jueves, 1 de septiembre de 2011

Amsterdam

Pues ya estamos aquí, queridos lectores, de vuelta a la disciplina laboral y a la obligación de actualizar el blog con cierta regularidad, cosas ambas que, para ser sincero, no me apetecen, que el hábito de la holganza durante todo este tiempo se ha hecho fuerte en mí. En cualquier caso debería, como todo hijo de vecino, comenzar contándoles con todo lujo de detalles y hasta en varias entregas mis vacaciones estivales. Porque este verano nos hemos ido a Amsterdam, una de las grandes capitales europeas que nos faltaba por conocer. Pero no les puedo narrar historias de sórdidos coffee shops ni experiencias con drogas sintéticas. Ni siquiera de cómo es la vida nocturna amsterdanesa. Esta vez nos hemos comportado como un par de abueletes (de lo que, al menos yo, no me hallo tan lejos), levantándonos con el sol y acostándonos con las gallinas. Que, sí, es una perversión aunque no en el sentido que alguno de ustedes pensará; mas también una excelente estrategia para aprovechar el tiempo en vacaciones merced a la cual nos hemos podido patear la ciudad a conciencia. Y fíjense que digo patear, porque no hemos incurrido en la frivolidad de alquilar bicicletas como habría hecho cualquier turista buenrollista. Y es que, cuando se viaja, es conveniente respetar las costumbres de los nativos, pero también dejar muestra de la clase y el señorío que nuestra raza atesora.

Que Amsterdam es ciudad de bicicletas nadie lo ignora. Gracias a la eficaz política de los sucesivos gobiernos municipales, desde hace décadas sus ciudadanos y gran parte de los visitantes utilizan ese medio de transporte, barato y ecológico, para sus desplazamientos. Y es pertinente mencionarlo pues precisamente ahora muchos de nuestros alcaldes andan empeñados, algunos con mayor interés que otros, en convertir a sus ciudades en similares paraísos para el vehículo de dos ruedas. E invierten enormes partidas en mensajes educativos, en crear carriles específicos y hasta en redes pública de bicicletas de alquiler. Vana empresa, pues la Historia enseña que para potenciar el uso de la bicicleta en las ciudades sólo hay dos medios realmente eficaces: mantener a la población en un nivel de pobreza tal que no pueda adquirir vehículos a motor (fue el caso de la antigua República Popular China) o bien limitar drásticamente la circulación de dichos vehículos en la mayor parte del casco urbano. Esto último, junto con una orografía benévola, es lo que explica el éxito de la bicicleta en muchas ciudades centroeuropeas. Y lo que deberían hacer los alcaldes españoles, en lugar de dedicarse a derogar los tímidos intentos en ese sentido de sus predecesores. Y ya saben de quien hablo.

De todos modos, siendo la bicicleta un notorio avance respecto al contaminante y ruidoso automóvil, y su uso generalizado un signo de civilización, no deja de ser un medio de transporte peligroso, no tanto para el jinete como para el indefenso peatón que en estas ciudades donde mandan las dos ruedas se ve expuesto a sus ataques por todos los flancos; y sin contar siquiera con el aviso sonoro que envían los motores de explosión y que en tantas ocasiones evitan el atropello. Además los ciclistas, con la relajación que da la costumbre, tienden a ignorar las normas de circulación y hasta las de convivencia, circulando por donde les place, a velocidades temerarias y sin respeto por sus conciudadanos que, más prudentes o más refinados, optan por ir a pie. Que es el modo en que las personas de orden nos desplazamos por la ciudad.

Que se promueva el uso de la bicicleta, yo no me opongo. Entiendo que hay muchas personas a las que la naturaleza no ha dotado de la coordinación psicomotriz necesaria para caminar con garbo y elegancia y necesitan un vehículo. Pero que no se use ese argumento pretendidamente democratizador para considerar a la bicicleta como el ideal. Un avance, sí, pero siempre un escalón por debajo de la marcha a pie. O alguien ha oído hablar de alguna escuela filosófica cuyos adeptos discutieran silogismos dando vueltas al ágora en bicicleta? Pues entonces!


View - Bike Ride (1993)

2 comentarios:

Alcancero dijo...

Los carriles bici hay que saber hacerlos, pues si no lo único que se crea son otra raza de conductores fascistas que se creen con derecho a todo, sobre dos ruedas esta vez en vez de cuatro. Recuerdo mi última visita a Sevilla, cuando algunas aceras han sido engullidas por los carriles bici y apenas hay sitio para los sufridos peatones, cada vez más los grandes perdedores en los actuales entornos urbanos.

Recuerdo hará unos diez años en Valencia, donde los carriles bicis estaban en amplísimas avenidas rodeados de setos, salvo en algunos tramos con pasos de peatones específicos para los transeúntes que tuvieran que cruzar las aceras. Si no se hace con esta inteligencia mejor dejarlos.

En cualquier caso bienhallado sea a su vuelta.

Vidal dijo...

Lo del peligro de no hacer ruido ya no es sólo un problema de las bicicletas. ¿Se ha enfrentado alguna vez a un coche eléctrico, Profesor? Son tan malditamente silenciosos que uno no los escucha hasta que no los tiene encima; de ahí que haya marcas que proponen la posibilidad de que estos coches emitan un cierto ruido, para prevenir accidentes... eso sí, con el consiguiente peligro por parte de los tuneadores oficiales: si son capaces de manipular con abusrdidad manifiesta las carrocerías de sus vehículos, qué no serían capaces de hacer con el sonido de los mismos.