sábado, 22 de septiembre de 2012

Conciertos estivales


La primera vez que vine a Estocolmo, Ilyich Rivas aún no había nacido. Y en esta segunda lo hemos visto dirigiendo a la Filarmónica de la ciudad en una animada versión para orquesta de la música que compusiera Leonard Bernstein  para West Side Story. El tiempo, que pasa demasiado rápido. Tampoco es que el director o el programa nos interesaran gran cosa, que aquello era, salvando las distancias, como una de esas novilladas veraniegas de promoción. Pero teníamos curiosidad por conocer el Konserthuset, la sala donde se entregan los Premios Nobel, y en lugar de pagar por la visita guiada nos pareció mejor idea ir a un concierto; y éste era el único que estaba programado para esas fechas. El edificio es de los años 20 y está construido en estilo neoclasicista. La sala nos recordó mucho al Concertgebouw de Amsterdam, que vimos el año pasado, aunque ésta es bastante más pequeña; y de hecho no nos explicamos como se las arreglan para meter a tanta gente el día de los premios.  

En el mismo teatro actuó unos días después Madeleine Peyroux, que ni nos gusta ni nada, pero fuimos por idéntica razón. En este caso para ver la sala dedicada a los conciertos de cámara, y que recibe el nombre de Grünewaldsalen por el pintor que decoró sus paredes. No confundir con el maestro alemán del Renacimiento; este Grünewald era un artista de principios del siglo XX que se movía por los terrenos del simbolismo y el expresionismo. La sala es realmente preciosa, con paredes y techos cubiertos de alegorías y escenas mitológicas, en un estilo que se da un aire a los dibujos de Enrique Herreros para La Codorniz; y conste que lo digo en tono elogioso. En cuanto al concierto en sí, fue todo lo aburrido y previsible que cabía esperar. Lo único que nos sorprendió fue el público, que estaba formado en su mayoría por venerables ancianos, cuando aquí en España la Peyroux es una artista de progres. Cosas de cada país.

Y antes de que los pocos lectores que nos quedan salgan huyendo de este blog de viejunos, les adelanto que también fuimos a un festival de música moderna, el Stockholm Music & Arts. El concepto de este festival es muy similar al de Territorios, e incluso pareciera que les hubiesen copiado la idea. Y es que se celebraba en la trasera de un museo de arte contemporáneo, durante tres días, y con predominio de la cosa étnica junto a estrellonas de una cierta edad para atraer al público pudiente como nosotros. Pero ahí acababan las semejanzas, pues el planteamiento del de Estocolmo era mucho más respetuoso con el siempre sufrido aficionado. Para empezar el hecho de tener un solo escenario, lo cual permite ver conciertos completos sin complejo de culpa. También el aspecto hostelero funcionaba bastante mejor, con multitud de barras y puestos de comida; y hasta vendían tabaco. Aunque el mayor contraste lo notamos en la actitud del público, que se puede resumir en que allí nadie meaba fuera del tiesto (entiéndase en los sentidos literal y metafórico de la popular expresión). Y luego había detalles sorprendentes, como que la chica que te colocaba la pulsera que acreditaba que eras mayor de 18 años y podías consumir legalmente alcohol llevaba un hiyab musulmán. Estoy convencido de que en ello había un mensaje implícito, sea para desincentivar el consumo de alcohol o por demostrar que la organización es tan buenrollista que no tiene en cuenta la religión de los trabajadores a la hora de asignarles cualquier puesto. A mí de todos modos me pareció chocante. 

Nos habría gustado ir al primer día del festival, que tenía como cabezas de cartel a Antony y a Patti Smith, pero las entradas estaban agotadas desde hacía tiempo. En aquel momento nos quedaba el consuelo de que a Patti la podríamos ver en unos meses en Sevilla, pero me imagino que ya se habrán enterado de que canceló su concierto del Maestranza por razones un tanto abstrusas, así que nuestro gozo en un pozo. De modo que, como el segundo día tenía un interés muy limitado, sacamos entradas sólo para el tercero cuyo único aliciente era que cerraba con Björk. Esa tarde fuimos tempranito para evitar las colas en la recogida de entradas y el ritual de las pulseritas (no habría hecho falta porque ya digo que aquello funcionaba con eficacia escandinava), y aprovechamos para ver el final de la actuación de Fatoumata Diawara, una cantante de Malí muy mona y con grandes dotes de animadora. Luego nos fuimos al centro a cenar de mesa y mantel, que en este viaje íbamos de señores y no nos íbamos a comer un kebab sentados en un poyete.

