viernes, 1 de junio de 2012

The Witch Cult in Western Europe

La primera vez que tuve noticia de este libro fue hace mucho tiempo y en Lovecraft, un escritor del que era muy fan allá por mi adolescencia. Primero en El horror de Red Hook, y luego en La llamada de Cthulhu, aparece citado como una de esas lecturas poco recomendables que se encuentran en las habitaciones de los desdichados que caen en la locura por tratar de desvelar secretos que mejor que hubieran permanecido ocultos. Aunque en este caso, y sorprendentemente, el libro no era un producto de la imaginación del autor como el archifamoso Necronomicon, sino real y escrito por una antropóloga británica llamada Margaret Murray. Ya avisaba de este hecho Rafael Llopis en su estudio introductorio a Los Mitos de Cthulhu que editara Alianza, y desde que me enteré lo estuve buscando, imaginando que contendría historias jugosas de aquelarres y otras brujerías. Y ahora que casualmente lo he encontrado en la web del Proyecto Gutenberg,  les puedo decir que se trata de un trabajo eminentemente académico pero que gustará también a los amantes de lo esotérico y lo siniestro.

Margaret Alice Murray nació en Calcuta en 1863 y murió a la avanzada edad de cien años. Fue discípula del famoso egiptólogo Sir Flinders Petrie, y una autoridad ella misma en ese campo. Y ahora un inciso: si van a Londres y quieren visitar un museo fascinante y al mismo tiempo desconocido, vayan al Museo Petrie. Es dificilísimo de encontrar, pues está situado en la segunda planta de un edificio de la University College London sin apenas indicaciones. Y más que un museo es una colección científica, con vitrinas en las que se acumulan como en un rastrillo miles de objetos del Antiguo Egipto, desde simples trozos de cerámica hasta momias y sarcófagos, todos identificados con sencillas fichas de papel. Reconozco que puede ser una experiencia agotadora, pero vale la pena aunque sólo sea por ver cómo se exponían los hallazgos arqueológicos antes de que los museos se convirtieran en parques temáticos para niños. Y aprovecho para introducir una segunda digresión dentro de ésta: Petrie, como tantos sabios de su tiempo, era un ferviente partidario de la eugenesia y por ende un tanto racista. Tanto que, cuando falleció en Palestina en 1942 mientras participaba en una misión arqueológica, dejó dispuesto que su cabeza fuera enviada a Londres para que pudieran estudiar el cerebro de un auténtico genio británico. Lamentablemente la situación bélica del momento, con el mariscal Rommel amenazando las vías de comunicación, impidieron el traslado de tan privilegiado cráneo, que quedó en Jerusalén conservado en formol. Las condiciones no debieron de ser las óptimas porque cuando acabada la guerra finalmente llegó a Londres (en un paquete con la etiqueta de "antigüedad") nadie reconoció en aquella cabeza al ilustre profesor Petrie, que parecía haberse vuelto mucho más joven y hasta incluso (horror!) de raza semítica. La cabeza se sigue guardando en el Royal College of Surgeons (otro museo muy recomendable) aunque no se muestra a las visitas. Pero volvamos a Murray y su libro.

La tesis que defiende The Witch Cult, que como su título indica no tiene nada que ver con la Egiptología, se podría resumir del siguiente modo: Los rituales descritos en los procesos de brujería celebrados en toda Europa desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVIII corresponden a los restos de una religión agraria neolítica, confundida por los colonizadores romanos con el culto a Diana, que sobrevivió en el ámbito rural a los sucesivos intentos cristianos de erradicarla. A muchos les sonará el tema de películas como The Wicker Man (1973), y de hecho en nuestros días esta misma teoría, con algunas variaciones, ha sido recuperada por autores como Carlo Ginzburg quien en su Historia Nocturna interpreta el aquelarre bajo un prisma similar. Y es que el libro fue muy popular en su momento, contribuyendo a sentar las bases del moderno movimiento neopagano en las Islas Británicas. Sin embargo, la acogida que le dispensaron sus colegas científicos distó mucho de ser tan entusiasta. Y en honor a la verdad hay que decir que no les faltaba razón. Y es que, siempre a juicio de los críticos, Murray comete errores metodológicos de principiante. El primero, aceptar como hechos verídicos los recogidos por los inquisidores en los procesos por brujería, sin tener el cuenta la capacidad de fabulación de los reos y el grado de manipulación interesada a que pudieran haber sido sometidos. Y el segundo, aún más grave, emplear en su pesquisa la táctica denominada cherry picking, que consiste en usar sólo aquellos datos que apoyan la tesis defendida, descartando los desfavorables. Esto último es algo bastante frecuente en el ámbito científico - elaborar primero la teoría y seleccionar luego los datos que la respaldan - y de hecho en su momento se acusó de lo mismo a Sir James Frazier, aunque ningún erudito tuviera los redaños de desmontar críticamente los doce tomos de La Rama Dorada.

Y ya que hablamos de Frazier hay que decir que Murray fue una fervorosa defensora de su conocida teoría del rey sagrado, casado con la diosa (o su representante terrestre) y sacrificado periódicamente en un rito de fertilidad; tanto que llegó a explicar todas las muertes violentas acaecidas en el trono inglés, que no fueron pocas, en clave de asesinatos rituales. Huelga decir que semejante interpretación conspiranoica de la Historia no le hizo ganarse precisamente la confianza del sector académico más ortodoxo. Como tampoco su conclusión, sostenida con pinzas, de que Juana de Arco y Gilles de Rais, amén de otros conspicuos personajes históricos, eran todos ellos fieles seguidores de la antigua religión.

Críticas aparte, se trata un libro muy interesante y  ameno; ya saben, aquello de que si non e vero e ben trovato.  Sobre todo porque está construido sobre testimonios de primera mano, lo que lo convierte en un precioso documento acerca de la vida cotidiana de las brujas en la vieja Europa. El problema es que las citas de los procesos por brujería, que ocupan una parte importante de sus páginas, son transcritas literalmente. Y aunque el inglés antiguo se entiende sin demasiado esfuerzo, cuando el sumario de la causa está redactado en dialecto escocés, en francés o incluso en alemán, y no se cuenta con el consuelo de una traducción, la cosa se complica. Pero bueno, tampoco entendemos la mayoría de las veces lo que escribe Cesar Antonio Molina, y a pesar de ello, poniendo un poco de buena voluntad, nos hacemos una idea de lo que quiere contar. Pues algo así.


The Incredible String Band - Witches Hat (1968)

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