La industria farmacéutica invierte una gran cantidad de dinero en investigación para poder sacar nuevos medicamentos al mercado. Y la parte más importante no la consume en la búsqueda de principios activos originales, sino en los complejos experimentos que justifican su eficacia y seguridad a los que llamamos ensayos clínicos. Haber superado los correspondientes ensayos clínicos es también el requisito que las administraciones sanitarias de todos los países exigen antes de permitir que un medicamento se comercialice. Y ahora pongámonos por un momento en el papel de la industria e imaginemos que, después de una inversión millonaria y tras haber estado desarrollándolo durante varios años, al analizar los datos obtenidos con ese medicamento en el que tantas expectativas se tenían puestas resulta que tiene un pequeño problema de toxicidad (nada serio, sólo aumenta el riesgo de sufrir un infarto en quienes lo toman), o simplemente va a ser tan efectivo sobre la enfermedad para la que se indica como un lacasito marrón. Pues eso mismo; en muchas ocasiones la tentación de no dejar que la realidad estropee una magnífica oportunidad de negocio es demasiado fuerte.
Por supuesto existen controles de todo tipo para evitar que casos así se produzcan, pero lo que viene a denunciar Goldacre en su libro, más que las malas prácticas de la industria farmacéutica (que también, pero eso ya lo dábamos por hecho), es cómo están fallando los mecanismos de control de manera sistemática. Algo equivalente a lo que se contaba en Inside Job (2010) respecto al negocio financiero, donde se exponía la connivencia de los organismos reguladores y los expertos del mundo académico con los estafadores. O sin ir más lejos, lo que estamos viendo a diario en nuestro país con partidos políticos, prensa, jueces y tribunales de cuentas.
Siendo grave todo este chalaneo entre fabricantes, autoridades sanitarias, revistas científicas, expertos y prescriptores, el gran problema, insiste Goldacre, es la no publicación de los resultados de los ensayos clínicos que no cumplen las expectativas de sus promotores, a pesar de estar obligados por ley a hacerlo. Cuando cualquiera de ustedes acude a un consultorio por un problema de salud, la decisión terapéutica que adopta el médico (la receta de un medicamento) suele estar basada en datos muchas veces obsoletos aprendidos en la carrera, cuando no en apriorismos sin fundamento científico o en la propaganda de los propios laboratorios camuflada de curso de actualización. Lo ideal sería que esa decisión se fundara en pilares más sólidos, en pruebas científicas que demostraran la supremacía de una tratamiento sobre otro. En ensayos clínicos bien diseñados o, mejor aún, en revisiones sistemáticas de todos los ensayos clínicos realizados a partir de una misma duda terapéutica. Y ahí tenemos el problema: si del análisis de esos ensayos eliminamos (al no ser accesibles) aquellos con resultados negativos o poco favorables sobre un determinado fármaco dejando sólo los positivos, la conclusión va a estar inevitablemente distorsionada. Y recuerde de nuevo que, en el mejor de los casos, de esa información va a depender el tratamiento médico recomendado para tratar esa enfermedad que esperemos que nunca tenga.
Como ven el tema es de una gran trascendencia y da para mucho más; de hecho da para un libro de 400 páginas con una bibliografía que ya quisieran la mayoría de las tesis doctorales que se publican. Por tanto, si les preocupa el asunto, ahí tienen lectura para el verano. Y sí, hay edición en castellano.
Ramones - I Wanna Be Sedated (1978)