A la vuelta nos encontramos con que ya estaba Buffy Sainte-Marie sobre el escenario y nos quedamos a verla más que nada por ir cogiendo sitio para el concierto de Björk, que preveíamos masivo como así fue. A vosotros jóvenes el nombre de Buffy Sainte-Marie no os dirá nada, pero en los sesenta y setenta tuvo bastante éxito entre los hippies con su aspecto de Pocahontas (pertenece a la nación Cree) y sus canciones contra el hombre blanco y la guerra en general. A mi señora, que ignoraba su existencia, le sorprendió que yo conociera muchas de sus canciones, pero es que uno, aunque no lo aparente, tiene ya una edad. Buffy tampoco se conserva nada mal para sus años, pero hay que decir que el rollo que lleva ahora, alternando sus temas folklóricos de siempre con desmelenadas invocaciones al Gran Manitú, resulta un tanto trasnochado.

Pero valió la pena soportar su concierto porque pudimos ver el de Björk desde una buena posición, cerca y centrados para disfrutar de su magnífica imaginería. La islandesa salió vestida como de gallina Caponata deconstruida, con dos músicos que se encargaban de todo y un coro de adolescentes islandesas todas rubias y guapísimas. Y una enorme bobina Tesla controlada por midi muy espectacular, que utilizó para el tema Thunderbolt, y que luego recuperó para los bises finales, en los que además hubo pirotecnia y desmadre chamánico. El concierto nos encantó, ella cantó maravillosamente y salimos comentando que debería postularse para representar algún año a su país en Eurovisión, ahora que parece que vuelve el momento de los escandinavos excéntricos. Por cierto que todo acabó antes de la medianoche para que los asistentes pudieran volver a casa en transporte público. Nosotros preferimos hacerlo andando porque la noche era agradable y no estábamos lejos, pero nos parece un detalle digno de elogio, y así se lo hacemos saber a los promotores de conciertos de por aquí. 


Björk - Í Dansi Með ÞÉr (1990)

domingo, 16 de septiembre de 2012

Sobre arquitectos y tumbas

Como muy bien identificó Vidal en nuestro anterior post, el edificio que aparece en la última foto es la Stadsbibliotek, obra maestra del gran arquitecto sueco Gunnar Asplund. Lo más característico del edificio es la espectacular sala de consultas cilíndrica, con varios pisos de estanterías y coronada por una cúpula muy rebajada inapreciable desde el exterior. No hay mucha obra de Asplund en la capital, aunque su influencia sobre toda la arquitectura y el diseño escandinavos es innegable. Por ejemplo la tienda de muebles de diseño más notable de la ciudad se llama Asplund. Y es el que el diseño en Suecia es una religión. Aunque no existe un museo del diseño como tal, el Nationalmuseum dedica varias salas al tema donde se exhiben todo tipo de muebles y objetos icónicos, incluyendo algunos de Ikea. De hecho muchas tiendas de diseño parecen auténticos museos, por el modo como combinan en sus exposiciones piezas vintage originales, copias contemporáneas y elementos actuales.

La otra obra importante de Asplund en Estocolmo es Skogskyrkogården, el cementerio catalogado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad y donde se encuentra su tumba, muy discreta, junto a una pequeña tapia. La visión desde la entrada es de una extensión de césped perfectamente cuidada, y más parece campo de golf que camposanto. No hay a la vista elementos religiosos, salvo una enorme cruz que lo preside todo. En el folleto para la visita del lugar se insiste mucho, con esa vergüenza culpable típica de los cristianos progresistas, en que esa cruz no es un símbolo de una fe concreta, sino del ciclo de vida- muerte-vida, lo cual es una absoluta memez pues para eso podrían haber colocado con mayor rigor una esvástica o un círculo solar. Junto a la cruz están el crematorio y las capillas, que no pudimos visitar pues sólo se abren cuando hay funerales. Las zonas de enterramiento están repartidas por los bosques de pinos que rodean la pradera, en uno de cuyos rincones se encuentra, con privilegio de tener placita propia, la tumba de Greta Garbo. El efecto que se pretende lograr, y que desde mi punto de vista se consigue, es más de dulce melancolía que de tristeza, algo bastante habitual en estos cementerios del centro y norte de Europa.

