Siguiendo con el relato, cuando salimos de la ópera, y aprovechando que íbamos maqueados, nos fuimos a cenar a la Osteria dei Vespri, uno de los restaurantes mejor valorados de la ciudad, donde dimos cuenta del menú degustación de la casa que hace honor a la fama de la que goza. Como curiosidad, y volviendo a la mitomanía cinematográfica, les cuento que el local ocupa las antiguas caballerizas del Palazzo Ganci, famoso por haberlo elegido Visconti para rodar en sus salones la grandiosa escena del baile de Il Gatopardo. El palazzo se podía visitar hasta no hace mucho, aunque la noble familia que lo habitaba solía exigir unas cantidades desorbitadas por mostrar sus estancias, cantidad que mi señora estaba dispuesta a hacérmela pagar con tal de departir con la aristocracia local. Afortunadamente, y según nos contaron en la Ostería, el último de los herederos había abandonado la isla para establecerse en París cerrando la casa a los forasteros curiosos como nosotros. También nos recomendaron, sabedores de nuestro próximo viaje a Siracusa, que no dejáramos de comer en el restaurante Don Camillo, máximo representante en aquella ciudad de la nueva cocina siciliana, lo que por supuesto hicimos y con idéntico nivel de satisfacción.
Porque ahora por fin entramos en la parte más importante de estas crónicas de viajes y la que más interesa a nuestros lectores, la gastronómica. ¿Y qué les voy a contar que no hayan leído ya mil veces? Pues que en Sicilia se come maravillosamente, y más barato que en la Italia peninsular. Y no sólo en los restaurantes de gran clavazo como los ya citados, sino en cualquier humilde trattoria de barrio, siempre con productos de altísima calidad. Y que tienen también unos excelentes vinos. Los más conocidos son los dulces como el marsala o el moscato. Por cierto que los moscatos que probamos allí no tenían nada que ver con los que se suelen encontrar en España bajo la denominación "Moscato de Asti", que son unos blancos dulzones y con aguja, sino que estaban más en la línea de los olorosos jerezanos. Hay también muy buenos tintos, siendo los más típicos los elaborados con la uva autóctona Nero d'Avola, aunque la revelación del viaje fueron los vinos del Etna, que los crían también blancos, con su característico regusto mineral.En Siracusa descubrimos además que en la isla también se conoce el invento, que hasta entonces creíamos peculiaridad española, de la tienda de ultramarinos. Y vive dios que le sacamos partido, que mientras a mediodía los viajeros centroeuropeos ofrecían la cerviz a los dueños de los restaurantes del Lungomare para que les estoquearan con el pranzo turistico, nosotros buscábamos nuestro hueco en el colmado de los Fratelli Burgio para que nos sorprendieran con sus especialidades. Ellos fueron también nuestra tienda de souvenirs en este viaje, que no tenemos ya edad para andar comprando marionetas. Y de postre cannoli siciliani, el dulce de pasta de harina frita rellena de masa de ricotta por el que mueren los lugareños (sólo hay que recordar cómo lo hace Don Altobello en un palco de nuestro Teatro Massimo envenenado con los que le regala su pérfida ahijada Connie). No llegamos a probar ninguno elaborado por monjas, ni nos atrevimos, pero sí los que hacen en la Pasticceria Mazzara de Palermo que, según dicen ellos, eran los favoritos de Lampedusa, aunque vaya usted a saber. Son exquisitos, mas de digestión nada ligera y no recomendamos enfrentarse a ellos después de una copiosa comida. En cualquier caso, si alguna vez se encontraran en semejante disyuntiva, sigan siempre el sabio consejo de Clemenza: Leave the gun, take the cannoli.
Florinda Bolkan - Metti Una Sera A Cena (1969)