lunes, 10 de septiembre de 2012

Museos de Estocolmo

La primera semana de nuestra estancia en Estocolmo coincidió con la del orgullo gay, que allí se celebra por todo lo alto, con edificios públicos y autobuses urbanos engalanados con la bandera del arco iris. Dado el nivel de tolerancia de aquella sociedad y la avanzada legislación antidiscriminatoria de que disfruta, no sorprende que las jornadas se centraran más en lo lúdico que en lo reivindicativo. No pudimos asistir a ninguno de los espectáculos programados porque nuestro ritmo de vida monacal era incompatible con los horarios. Eso sí, por casualidad fuimos testigos del momento más gayer que ofrece la capital sueca a sus visitantes, y que no es otro que el cambio de la guardia en el Palacio Real. Soldaditos de opereta sin atisbo de marcialidad vestidos por una costurera del carnaval gaditano que interpretaban ridículos pasos de baile a modo de revista militar. Menos mal que al final salieron los caballitos a hacer el carrusel y medio salvaron el programa. Para que hasta la guía turística que llevábamos advirtiera de que no se perdiera el tiempo pues se trataba de una ceremonia sin interés, así tenía que ser.

Los museos de Estocolmo tampoco son nada del otro jueves, aunque todos tienen su pequeño interés (tan pequeño en algunos casos que difícilmente compensa las cantidades que te cobran por la entrada). Porque además la mayoría, sean de arte clásico o moderno, caen en la memez que ya criticamos en su momento de retirar de las salas los fondos históricos para hacer sitio a exposiciones temporales con obras de muy inferior calidad. Eso sucede incluso en la joya de la corona, el Nationalmuseum, al que fuimos con el capricho de ver un raro cuadro de Goya, la llamada Alegoría de la Constitución de 1812, del que por mucho que lo buscamos nadie nos supo dar noticias. Sin embargo la mitad del edificio estaba ocupada por exposiciones temporales a cargo de los comisarios estrellas del momento que, bajo cualquier excusa banal, aprovechan  para juntar churras con merinas. Y lo mismo sucedía, aunque era más previsible, en el Moderna Museet, con el agravante de que aquí la exposición estrella del momento era una con documentos, vídeos e instalaciones de la época Fluxus de Yoko Ono. Siguen teniendo una buena colección, sobre todo de las desconocidas para nosotros vanguardias escandinavas, pero muchas de las obras maestras que aparecían en el catálogo no las vimos por ninguna parte. Eso sí, el edificio del museo, reconstruido casi totalmente por Moneo, es realmente bonito, y en la cafetería sirven uno de los mejores expresos de la ciudad.

Otro museo recomendable es el Historiska Museet, aunque está tomando una peligrosa deriva hacia un parque temático vikingo para niños. Por eso, si van con prisas, sáltense las salas dedicadas a los hombres del norte, que a fin de cuentas fueron otro pueblo de campesinos hambrientos sin mayor interés (aunque de cuando en vez les entrara el frenesí guerrero como en la película de Terry Jones), sáltense también la "sala del oro", que es como una joyería pija del barrio de Salamanca, y pasen directamente al arte medieval sueco, con sus monumentales retablos y sus esculturas talladas y policromadas en un estilo cercano al expresionismo, una auténtica sorpresa para la que ninguna historia del arte nos había preparado. A mi señora le gustó mucho el Museo de la Danza, que además era el único que se visitaba gratis, y que nos ilustró sobre los (para mí desconocidos) Ballets Suecos, compañía que en el periodo de entreguerras le hizo la competencia a los mucho más famosos Ballets Rusos de Diaghilev, y para la que compusieron obras músicos de la talla de Debussy, Milhaud, Satie o Albéniz, y diseñaron escenografías artistas como De Chirico, Leger o Picabia, algunos de cuyos bocetos y figurines originales se podían ver. Eso sí, el museo que más nos gustó a ambos, por haber conservado su encanto decimonónico sin caer en el infantilismo, fue el Biologiska Museet, un edificio de madera imitando el estilo de las construcciones vikingas diseñado para albergar un único e inmenso diorama que ilustra sobre la fauna de los territorios nórdicos mostrando animales disecados de todas las especies en actitudes "naturales" (más alguna locura taxidérmica como un híbrido de conejo y lechuza).

Finalmente, Estocolmo todo es un museo de escultura al aire libre, con obras en bronce de singular valor artístico. Un gran número de ellas son del omnipresente Carl Milles, que además tiene un museo propio en las afueras que no llegamos a visitar, pero hay muchas más de otros autores que dan una visión bastante exacta del desarrollo que alcanzó este arte en Escandinavia en los siglos XIX y XX, caracterizado por el culto a la forma humana, la elegancia de las líneas y una lectura frecuentemente simbólica. O, por expresarlo en otros términos, todo lo contrario de los monumentales mamarrachos que en los últimos años las autoridades sevillanas, atendiendo peticiones de cofradías, peñas taurinas o casetas de feria, han ido erigiendo por los espacios históricos de la ciudad para vergüenza de sus habitantes. Quieran los dioses de la guerra que a no mucho tardar seamos invadidos por el ejército rumano y en el saqueo arramblen con todo el bronce que encuentren en nuestras calles.


Balkan Beat Box - Bulgarian chicks (2007)

2 comentarios:

Vidal dijo...

Y con un Asplund de fondo en la última de las fotos, sí señor. Imagino que eso quedará para otro post, ¿no?

Profesor Franz dijo...

Pues sí, precisamente.