viernes, 16 de septiembre de 2011

Frans Hals

Los museos de Amsterdam con las colas más largas en la puerta son, por este orden: la casa de Anna Frank, el de figuras de cera de Madame Tussauds y el museo Van Gogh. Y es natural, le dan al público lo que quiere ver y no juegan con él escamoteándole contenidos. Nosotros no entramos en ninguno de ellos por razones obvias pero hay otros museos interesantes en Holanda que merecen una parada. Por ejemplo, el Mauritshuis de La Haya, que nos gustó porque es el típico caserón con los cuadros todos apiñados al modo antiguo. Como la colección Lázaro-Galdiano de Madrid aunque más grande y con mejores fondos. Si tienen interés en visitarlo deben darse prisa porque anunciaban para el próximo año uno de esos cierres parciales para hacer reformas, y ya les he contado lo que eso quiere decir. E imagino que meterse en tantas obras a la vez debe de costarle un ojo de la cara al gobierno holandés, de lo que deduzco que la crisis no está pegando allí tan fuerte como en la cuenca mediterránea. Así que ya saben, si tienen algún dinerillo ahorrado inviértanlo en deuda pública de los Países Bajos. O deposítenlo en alguno de sus bancos que siempre serán más seguros; el ING es el más conocido y el de mayor implantación en nuestro país pero yo preferiría abrir una cuenta en el Rabobank, no sé por qué, quizás porque tiene un nombre más eufónico.

Otro museo que nos encantó fue el Frans Hals Museum de Haarlem, pintoresca villa a diez minutos en tren de Amsterdam que no deberían dejar de visitar si viajan a la capital holandesa. También estaba de obras, cómo no, pero al menos era una cosa discreta que afectaba sólo a un pequeño número de salas. De entrada ya el edificio es un acierto, un antiguo asilo de ancianos del siglo XVII con las salas dispuestas alrededor de un precioso patio central. Lo cual obliga a hacer un recorrido circular por la colección siguiendo un criterio histórico bastante sensato. Obviamente las joyas del museo son los cuadros del pintor que le da nombre, Frans Hals. Y es sorprendente que durante mucho tiempo la crítica le haya considerado un artista menor, un pintor costumbrista especializado en escenas de taberna y retratos de bebedores, a gran distancia en el canon académico del indiscutible maestro Rembrandt. Porque basta hacer ese recorrido por las salas que exponen su obra para percatarse de que estamos ante uno de los grandes genios de la historia de la Pintura. Un artista con una técnica tan personal, una pincelada tan suelta y tan expresiva, que la única comparación posible es con el mismísimo Velázquez. Ya se percataron de ello los impresionistas franceses del XIX, que peregrinaban a Haarlem para pasmarse ante esos dos prodigiosos retratos de grupo de los administradores y las gobernantas del citado asilo de ancianos que pintó a la asombrosa edad de ochenta y dos años y que siguen expuestos en el museo.

Y la comparación con Rembrandt es inevitable, pues los dos hubieron de enfrentarse en numerosas ocasiones a ese género tan típicamente holandés del retrato de grupo: dos formas antagónicas de interpretar un mismo motivo iconográfico. Porque mientras Rembrandt traza el retrato psicológico de los personajes, y los dispone en escena siguiendo una estricta jerarquía social, Frans Hals se recrea en su humanidad, en las disculpables debilidades de ese grupo humano. En la famosa Ronda Nocturna de Rembrandt, por ejemplo, se nos muestra a un grupo de burgueses pomposos, revestidos de todas sus galas, haciendo una ostentación armada de poderío. Una tropa de miles gloriosus que con sus bengalas y sus salvas impresionaría a los pacíficos habitantes de Amsterdam, pero que, ante la perspectiva de tener que combatir a los tercios españoles, correría sin duda a esconderse bajo las faldas de sus mujeres como en La Kermesse Heroica. Por el contrario, en las compañías cívicas que pinta Hals, el aspecto militar es lo de menos y la comida, la bebida y la camaradería lo que realmente importa. Y qué mejor excusa que la defensa de la ciudad y el servicio de las armas para salir de casa por la noche, reunirse con los amigos y dedicarse a banquetear tranquilamente lejos de la mirada inquisitorial de sus calvinistas esposas. El ejercito suizo sigue haciendo algo parecido en sus revistas periódicas de las tropas y les va muy bien.


King Crimson - The Night Watch (1974)

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