Es cierto que algunos barrios de Estocolmo, construidos en
la década de los sesenta, recuerdan a los del antiguo Berlín Oriental. Por sus
planteamientos urbanísticos y arquitectónicos racionalistas, sobrios y
disciplinados, aunque también supongo que estarán construidos con mejores
materiales y partiendo de unos presupuestos más éticos. Pero en esa primera
impresión es donde acaban todas las semejanzas. Y sin embargo durante décadas
se nos presentaron a las sociedades escandinavas de la guerra fría como estados
nominalmente democráticos que mantenían a sus ciudadanos bajo un régimen
económico socialista similar al de sus vecinos del Pacto de Varsovia. Para
estas fuentes, cuyos herederos son quienes dominan hoy el panorama informativo
español, lo más destacable de aquellas sociedades era la insoportable presión
impositiva y el control estatal sobre cualquier aspecto de la vida de sus
ciudadanos, lo que llevaba a que fueran los países de Europa con una mayor tasa
de suicidios y de alcoholismo (aunque esto último, en un país que grava con tan
desorbitadas tasas el alcohol, habría de considerarse más bien una bendición
para las arcas del estado). Era una visión interesada promovida por aquellos a
quienes no convenía que una de las experiencias políticas más fascinantes de
la historia contemporánea infectara a otros países. Y a fe mía que lo lograron.
La experiencia socialdemócrata se extendió por la mayoría de
países europeos, sí, pero sin llegar a echar raíces; y si las hubo la marea
conservadora de principios de los ochenta acabó por secarlas. Y la
crisis del capitalismo del siglo XXI que tanta compañía nos hace la ha derribado
hace nada. Y con todas las bendiciones democráticas, que ha sido precisamente
el voto de quienes más beneficios sociales obtenían del sistema el que ha le ha asestado la puntilla.
En los países escandinavos, aun bajo gobiernos conservadores y con sus muchos
defectos, el espíritu socialdemócrata se mantiene por la voluntad de sus
ciudadanos. No en balde sus sistemas educativos tienen fama de eficaces y de formar
personas con capacidad de razonar; personas, por tanto, más difíciles de
engañar. Y no deja de ser curioso que el único país de la zona de influencia
escandinava que había renegado de sus principios socialdemócratas para
arrojarse en brazos del capitalismo salvaje, Islandia, haya sido también el
único de los europeos que, tras un acto
de contrición y la correspondiente penitencia a los charlatanes que les
llevaron a la bancarrota, ha vuelto al modelo de planificación económica y hegemonía
del sector público.
Acabo de terminar de leer Pensar el siglo XX, el libro de memorias del historiador Tony Judt,
escrito en forma de diálogo con su amigo Timothy Snyder cuando ya estaba
gravemente afectado por la esclerosis lateral amiotrófica que le llevaría a la
muerte. Que es al mismo tiempo un libro de historia y un manual de pensamiento
político, ya que repasan los sucesos, movimientos e ideologías que configuraron
el tumultuoso siglo pasado. El último capítulo está dedicado precisamente a la
socialdemocracia, y es un análisis lucidísimo de los últimos cincuenta años y
las causas que nos han llevado a la presente derrota. No les cito párrafos
enteros por falta de espacio pero puede que lo haga en próximos posts.
Dicho lo cual, y pidiéndoles disculpas por el tono mitinero
y demagógico de la entrada, me despido de ustedes por una temporada. Los
recortes en personal de la Universidad y mi imprudente costumbre de decirle que
sí a todo el que me pide una colaboración en algún proyecto me han preparado un comienzo de curso más
que turbulento. Y no me va a quedar demasiado tiempo libre para actualizar el
blog, al menos con una cierta regularidad. En el mejor de los casos tendrán los
consabidos refritos y trabajos de copia y pega para mantener permeables las
líneas. O igual ni eso, ya veremos.
Piero Umiliani - Le Ragazze dell'Arcipelago (Svezia, Inferno e Paradiso BSO, 1968)
Piero Umiliani - Le Ragazze dell'Arcipelago (Svezia, Inferno e Paradiso BSO, 1968)