Porque no fue éste el único que visitamos. Fieles a la tradición protestante, la mayoría de las iglesias de Estocolmo mantienen coquetos cementerios en sus jardines, que no son reliquias del pasado como en otras grandes ciudades sino que siguen activos a juzgar por las fechas de las lápidas. Una costumbre que nos sorprendió es que los suecos no llevan ramos de flores a las tumbas de sus seres queridos, sino que las plantan en la hierba de alrededor. Por otro lado, hay que agradecer a la iconoclastia calvinista la ausencia de esa relamida estatuaria religiosa propia de los cementerios católicos; sobre todo, nada de "ángeles llorosos", lo que para un asustadizo fan del Doctor Who es un alivio. Por el contrario, las tumbas de los niños suelen estar cubierta de juguetes; y hasta encontramos gestos de humor en algunas lápidas. Y como sucede en cualquier parque, en cuanto sale un rayito de sol el vecindario aprovecha para hacer picnic en bañador sin ningún respeto por lo sagrado del lugar. Que tampoco es algo que quite el sueño por aquellos lares, y de hecho la mayoría de las iglesias tienen sala de juegos para los niños y cafetería.

Otro edificio emblemático de la ciudad que visitamos fue el Stadshus o ayuntamiento. Aunque se trata de un edificio de principios del siglo XX, su autor Ragnar Östberg lo ideó como un palacio renacentista florentino. El interior es bastante heterogéneo, destacando por el pésimo gusto de su decoración la llamada Sala Dorada. En la Sala Azul, que pese a su nombre está cubierta de ladrillos de color rojo y que es la única que mantiene una cierta unidad estilística con el resto del edificio, es donde se celebra el banquete anual de los Premios Nobel. Por su parte la Sala Oval, con sus tapices y sus sillones estilo Imperio, es el lugar donde se celebran los enlaces civiles cuya ceremonia oficial, de creer a la guía que nos acompañaba, puede llegar a durar hasta treinta segundos. De lo que les informo por si, como es mi caso, aún no han contraído matrimonio debido a la desgana que produce lo farragoso del ritual.

El último icono arquitectónico que vamos a comentar es la torre Kaknäs, que es como se llama el pirulí de allí. Personalmente no me interesaba demasiado, pero se trataba de una recomendación de la guía Wallpaper, lo que para mi señora es sinónimo de lugar sagrado de peregrinaje, así que aprovechamos un día de senderismo por el parque natural urbano de Djurgården para acercarnos. E incluso subimos al mirador, que desde sus 150 metros es la mejor atalaya para hacerse una idea de la llanura que configura el paisaje del área metropolitana de Estocolmo. El edificio es todo lo feo que suelen ser las torres de comunicaciones de hormigón, y de nuevo confirma la pasión de los editores de Wallpaper por el brutalismo; pero por lo menos tiene una utilidad, no como las ya famosas "setas" de la plaza de la Encarnación de Sevilla, que a lo que parece son el nuevo asombro de modernos sin referencias y arquitectos sin gusto, tanto de acá como de afuera.


New Musik - Design (1981)

lunes, 10 de septiembre de 2012

Museos de Estocolmo

La primera semana de nuestra estancia en Estocolmo coincidió con la del orgullo gay, que allí se celebra por todo lo alto, con edificios públicos y autobuses urbanos engalanados con la bandera del arco iris. Dado el nivel de tolerancia de aquella sociedad y la avanzada legislación antidiscriminatoria de que disfruta, no sorprende que las jornadas se centraran más en lo lúdico que en lo reivindicativo. No pudimos asistir a ninguno de los espectáculos programados porque nuestro ritmo de vida monacal era incompatible con los horarios. Eso sí, por casualidad fuimos testigos del momento más gayer que ofrece la capital sueca a sus visitantes, y que no es otro que el cambio de la guardia en el Palacio Real. Soldaditos de opereta sin atisbo de marcialidad vestidos por una costurera del carnaval gaditano que interpretaban ridículos pasos de baile a modo de revista militar. Menos mal que al final salieron los caballitos a hacer el carrusel y medio salvaron el programa. Para que hasta la guía turística que llevábamos advirtiera de que no se perdiera el tiempo pues se trataba de una ceremonia sin interés, así tenía que ser.

