lunes, 12 de septiembre de 2011

Museos

En Amsterdam los museos siempre están de obras. El Rijksmuseum, por ejemplo, ya lo estaba la primera vez que visité la ciudad, allá por el 1992. O igual era otra obra diferente a la de ahora, no lo sé; en cualquier caso el estropicio es el mismo. Porque, claro, para que los cuadros no se les llenen de polvo, ni los arañen los albañiles al pasar con la escalera al hombro, los retiran de las salas y los ponen a buen recaudo, lo que nos parece una medida sensata. Pero no se les ocurre cerrar el museo, porque entonces perderían unos importantes ingresos de taquilla. Así que dejan abiertas unas pocas salas en las que exponen las piezas que ellos, los cuidadores del museo, consideran las joyas de la colección, las obras maestras, los highlights, los cuadros que el turista con poco tiempo quiere ver porque así se lo han dicho. Por supuesto cobrando el mismo precio por el billete, que en Holanda todos los museos son de pago y no precisamente baratos. Y que conste que soy muy partidario de que los museos públicos cobren la entrada, pero esto es vender gato por liebre. Porque uno va a los museos no a pelearse con los turistas por colocarse delante de ese cuadro que aparece en la portada del catálogo y que conocemos de memoria, sino a descubrir cosas nuevas. Esos cuadros raros de pintores semiignotos, casi siempre relegados a un rincón de la sala junto a la puerta, que te atrapan y te dejan queriendo saber más cosas de su autor. Y ese placer es el que se nos escamotea.

Y no piensen que eso es todo, que lo de los museos de arte contemporáneo es aún peor. Por lo visto corre entre sus responsables la idea de que exhibir los fondos que con dinero y dedicación se han ido adquiriendo durante décadas es de viejunos, y que lo moderno es guardar la colección permanente bajo siete llaves y destinar el espacio a artistas emergentes, nuevas tendencias y exhibiciones temporales. De modo que si usted va a un museo holandés de arte contemporáneo buscando las obras de los maestros del siglo XX (Mondriaan, Karel Appel, Van Dongen, De Kooning...) se llevará un enorme chasco pues sólo encontrará instalaciones, pantallas de televisión proyectando videoarte o exposiciones sobre el arte actual de Trinidad-Tobago. Y por supuesto que las novedades deben tener también su espacio para exhibirse, pero para eso se ha creado los "centros de arte contemporáneo", los cuales, liberados de la obligación de mantener una colección permanente, pueden dedicar todo su esfuerzo a programar exposiciones efímeras y de cierto riesgo. No así los museos cuya función es albergar y exhibir en las mejores condiciones las obras que el canon artístico vigente considera valiosas.

Y en esas estábamos, de vuelta en España, convencidos de que los responsables de los museos holandeses eran unos noveleros y unos chuflas, cuando en el spam que suele llegarme de una institución tan costosa y prescindible como la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA) me cuentan de un curso de verano que imparten en colaboración con el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo titulado "La colección permanente como exposición temporal". Y no me resisto a copiarles parte de su farragosa presentación, redactada en la jerigonza de los comisarios artísticos, para que vean lo que piensan del visitante asiduo de museos:
Quedan, eso sí, nostálgicos de lo permanente que ven frustradas sus pretensiones de inamovilidad, ya que al visitar el museo un día descubren que ya nada estaba donde solía estar. Frente a ellos y sus quejas, los esfuerzos intelectuales –de diferente calado, según los casos- que obligan a repensar continuamente la colección producen en ocasiones ciertos brillos.
Y tiendo a pensar que, aunque invoquen experiencias pioneras en esa línea de prominentes museos como el MoMA, esta tendencia a esconder las obras de los maestros del siglo XX como si se avergonzaran de ellas no es probable que se consienta tan fácilmente en instituciones cuyo mantenimiento depende de donaciones privadas, mientras que resulta muy fácil de colar a una financiada con fondos públicos, ya que la ignorancia de los responsables políticos de la cosa y de los mismos súbditos les impide percatarse de que se está hurtando al disfrute de los contribuyentes el producto del porcentaje de sus impuestos que se dedica a la adquisición de arte. Y recordemos que, además de la conservación del patrimonio, los museos tienen una función principalmente educativa. No quiero ser agorero pero, a este paso, en unos años una persona interesada podrá ver las obras originales de cualquier pintor del siglo XV o XVII pero, por el capricho ideológico de un puñado de comisarios, no tendrá acceso a las de Max Ernst, Kandinsky o Picasso.

