viernes, 8 de julio de 2011

Por qué Brahms

Se presenta la programación de la próxima temporada del Teatro de la Maestranza caracterizada, entre otras cosas, por la omnipresencia de Johannes Brahms en la programación sinfónica. Por lo visto es idea del director musical del teatro dedicar cada temporada a revisar la obra orquestal de algún compositor famoso, y este año le ha dado por el maestro de Hamburgo, el más clásico entre los románticos. Y por qué no?, me dirán ustedes. A fin de cuentas es uno de los grandes de la historia de la música; o al menos eso opinan los entendidos. Que conste que no tengo nada contra Brahms, y si me apuran hasta les diría que me gusta. Durante mi juventud rebelde le pillé bastante manía, a él y a todos sus coetáneos, pues sus discos eran los únicos que sonaban en mi casa, convencido como estaba mi señor padre de que la única música digna de ese nombre en toda la historia de la humanidad era la creada en Europa Central durante un brevísimo intervalo de tiempo alrededor del siglo XIX; pero en la actualidad soy capaz de tenerlo como fondo musical sin molestarme demasiado.

Contra qué va entonces toda esta diatriba? Contra la falta de imaginación y el conservadurismo que lleva, cuando el dinero escasea, a programar música para viejas solteronas, como si sólo ese tipo de público fuera a salvar a la orquesta del pozo de los números rojos. Y es que la doctrina económica ortodoxa que aconseja en tiempo de crisis apostar por los valores seguros puede ser cierta aplicada a las inversiones bursátiles, pero no es extrapolable a la producción cultural. Lamentablemente, en nuestros días los gestores en este terreno nada tienen que ver con la cultura y sí con la economía empresarial (y eso cuando no son meros desechos de tienta de las familias políticas gobernantes), de ahí que apliquen ciegamente las fórmulas que memorizaron en el máster que les pagó papá. Es la misma ceguera que lleva a los periódicos a desprenderse de columnistas de prestigio o de críticos para ahorrar en costes, sin entender que el producto que sacan al mercado es de peor calidad e indistinguible de los diarios gratuitos; y luego, claro, cuando las ventas caen en picado, lo atribuyen a la piratería, a internet o los teléfonos móviles.

No digo yo que sea buena idea dedicar toda la temporada a la obra integral de Stockhausen, pero sí entreverar los conciertos, inteligentemente, con obras de distintos periodos entre las que pueda haber un diálogo. No hay ningún argumento musicológico serio que impida programar en una misma velada a Händel, Wagner y Scelsi o a Mozart, Dvorak y Reich, y podría atraer a un público más variado. Y si el respetable abuchea, patea o se levanta airado de sus asientos, mucho mejor; será la demostración de que la música siegue siendo algo vivo y no un objeto polvoriento encerrado en una vitrina. También Tanhausser y La Consagración de la Primavera fueron protestadas en sus estrenos y hoy día todo el mundo (salvo los abonados del Liceo) las acepta como las obras maestras que son. En Sevilla, no sé si por suerte o por desgracia, el público es educado y no protesta ni en los toros, con lo que se podría aprovechar su pasividad para colarle de vez en cuando alguna música de la segunda mitad del siglo XX y aumentar su escasa cultura en ese terreno. Se supone que esa es una de las funciones de las instituciones públicas. Aunque viendo las estrellas invitadas al ciclo de "grandes intérpretes" del Maestranza (Luz Casal, Pasión Vega, Estrella Morente) más bien pareciera que lo que aquí se pretende es competir, en desigual y desleal lid, con el teatro de Jesús Quintero.


Marie Goyette - Short Cuts. Brahms

1 comentario:

carrascus dijo...

Pues no será porque los gestores no tienen ya un espejo en el que mirarse, que aunque anticuado, pero puede servirles de ejemplo.

Me refiero a aquellos años de la "Cita en Sevilla", en la que cada vez que intentaban hacer una programación más conservadora y dirigida al público masivo (se suponía, al menos), comprobaban que éste no respondía en absoluto a sus expectativas... coño, si hasta tuvieron que suspender una segunda noche de la Pantoja porque a la primera no asistió ni Dios... y siempre tenían que volver a programar lo que pedían los jóvenes, que eran los que respondían.

Ya sé que no es lo mismo... otros tiempos, otros públicos... pero creo que vale como símil.