la música que compusiera Leonard Bernstein para West Side Story. El tiempo, que pasa demasiado rápido. Tampoco es que el director o el programa nos interesaran gran cosa, que aquello era, salvando las distancias, como una de esas novilladas veraniegas de promoción. Pero teníamos curiosidad por conocer el Konserthuset, la sala donde se entregan los Premios Nobel, y en lugar de pagar por la visita guiada nos pareció mejor idea ir a un concierto; y éste era el único que estaba programado para esas fechas. El edificio es de los años 20 y está construido en estilo neoclasicista. La sala nos recordó mucho al Concertgebouw de Amsterdam, que vimos el año pasado, aunque ésta es bastante más pequeña; y de hecho no nos explicamos como se las arreglan para meter a tanta gente el día de los premios.
En el mismo teatro actuó unos días después Madeleine Peyroux, que ni
nos gusta ni nada, pero fuimos por idéntica razón. En este caso para ver la
sala dedicada a los conciertos de cámara, y que recibe el nombre de Grünewaldsalen
por el pintor que decoró sus paredes. No confundir con el maestro alemán del
Renacimiento; este Grünewald era un artista de principios del siglo XX que se
movía por los terrenos del simbolismo y el expresionismo. La sala es realmente
preciosa, con paredes y techos cubiertos de alegorías y escenas mitológicas, en
un estilo que se da un aire a los dibujos de Enrique Herreros para La Codorniz; y conste que lo digo en
tono elogioso. En cuanto al concierto en sí, fue todo lo aburrido y previsible
que cabía esperar. Lo único que nos sorprendió fue el público, que estaba formado
en su mayoría por venerables ancianos, cuando aquí en España la Peyroux es una
artista de progres. Cosas de cada país.
Y antes de que los pocos lectores que nos quedan salgan
huyendo de este blog de viejunos, les adelanto que también fuimos a un festival
de música moderna, el Stockholm Music & Arts. El concepto de este festival es muy similar al de Territorios,
e incluso pareciera que les hubiesen copiado la idea. Y es que se celebraba en la
trasera de un museo de arte contemporáneo, durante tres días, y con
predominio de la cosa étnica junto a estrellonas de una cierta edad para atraer al
público pudiente como nosotros. Pero ahí acababan las semejanzas, pues el planteamiento del de Estocolmo era mucho más respetuoso con el siempre sufrido aficionado. Para empezar el hecho de tener un solo
escenario, lo cual permite ver conciertos completos sin complejo de culpa. También
el aspecto hostelero funcionaba bastante mejor, con multitud de barras y
puestos de comida; y hasta vendían tabaco. Aunque el mayor contraste lo notamos
en la actitud del público, que se puede resumir en que allí nadie meaba fuera
del tiesto (entiéndase en los sentidos literal y metafórico de la popular
expresión). Y luego había detalles sorprendentes, como que la chica que te
colocaba la pulsera que acreditaba que eras mayor de 18 años y podías consumir
legalmente alcohol llevaba un hiyab musulmán. Estoy convencido de que en ello
había un mensaje implícito, sea para desincentivar el consumo de alcohol o por
demostrar que la organización es tan buenrollista que no tiene en cuenta la
religión de los trabajadores a la hora de asignarles cualquier puesto. A mí de todos
modos me pareció chocante.
A la vuelta nos encontramos con que ya estaba Buffy Sainte-Marie
sobre el escenario y nos quedamos a verla más que nada por ir cogiendo sitio
para el concierto de Björk, que preveíamos masivo como así fue. A vosotros jóvenes
el nombre de Buffy Sainte-Marie no os dirá nada, pero en los sesenta y setenta
tuvo bastante éxito entre los hippies con su aspecto de Pocahontas (pertenece a
la nación Cree) y sus canciones contra el hombre blanco y la guerra en general.
A mi señora, que ignoraba su existencia, le sorprendió que yo conociera muchas de sus canciones, pero es que
uno, aunque no lo aparente, tiene ya una edad. Buffy tampoco se conserva nada mal para sus
años, pero hay que decir que el rollo que lleva ahora, alternando sus temas
folklóricos de siempre con desmelenadas invocaciones al Gran Manitú, resulta un
tanto trasnochado.
Pero valió la pena soportar su concierto porque pudimos ver
el de Björk desde una buena posición, cerca y centrados para disfrutar de su magnífica imaginería. La islandesa
salió vestida como de gallina Caponata deconstruida, con dos músicos que se encargaban de
todo y un coro de adolescentes islandesas todas rubias y guapísimas. Y una enorme bobina
Tesla controlada por midi muy espectacular, que utilizó para el tema
Thunderbolt, y que luego recuperó para los bises finales, en los que además hubo
pirotecnia y desmadre chamánico. El concierto nos encantó, ella cantó
maravillosamente y salimos comentando que debería postularse para representar
algún año a su país en Eurovisión, ahora que parece que vuelve el momento de los escandinavos
excéntricos. Por cierto que todo acabó antes de la medianoche para que los
asistentes pudieran volver a casa en transporte público. Nosotros preferimos
hacerlo andando porque la noche era agradable y no estábamos lejos, pero nos
parece un detalle digno de elogio, y así se lo hacemos saber a los promotores de
conciertos de por aquí.
Björk - Í Dansi Með ÞÉr (1990)