Los museos de Estocolmo tampoco son nada del otro jueves, aunque todos tienen su pequeño interés (tan pequeño en algunos casos que difícilmente compensa las cantidades que te cobran por la entrada). Porque además la mayoría, sean de arte clásico o moderno, caen en la memez que ya criticamos en su momento de retirar de las salas los fondos históricos para hacer sitio a exposiciones temporales con obras de muy inferior calidad. Eso sucede incluso en la joya de la corona, el Nationalmuseum, al que fuimos con el capricho de ver un raro cuadro de Goya, la llamada Alegoría de la Constitución de 1812, del que por mucho que lo buscamos nadie nos supo dar noticias. Sin embargo la mitad del edificio estaba ocupada por exposiciones temporales a cargo de los comisarios estrellas del momento que, bajo cualquier excusa banal, aprovechan  para juntar churras con merinas. Y lo mismo sucedía, aunque era más previsible, en el Moderna Museet, con el agravante de que aquí la exposición estrella del momento era una con documentos, vídeos e instalaciones de la época Fluxus de Yoko Ono. Siguen teniendo una buena colección, sobre todo de las desconocidas para nosotros vanguardias escandinavas, pero muchas de las obras maestras que aparecían en el catálogo no las vimos por ninguna parte. Eso sí, el edificio del museo, reconstruido casi totalmente por Moneo, es realmente bonito, y en la cafetería sirven uno de los mejores expresos de la ciudad.

Otro museo recomendable es el Historiska Museet, aunque está tomando una peligrosa deriva hacia un parque temático vikingo para niños. Por eso, si van con prisas, sáltense las salas dedicadas a los hombres del norte, que a fin de cuentas fueron otro pueblo de campesinos hambrientos sin mayor interés (aunque de cuando en vez les entrara el frenesí guerrero como en la película de Terry Jones), sáltense también la "sala del oro", que es como una joyería pija del barrio de Salamanca, y pasen directamente al arte medieval sueco, con sus monumentales retablos y sus esculturas talladas y policromadas en un estilo cercano al expresionismo, una auténtica sorpresa para la que ninguna historia del arte nos había preparado. A mi señora le gustó mucho el Museo de la Danza, que además era el único que se visitaba gratis, y que nos ilustró sobre los (para mí desconocidos) Ballets Suecos, compañía que en el periodo de entreguerras le hizo la competencia a los mucho más famosos Ballets Rusos de Diaghilev, y para la que compusieron obras músicos de la talla de Debussy, Milhaud, Satie o Albéniz, y diseñaron escenografías artistas como De Chirico, Leger o Picabia, algunos de cuyos bocetos y figurines originales se podían ver. Eso sí, el museo que más nos gustó a ambos, por haber conservado su encanto decimonónico sin caer en el infantilismo, fue el Biologiska Museet, un edificio de madera imitando el estilo de las construcciones vikingas diseñado para albergar un único e inmenso diorama que ilustra sobre la fauna de los territorios nórdicos mostrando animales disecados de todas las especies en actitudes "naturales" (más alguna locura taxidérmica como un híbrido de conejo y lechuza).

Finalmente, Estocolmo todo es un museo de escultura al aire libre, con obras en bronce de singular valor artístico. Un gran número de ellas son del omnipresente Carl Milles, que además tiene un museo propio en las afueras que no llegamos a visitar, pero hay muchas más de otros autores que dan una visión bastante exacta del desarrollo que alcanzó este arte en Escandinavia en los siglos XIX y XX, caracterizado por el culto a la forma humana, la elegancia de las líneas y una lectura frecuentemente simbólica. O, por expresarlo en otros términos, todo lo contrario de los monumentales mamarrachos que en los últimos años las autoridades sevillanas, atendiendo peticiones de cofradías, peñas taurinas o casetas de feria, han ido erigiendo por los espacios históricos de la ciudad para vergüenza de sus habitantes. Quieran los dioses de la guerra que a no mucho tardar seamos invadidos por el ejército rumano y en el saqueo arramblen con todo el bronce que encuentren en nuestras calles.