Y ya que hablamos de Picasso, reconózcanme que no hay otros dos versos en la historia del rock que se puedan comparar a los que abren esta canción:
Well, some people try to pick up girls and get called an asshole
This never happened to Pablo Picasso

The Modern Lovers - Pablo Picasso (1976)

6 comentarios:

carrascus dijo...

El problema es que los comisarios artísticos, a medida que se van haciendo con un nombre reconocido, tienden a querer dejar de serlo y a convertirse en artistas. Y muchas veces lo que consiguen es convertir el museo o el espacio escénico en un parque temático artístico pequeñito.

Por cierto, Profe, que al autor de esas frases que cita usted al final, desgraciadamente, también se le podría aplicar la palabreja ésa de "asshole"... lo sé de primera mano...

Profesor Franz dijo...

Eso es cierto. Pero también la confusión de atribuciones se debe en parte a la terminología empleada. Y es que, en español, el que cuida de las colecciones de un museo es el "conservador" (el mismo término tiene connotaciones de inmovilidad), mientras que a quien organiza una exposición temporal se le llama "comisario". Sin embargo en inglés a estas dos figuras con competencias tan alejadas se les llama indistintamente "curators". Por eso en castellano se entiende mejor que los conservadores de los museos se aburran quitándole el polvo a los cuadros y quieran jugar a ser comisarios.

Y qué le ha hecho a usted el bueno de Johnathan Richman, con lo simpático que parece y lo bien que cae?

carrascus dijo...

Pues Profe, fue una cosa de hace muchos años, una vez que vino a tocar a la discoteca "RRio". Nos habían apañado una entrevista con él a Blas y a mí después del concierto, y el tío no quería, porque se quería ir a un tablao flamenco. El road manager tuvo prácticamente que imponerle que hablase con nosotros porque así estaba prometido y le habíamos estado dando un montón de cancha en nuestros programas respectivos... pero el tío lo hizo todo a regañadientes, contestándonos a todo con borderías y diciéndonos que lo que le preguntábamos era muy profundo y él lo que quería era flamenqueo, nos decía que no a todo lo que le intentábamos sacar de sus relaciones pasadas diciendo que todo era mentira... el Luis le regaló un disco (el "Beach Boys Party") que le constaba que le gustaba y ni siquiera le dio las gracias, aparte de no echarle apenas cuenta al regalo... en fin, que esa noche fue un verdadero gilipollas...

Profesor Franz dijo...

Esa fue la noche que estaba acatarrado y se pasó todo el concierto tomando cucharaditas de jarabe? Pues estuvo muy dicharachero con el público! Sería efecto de la codeína.

Y hay que entender al pobre hombre: estaba en Sevilla, le habían prometido una juerga flamenca... y se encuentra a tres friquis de una radio local que no le dejan marchar y sólo quieren hablar de discografías y productores. Como para no ponerse borde... Demasiado bueno que fue que no les dio con la guitarra en la cabeza!

carrascus dijo...

Puede ser... aunque no le recuerdo yo acatarrado, esa noche fue allá por el 88 o así...

Y también sé que lo que dice usted es cierto. Pero si a él le habían prometido el flamenqueo, a nosotros unos minutos con él. Y vale, le concedo que no tuviese ganas... que se hubiese ido y ya está... pero si nos das cinco minutos escasos, al menos no nos putees... total, la coca de la fiesta no se iba a acabar en esos cinco minutos.

Y solo éramos dos... lo del Luis fue por la tarde, bastante antes del concierto, y ya estaba igual de gilipollas que después de darlo... no tiene excusa...

Vidal dijo...

Carrascus, ya le digo yo que los músicos también tienen días malos. Y hasta le pongo un ejemplo: de las tres veces que he entrevistado a James Murphy, dos han sido estupendísimas y otra una mierda, precisamente porque el susodicho se había leventado aquel día con el pie izquierdo, a cuenta de las cancelaciones de vuelos del famoso volcán islandés...