miércoles, 19 de octubre de 2011

American Horror Story

Hace ya algún tiempo les conté, desde otra tribuna virtual, mis frustrados intentos por engancharme a alguna serie de televisión moderna desde el primer episodio y no les voy a volver a aburrir con las razones. En aquella ocasión se trataba de The Walking Dead, cuyo episodio piloto había sido elevado por varios de mis conocidos más fiables a la categoría de hito catódico de la nueva era o algo así. Al final resultó ser una sucesión de todos los topicazos propios del cine de zombies. Que en una película se soportan porque dura hora y media, pero condenarse de antemano a aguantar una nadería estirada artificialmente para ocupar trece episodios de una hora me parecía poco inteligente. De modo que la dejé correr. Pero la pasada semana se volvió a montar un revuelo similar en las redes sociales que frecuento por el estreno de una nueva serie de terror que, según quienes habían visto el primer episodio, prometía emoción, sustos y sexo bizarro. Y me pareció una buena ocasión para volver a intentarlo, que el terror clásico (casas encantadas con fantasmas y una dosis moderada de gore) suele gustarme. Y si está bien hecho hasta paso miedo, lo que en mi caso es una escala eficacísima para puntuar las películas del género. Así que una vez más, aprovechando que mi señora se había marchado a visitar a la familia, me encerré en casa, me serví un manhattan muy cargado, bajé las persianas, apagué la luz y me dispuse a que el terror se apoderara de mí. A todo esto, no se si he dicho ya que la serie se llama American Horror Story; y si tienen interés en verla no lean el siguiente párrafo porque es todo él un puro spoiler. Aunque antes, y por el compromiso adquirido con mis lectores, les tengo que advertir de que es malísima y de que no da ni siquiera un poquito de miedo. Y ahora sí, ya pueden descargársela antes de que la ministra Sinde apruebe una nueva ley que lo prohíba más todavía.

Y es que volvemos a lo mismo: encadenamiento de todos los tópicos del género sin importar lo manidos que estén. La serie va de la típica casa endemoniada; y ahí tenemos ya el primer fallo que es de localización: la casa no impone ningún respeto. No digo que tenga que ser la casa de Norman Bates, pero de ahí a vendernos un caserón de ladrillo visto sin ninguna personalidad hay una gradación. La casa, obviamente, tiene una historia truculenta, pues en ella se han cometido en sucesivas épocas horribles crímenes de todo tipo. De hecho el episodio comienza con uno de ellos, para que vayamos entrando en materia. Por esa razón (y no por la crisis inmobiliaria) el caserón se vende a un precio muy por debajo de su valor real de mercado. Lo increíble es que la familia protagonista, que no parece sufrir estrecheces económicas, conociendo la historia va y lo compra! Y eso que se mudan para olvidar una serie de trágicos acontecimientos y superar una crisis matrimonial. Es todo muy absurdo, es como si yo vendiera mi piso y me fuera a vivir al de la familia Carcaño porque nadie lo quiere y me lo venden muy barato. En fin, sigamos: en esta familia hay además una hija problemática e introvertida. Eso siempre es un consuelo, porque si fuera cheerleader o la chica más popular del instituto acabaría degollada en un par de episodios. Lo de la hija conflictiva es otro clásico del género: ésta no es gótica como la de Beetlejuice, pero para demostrar que es muy siniestra nos dice que escucha a... Morrisey! Le ponen a Diamanda Galas y le da un soponcio!

Y seguimos con la dramatis personae. Están también los clásicos freaks, personajes siniestros que se cuelan en la casa para aconsejar a sus habitantes que la abandonen cuando aún están a tiempo, y de paso pegarles unos sustos de muerte. De momento hay dos que están en nómina, una niña con síndrome de Down y un psicópata con media cara quemada que recuerda muchísimo al predicador de Poltergeist II. Por supuesto no puede faltar la siniestra ama de llaves, que ha conocido a todos los anteriores inquilinos del caserón, fue testigo de todas las matanzas y por razones inexplicables aún la siguen contratando. Y como les considero inteligentes y duchos en el género no creo necesario contarles que el ama de llaves en realidad está muerta. Sí, como la de Los Otros. Para rematar el disparate, el paterfamilias, que es psiquiatra, monta la consulta en el saloncito y recibe allí a los tarados con instintos criminales de la vecindad. Ah, y hay muchos flashes. No flashbacks ni flashforwards, no: flashes. Y es que en el sótano, que es el centro diabólico de la casa, las bombillas nunca funcionan ni nadie se preocupa de cambiarlas, por lo que, para que el espectador vea algo, se recurre a flashes, fogonazos de luz que muestran rostros malignos agazapados en la oscuridad. Creo que la primera vez que me hicieron ese truco fue en El Exorcista (1973) y recuerdo que me asustó. El capítulo termina insinuando que en próximas entregas se va a meter con calzador un remake de Rosemary's Baby.

Y con eso creo que se lo he contado casi todo. Añádanle que el director ejerce su oficio como si la toda la historia del séptimo arte se resumiera en las siete películas que hay entre Saw y Saw VII, y se podrán hacer una idea del resto. Así que definitivamente arrojo la toalla y abandono toda esperanza de ver desde el principio una serie que me guste. A partir de ahora sólo haré sufrir a la ministra Sinde descargando largometrajes con copyright, y dejaré a otros el financiar a los piratas que trafican con series televisivas. Y ni siquiera pienso ver las más laureadas como The Wire, Breaking Bad o Mad Men. De esta última he estado viendo algunos capítulos de las últimas temporadas y pienso que los guiones ya no están a la altura de los primeros. Lo que es lógico y natural. Por unos años la gente ha estado convencida de que en los departamentos creativos de HBO y AMC habitaba una generación de genios de inagotable imaginación capaces de sacar al aire una obra maestra cada veinticuatro horas. Y las cosas no son así. Los directores de cine pueden considerarse felices si consiguen rodar una buena película cada dos o tres años, no hablemos de obras maestras. Yo pienso volver por tanto a los humildes orígenes de la televisión, al humor ingenioso y doméstico de las series de toda la vida. Y si algún día sentado delante del televisor me pongo a zapear y me encuentro con algún episodio empezado y cien veces visto de My name is Earl, de Malcolm in the middle o de Alf, me daré por muy satisfecho.


Hot Blood - Terror in the Dance Floor (1976)

3 comentarios:

carrascus dijo...

Si es que no falla... cualquier serie que nos aconseje en su feisbu el Vinué, más vale que pasemos de ella.

Bueno, no... con "The Killing" ha acertado. Aunque nunca nos ha aclarado si la que ha visto es el remake americano o la original inglesa.

Por cierto, el primer capítulo de la segunda temporada de "Walking Dead" va de puta madre para verlo por la noche e ir pillando el sueño.

Vidal dijo...

Pero vamos, Carrascus, que yo ya advertí al Franz de que él tenía que buscar otras series más propias de su condición y nunca me ha hecho caso.

Ah... con lo que disfrutaría él con las truculencias de Dexter; con ese gangster de pacotilla que borda Steve Buscemi en Boardwalk Empire; con ese profesor de química de Breaking Bad, que se va transformando poco a poco en un criminal... o con el humor más que inteligente de Bored To Death, The IT Crowd o Portlandia... En fin.

Johnny Tumblepop dijo...

Grandísima disección, me ha entrado ganas de verla nada más por los topicazos. Mi consejo, una serie de humor absurdísimo e irónico de 20 minutos el capítulo sobre una empresa de I+D (desopilantes los anuncios que ponen en los intermedios): "Better Off Ted"