Además de los hallazgos gastronómicos debo hablarles de
las exposiciones a las que hemos ido en Londres, que han sido unas pocas. Obviamente,
y como somos personas de buen gusto y una fama que mantener, hemos evitado que
se nos vea por el que se anuncia como el acontecimiento cultureta del año: la
exposición de Damien Hirst en la Tate Modern que se inauguraba el día antes a
nuestra llegada. Y es que la gente bien, cuando queremos ver animales metidos
en formol, vamos a un museo de ciencias naturales y no a una galería de arte.
Pero es interesante analizar cómo Londres convierte este tipo de exhibiciones, a
priori minoritarias, en atracciones turísticas masivas y cómo el turista medio
pica como un besugo. Porque para mí sigue siendo incomprensible que una persona
que lo ignora todo del arte, no digamos de los delirios conceptuales
contemporáneos, pague catorce libras y aguante una cola de varias horas para ver
algo que ni entiende ni le gusta. El oscuro placer de ser epatado, supongo.
El otro acontecimiento artístico de la temporada, que
precisamente acababa esa semana como si todo estuviese programado para que los
eventos no se hicieran sombra, era la gran exposición de David Hockney en la
Royal Academy. Y a ésta sí que fuimos, aunque ciertamente sin esperar gran cosa
de ella. Porque aunque, a diferencia de Hirst, Hockney es un gran artista, lo
que se exhibía era la obra de los últimos seis años, en los que se ha dedicado
casi en exclusivo a pintar paisajes de su Yorkshire natal. Y de entrada la
impresión era muy buena: cuadros de gran formato con una deliciosa alegría
cromática. Pero a medida que se avanzaba por las salas la reiteración del
motivo empezaba a ser cargante.
Infinitas variaciones sobre el mismo tema pintadas con una paleta de colores
planos y, por tanto, posibilidades muy limitadas. Y aunque el autor pretenda, o
eso dice, transmitirnos su admiración por Monet, a quien acaba imitando
inadvertidamente es a Van Gogh, todo lo cual deja una sensación un tanto incómoda.
Pienso que si hubieran reducido drásticamente el número de cuadros expuestos la muestra habría salido ganando. Porque además, los comisarios cometieron el
error de aparejar al principio de la visita una sala con algunas obras excelentes
de los años 60 a 80, su época más productiva y conocida, que dejaban en muy
pobre lugar a los cuadros recientes. Y no piensen que le tengo manía a Hockney;
todo lo contrario, que el hombre tiene méritos de sobra para estar entre los
grandes, y posiblemente sea, como la prensa local no se cansa de repetir, el
más importante artista británico vivo (lo tiene fácil después de la muerte de Bacon
y Freud). Pero creo que los cuadros recientes no están a la altura, y que habría
sido más apropiado haberlos expuesto sin tanto bombo mediático en cualquier
galería de prestigio. O quizás sea tan sólo un gesto de atención de Hockney
para recordarnos que aún sigue vivo, y evitar que cuando el público lea su
necrológica, esperemos que dentro de muchos años, no diga aquello tan triste y,
por otro lado, tan habitual de: "Hockney? Pero ese no estaba ya
muerto?".
La que sí nos gustó muchísimo y recomendamos fervientemente
es la exposición de de Lucian Freud en la National Portrait Gallery. Una
auténtica retrospectiva con retratos y desnudos pintados desde los años
cuarenta hasta su muerte el año pasado. Siete décadas explorando la piel humana
y lo que se esconde debajo. Y todo sin salir de su estudio, con el mismo
decorado básico (una cama, un sofá desvencijado, unos trapos), pintando de
noche, con luz eléctrica, a su familia, a sus amigos, a sus ayudantes, a gente
anónima, a celebrities, a Hockney, a la Reina... Un auténtico encuentro con el arte con mayúsculas,
una experiencia que, a poco que se tenga una pizca de sensibilidad, deja inevitablemente impactado. Él sí que ha sido uno de los
muy grandes.
Al otro lado de Trafalgar Square, en la National Gallery,
había una pequeña exposición, en la que entramos porque no había nadie haciendo
cola, sobre la influencia de Claude Lorrain en la pintura de Turner. Y así
planteado puede parecer otra excusa barata para exhibir cuadros de dos maestros de épocas muy
distintas, pero en este caso el discurso estaba justificado, pues Turner
admiraba y mucho a Claude, y hasta dejó dispuesto en su testamento una donación
de obras a la National Gallery a condición de que se colgasen junto a los de su
autor favorito. Y ciertamente en los cuadros exhibidos, que pertenecen a su
primera época, esta influencia es apreciable, con escenas bíblicas, históricas
o mitológicas que no son sino excusas para pintar paisajes y cielos al modo del
pintor lorenés. De modo que el visitante no avisado podría quedarse con la idea
de Turner como pintor académico, dotado, eso sí, de una pincelada luminosa y
espesa a un tiempo que anuncia el advenimiento del impresionismo. Pero si uno
luego va a la Tate Gallery, donde se expone la mayor parte de la obra de
Turner, se asombrará al ver cómo todos los personajes, las ruinas, los paisajes
y hasta la realidad se van desvaneciendo, hundiéndose en un mar de hierro
fundido, y al final sólo quedan el cielo y el sol, brillando con una luz tan
intensa que llega a molestar a la vista. Y les juro que no exagero, vayan a
verlo y ya me dirán.
En Trafalgar Square está también The Fourth Plinth, ese
pilar vacío erigido originalmente para soportar una estatua ecuestre del rey
Guillermo IV que nunca se llegó a hacer por falta de fondos, y que ahora se
destina a instalaciones más o menos efímeras. En estos días lo ocupaba esa
figura infantil, también ecuestre y en metal dorado que abre el post, obra de
unos artistas escandinavos, que dice más bien poco donde está colocada y que a
mi señora le recordaba al hijo malvado de Excalibur. Por cierto que el viernes
santo representaron en la plaza una pasión de Cristo con gran
despliegue de figurantes y medios técnicos, todo ello esponsorizado por una
sociedad bíblica; pero ignoro si se trata de una piadosa costumbre de aquellos lares o
es sólo una novedad de este año de crisis para atraer a las almas descarriadas
a la senda cristiana y de paso hacer algo de caja. Nos quedamos un rato a verla
y la verdad es que resultaba todo bastante ridículo. Y es que cualquier
representación de la vida de Jesús interpretada por actores británicos acaba
recordando inevitablemente a La Vida de Brian. O no?
Felt - Evergreen Dazed (1982)
Felt - Evergreen Dazed (1982)
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