Balkan Beat Box - Bulgarian chicks (2007)

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Impresiones nórdicas

Primera tarde en Estocolmo. Tras deshacer las maletas salimos a cenar algo. Un par de calles más abajo encontramos un restaurante bonito llamado Kvarnen que ofrece comida tradicional a precios razonables (dentro de lo que cabe esperar). Como llegamos temprano conseguimos mesa fácilmente, pero el local se llena en seguida; muchos guiris, sobre todo orientales. La estrella del menú son unas bolas de carne que se parecen a nuestras albóndigas y no nos atraen demasiado, así que optamos por una sopa especiada muy consistente y arenques. Hice promesa mental de pedir algún día las tales albóndigas, pero al final me fui del país sin probarlas; tampoco creo que me haya perdido nada memorable. A la mañana siguiente buscamos el restaurante en la guía y nos enteramos de que se trata de uno de los lugares que aparecen reiteradamente en Millenium, la trilogía de Stieg Larsson que ninguno hemos leído. Es más, ni siquiera hemos visto las películas basadas en las novelas. Por eso ignorábamos que la mayor parte de su acción se desarrolla en nuestro barrio de Sodermalm, y que existe una ruta temática por los enclaves más significativos. Ni que decir tiene que pasamos de hacer la ruta. Nos fijamos, eso sí, en que muchas chicas del barrio adoptaban el look Salander: tatuajes, piercings y goticismos. No sabemos si por imitación, o más bien fue Larsson el que se inspiró en un estilo que, por los años en que compuso su obra, comenzaba a verse por la zona.

La cocina sueca, por lo que pudimos observar, no es demasiado variada, si bien los productos empleados son siempre de excelente calidad. Las cartas de los restaurantes suecos no suelen pasar de un par de páginas y son intercambiables de un restaurante a otro. De hecho fue curioso comprobar que los platos, la elaboración, la presentación e incluso el servicio eran casi idénticos en todas partes, aunque en algunos sitios cobraran el doble que en otros. Normalmente los locales caros eran aquellos que habían recibido buenas críticas en los medios, pero nunca llegamos a descubrir en qué se basaban los evaluadores para asignar sus estrellas. En Suecia también se nos hizo añicos el mito de que en Europa sólo se puede tomar un buen café en Italia, en Portugal y (cada vez menos) en España. El café sueco, que lo preparan y sirven al modo italiano, es excelente, y los nativos muy cafeteros. ¿A que no les pega?

Mención aparte merece el precio de las bebidas alcohólicas, que las hace prohibitivas para el viajero medio del arruinado sur de Europa. En los supermercados aún se puede comprar cerveza, si bien a precio de cantina de aeropuerto, pero en bares y restaurantes no esperen tomarse una por menos de siete euros. En cuanto al vino, más vale que se olviden de catarlo. Y sin embargo a los suecos se les ve trasegando a todas horas, ignoro si porque sus sueldos se lo permiten o porque ya tienen asumido ese gasto en el presupuesto mensual. Personalmente creo que el tener que valorar en cada momento si uno se toma una cerveza o no acaba siendo positivo en términos de salud. En España puede que no lleguemos a esos extremos pero la subida progresiva de los impuestos sobre el alcohol para adaptarnos a los estándares europeos es inevitable. Y si se retrasa es sólo por la presión de los poderosos lobbies de productores y hosteleros, que no en balde el mayor atractivo de nuestro país a ojos de una gran parte de nuestros vecinos continentales es el bajo precio de las bebidas embriagantes. Por eso, y porque si algún gobierno osara dificultar el acceso del pueblo soberano a su diversión favorita tendríamos el alzamiento asegurado.

Finalmente, el gran mito del país nórdico, al menos desde nuestra perspectiva carpetovetónica, las suecas, les aseguro que se basa en evidencias ciertas y demostrables. Ignoro si su incorporación al cine y el imaginario español allá pòr los sesenta tuvo un precedente histórico, o fue sólo la idealización de un arquetipo sexual primigenio, pero el hecho es que el objeto tenía y sigue teniendo su correlato real en los territorios hiperbóreos. Y no es que todas las suecas sean espectaculares, obviamente, pero sí un importante porcentaje; y de éstas no pocas alcanzan lo sublime. Aquellas tierras producen en concreto un tipo de mujer joven de piel nívea, pelo color oro blanco, rasgos perfectos y formas esculturales que cuando te las cruzas por la calle te provocan extrasístoles. Y no sólo lo digo yo, que en estas cuestiones suelo dejarme llevar por mi conocida lujuria. Hasta mi señora, cuando me veía con los ojos vueltos y babeando, como Homer Simpson imaginando una caja de rosquillas cubiertas de gominolas, ante la visión de una de estas diosas descendidas del Valhalla, en lugar de reñirme como tiene por costumbre acababa dándome la razón:

- Vale, sí, es muy mona, pero cierra ya la boca y deja de ponerte en evidencia que te está mirando todo el mundo.


Les Reed - Holiday With Raymond (The Girl on a Motorcycle BSO, 1968)