miércoles, 24 de abril de 2013

Maitines sicilianos

En nuestro hotel de Palermo el desayuno nos lo traían todas las mañanas a la habitación. Básicamente porque no tenían un comedor donde servirlo, pero el detalle era bonito. En la página web aparecía la foto de una chica guapísima llevando la bandeja, algo que asumí como la natural licencia publicitaria. Así que cuál no sería mi sorpresa el primer día al abrir la puerta de la habitación y encontrarme con semejante bellezón en carne mortal. Que luego se vio que no representaba ni de lejos a la mujer siciliana media. No quiero que el nivel discursivo de este blog descienda al de las tabernas o las barberías, ni caer en el error de las generalizaciones, pero mi obligación didáctica es explicar las cosas. Y la mujer de esas tierras no es ni guapa ni fea, y el término medio estaría más cerca de la legítima esposa del pobre Mastroianni  en Divorcio a la italiana que de la prima encarnada por Stefania Sandrelli. De hecho la raza siciliana es indistinguible de la nuestra, ya que en ella han ido dejando sus nucleótidos los mismos pueblos y en parecido orden, lo cual, como aquí, también se manifiesta en su arquitectura. Habita en Palermo incluso una población de canis tan similar a la gaditana que debieran estudiarla los biólogos como modelo de evolución convergente en la especie humana.

Palermo es posiblemente la ciudad más decadente donde he estado. Más que La Habana, Lisboa o Cádiz. Según mi señora jugaría en la liga de ciudades como Tánger o Estambul. Porque hablo de decadencia física, de decrepitud, que contrasta con la belleza que aún conservan la mayor parte de los edificios aunque hayan perdido su primitivo esplendor. Y es que no se observa ni el más mínimo intento de rehabilitación. Llama sobre todo la atención el altísimo número de palazzos cerrados y en estado ruinoso, prácticamente uno en cada calle, sin que a nadie parezca importarle. Ni siquiera se preocupan por adecentar las fachadas, todas del color del hollín, pertenezcan a edificios públicos, privados o religiosos. Imagino que el palermitano es consciente de que pese a la mugre y la ruina, su ciudad sigue siendo una de las más hermosas del occidente cristiano y por tanto no malgasta su tiempo ni su dinero en dar lustre a un producto que se vende solo.

Por si fuera poco, Palermo es una ciudad caótica. Los coches y motos circulan como y por donde les place sin ningún respeto por las ordenanzas o la integridad de los peatones. Cruzar una calle se convierte en aventura cuando los despintados pasos de cebra que las adornan sólo sirven para señalar las zonas donde es más probable que se produzcan atropellos. Y no digamos nada de la experiencia de viajar en taxi, que allí según parece gozan del privilegio de tomar el sentido de las calles como más les conviene, con independencia de lo que determinen al resto de los vehículos las señalizaciones municipales. Incluso los mercados se desparraman por las calles, con sus olores y sus fluidos, sin que ningún edificio los contenga. Aunque lo que más refuerza en el forastero esta sensación de desgobierno son las montañas de basura que se elevan en muchas de sus calles, hasta en las más céntricas y señoriales, llegando incluso a bloquearlas como pudimos observar en más de una ocasión. Al principio pensamos que se trataba de una huelga, ya que las imágenes remitían a las del Napoles de hace un par de años. Hasta que un taxista nos explicó que formaba parte de la política habitual de la concesionaria del servicio para obligar a los vecinos a pagar las tasas. O dicho en su sintética frase destinada a que unos turistas españoles lo entendieran: Niente pagare, niente lavorare.

Entonces fue cuando comprendimos por qué Tony Soprano escogió como negocio para su familia la gestión de residuos. Pero de la mafia ya les hablaré otro día.


Julian Cope - An Elegant Chaos (1984)

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