lunes, 16 de abril de 2012

London Rules

De vuelta de nuestro breve viaje a Londres me he retrasado algunos días en presentar la crónica por motivos laborales pero ya estoy en ello. Y antes que nada, admiren los espléndidos días primaverales de los que hemos disfrutado mientras aquí en el sur los capillitas maldecían a sus santos por aguarles la fiesta, clara muestra de que nunca llueve a gusto de todos. Obviamente también tuvimos nuestros días nublados y lluviosos, que tratándose de Londres es lo que se espera, pero este año están escaseando y suenan las alarmas porque los expertos ya hablan claramente de sequía, palabra que muchos británicos han debido mirar en el diccionario para enterarse de su significado. Los dioses del tiempo, que están locos.

Este viaje también pasará a mis anales, que de momento residen en este blog, como el del descubrimiento de la cocina inglesa. Porque, quién ha dicho que la cocina inglesa sea mala? Pues yo, en reiteradas ocasiones y siempre por muy fundados motivos. Pero eso era antes de haber cenado en Rules. Mi señora, que ya lo conocía, estaba empeñada en llevarme y dejarse invitar, pero yo suelo ser reacio a entrar en cualquier local que presuma de ser el más antiguo de la ciudad. Por fortuna recordé a tiempo que El Rinconcillo y La Manzanilla son, respectivamente, los bujíos más viejos de Sevilla y Cádiz y no por ello dejan de ser muy recomendables; de modo que vencí mis iniciales recelos y crucé el mismo umbral que siglo y medio antes y con similares intenciones había atravesado Charles Dickens. Muy en su papel, el maitre nos hizo sufrir un rato por la osadía de presentarnos sin reserva previa, aunque al final se apiadó de nosotros y nos sentó en una coqueta mesa bajo una caricatura de Charles Laughton.

Foto: iPhone de mi señora
Porque Rules es un restaurante de teatreros, y sus paredes están cubiertas de los retratos de todos quienes han sido alguien en la escena londinense durante los últimos dos siglos. Y todos además han comido allí, lo cual impregna la experiencia gastronómica de un halo de leyenda. No les quiero abrumar con nombres de clientes; sólo les diré que Rules era el restaurante favorito de Lillie Langtry, la bella actriz de la que estaba platónicamente enamorado el juez Roy Bean (cuya historia, interpretada por Paul Newman, llevara a la pantalla en un delicioso western crepuscular John Houston). Y cuentan que en Rules era donde se veía Miss Langtry con su entonces amante, el Príncipe Eduardo, quien solía entrar al local por la puerta de servicio para evitar ser visto por la clientela.

Pero hablemos de la cocina, que es escandalosamente sencilla. Y es que su secreto, aparte de la bondad de las materias primas, es el cuidado en la cocción. Mi señora hablaba maravillas del roast-beef que probara en cierta ocasión, pero ese día no lo tenían en carta, de modo que pedimos cordero y pato. Y les explico: ese magret de pato que sirven en los restaurantes caros de por aquí, y que suele ser un trozo de carne cruda cubierta por una piel grasienta requemada, es manifiestamente mejorable. Y es que la carne de pato puede cocinarse hasta que quede en su punto exacto conservando todo su sabor, lo que facilita mucho la masticación y posterior digestión. Y qué les voy a decir del cordero con salsa de menta. Con salsa de menta! Con lo que la ridiculizaba Goscinny en "Asterix en Bretaña"! Ya quisieran los galos haber inventado algo parecido para acompañar a la carne. Eso sí, si se fían de mi buen gusto y deciden cenar una noche en Rules, vayan asumiendo que se les irá en ello el presupuesto completo de un día y medio de vacaciones. Ya es cuestión de las prioridades de cada uno.

Y, hablando de otras cosas, les comento también que aproveché los trayectos en avión, las esperas en los aeropuertos y los trenes lanzaderas para leer "Viajes en autobús" de Josep Pla, los textos que escribiera contando sus viajes por el Maresme y el Ampurdán en aquellas tartanas con gasógeno de la posguerra cargadas hasta el techo de paisanos y gallináceas. E imagino que en aquellos años viajar en avión se consideraría como el súmmum del lujo y la comodidad. Y sin embargo ahora, frente a los confortables trenes y autobuses de que disponemos, la experiencia del viajero en aeropuertos y aviones es una secuencia de humillaciones e incomodidades. La vida a veces da vueltas inesperadas.

Y viene en la primera página del libro una declaración de intenciones de su autor, con la que en cierto modo me identifico, y créanme que me preocupa:
Hasta ahora he tenido la desgracia de no poder presentar a mis lectores un libro sobre algún país remoto, exótico y extraordinario. En mis libros no hay mosquitos, ni leones ni chacales, ni objeto alguno sorprendente o raro. Confieso sentir, por otra parte, poca afición por el exotismo. Mi heroísmo y bravura son escasos. Me gustan los países civilizados.
Porque es cierto que en este momento no nos apetece viajar a países donde haya leones o mosquitos anofeles, más no por eso se ha apagado nuestra pasión por lo exótico. O acaso hay algo más exótico que Martin Denny?

Martin Denny - Quiet Village (1958)

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