miércoles, 5 de septiembre de 2012

Impresiones nórdicas

Primera tarde en Estocolmo. Tras deshacer las maletas salimos a cenar algo. Un par de calles más abajo encontramos un restaurante bonito llamado Kvarnen que ofrece comida tradicional a precios razonables (dentro de lo que cabe esperar). Como llegamos temprano conseguimos mesa fácilmente, pero el local se llena en seguida; muchos guiris, sobre todo orientales. La estrella del menú son unas bolas de carne que se parecen a nuestras albóndigas y no nos atraen demasiado, así que optamos por una sopa especiada muy consistente y arenques. Hice promesa mental de pedir algún día las tales albóndigas, pero al final me fui del país sin probarlas; tampoco creo que me haya perdido nada memorable. A la mañana siguiente buscamos el restaurante en la guía y nos enteramos de que se trata de uno de los lugares que aparecen reiteradamente en Millenium, la trilogía de Stieg Larsson que ninguno hemos leído. Es más, ni siquiera hemos visto las películas basadas en las novelas. Por eso ignorábamos que la mayor parte de su acción se desarrolla en nuestro barrio de Sodermalm, y que existe una ruta temática por los enclaves más significativos. Ni que decir tiene que pasamos de hacer la ruta. Nos fijamos, eso sí, en que muchas chicas del barrio adoptaban el look Salander: tatuajes, piercings y goticismos. No sabemos si por imitación, o más bien fue Larsson el que se inspiró en un estilo que, por los años en que compuso su obra, comenzaba a verse por la zona.

La cocina sueca, por lo que pudimos observar, no es demasiado variada, si bien los productos empleados son siempre de excelente calidad. Las cartas de los restaurantes suecos no suelen pasar de un par de páginas y son intercambiables de un restaurante a otro. De hecho fue curioso comprobar que los platos, la elaboración, la presentación e incluso el servicio eran casi idénticos en todas partes, aunque en algunos sitios cobraran el doble que en otros. Normalmente los locales caros eran aquellos que habían recibido buenas críticas en los medios, pero nunca llegamos a descubrir en qué se basaban los evaluadores para asignar sus estrellas. En Suecia también se nos hizo añicos el mito de que en Europa sólo se puede tomar un buen café en Italia, en Portugal y (cada vez menos) en España. El café sueco, que lo preparan y sirven al modo italiano, es excelente, y los nativos muy cafeteros. ¿A que no les pega?

Mención aparte merece el precio de las bebidas alcohólicas, que las hace prohibitivas para el viajero medio del arruinado sur de Europa. En los supermercados aún se puede comprar cerveza, si bien a precio de cantina de aeropuerto, pero en bares y restaurantes no esperen tomarse una por menos de siete euros. En cuanto al vino, más vale que se olviden de catarlo. Y sin embargo a los suecos se les ve trasegando a todas horas, ignoro si porque sus sueldos se lo permiten o porque ya tienen asumido ese gasto en el presupuesto mensual. Personalmente creo que el tener que valorar en cada momento si uno se toma una cerveza o no acaba siendo positivo en términos de salud. En España puede que no lleguemos a esos extremos pero la subida progresiva de los impuestos sobre el alcohol para adaptarnos a los estándares europeos es inevitable. Y si se retrasa es sólo por la presión de los poderosos lobbies de productores y hosteleros, que no en balde el mayor atractivo de nuestro país a ojos de una gran parte de nuestros vecinos continentales es el bajo precio de las bebidas embriagantes. Por eso, y porque si algún gobierno osara dificultar el acceso del pueblo soberano a su diversión favorita tendríamos el alzamiento asegurado.

Finalmente, el gran mito del país nórdico, al menos desde nuestra perspectiva carpetovetónica, las suecas, les aseguro que se basa en evidencias ciertas y demostrables. Ignoro si su incorporación al cine y el imaginario español allá pòr los sesenta tuvo un precedente histórico, o fue sólo la idealización de un arquetipo sexual primigenio, pero el hecho es que el objeto tenía y sigue teniendo su correlato real en los territorios hiperbóreos. Y no es que todas las suecas sean espectaculares, obviamente, pero sí un importante porcentaje; y de éstas no pocas alcanzan lo sublime. Aquellas tierras producen en concreto un tipo de mujer joven de piel nívea, pelo color oro blanco, rasgos perfectos y formas esculturales que cuando te las cruzas por la calle te provocan extrasístoles. Y no sólo lo digo yo, que en estas cuestiones suelo dejarme llevar por mi conocida lujuria. Hasta mi señora, cuando me veía con los ojos vueltos y babeando, como Homer Simpson imaginando una caja de rosquillas cubiertas de gominolas, ante la visión de una de estas diosas descendidas del Valhalla, en lugar de reñirme como tiene por costumbre acababa dándome la razón:

- Vale, sí, es muy mona, pero cierra ya la boca y deja de ponerte en evidencia que te está mirando todo el mundo.


Les Reed - Holiday With Raymond (The Girl on a Motorcycle BSO, 1968)

3 comentarios:

carrascus dijo...

De jovencito solía usted decir que cuando fuese mayor quería ser un viejo verde... veo que lo ha conseguido. Enhorabuena, profe.

Vidal dijo...

Hombre, profesor, los nórdicos son en general muy cafeteros. Sólo tiene que recuperar las películas de Bergman o de Dreyer (aunque éste último sea danés, y no sueco) para constatar que se pasan el día con la tacita pegada a la boca.

Profesor Franz dijo...

Vale, pero lo sorprendente, al menos para mí, era la calidad del café. Que los norteamericanos también se pasan el día tomando café, pero lo que beben es una oscura pócima de efecto laxante.