jueves, 22 de septiembre de 2011

Un poco de escatología

Y ya basta de tanto arte y de tanta museística y vamos a hablar de cosas importantes. De comida, dirán ustedes. No precisamente, pues la cocina de los Países Bajos no es como para detenerse mucho en ella, y de hecho la opción más sensata para comer allí son los numerosos restaurantes de las antiguas colonias del sureste asiático. Y les iba a recomendar que, si van a viajar a Amsterdam, cenaran en uno de los mejores restaurantes indonesios de toda Europa, el Cilubang, donde tuvimos una de las epifanías gastronómicas más inolvidables de nuestra vida; pero cuando he entrado en su página web para buscar la dirección exacta me he encontrado con la triste noticia de su cierre por la enfermedad (que imaginamos grave) del cocinero. Lo conocimos aquella noche y era un señor indonesio ancianísimo, enjuto como una pasa, que llevaba él solo toda la cocina y además tenía tiempo para salir y explicarles a los comensales el contenido de cada uno de los veintitrés platos que componían el menú degustación. Una pena, y un aliciente menos para volver a Amsterdam. Pero, como les decía, no les voy a hablar de las comidas de los holandeses sino de sus excretas, que a fin de cuentas son la misma cosa aunque con un procesamiento enzimático y bacteriano entre medias.

Las dos veces que he estado en Holanda me he alojado en casas particulares, y en ambas me ha sorprendido la curiosa disposición de las habitaciones destinadas a la higiene corporal y la evacuación. Porque, y esa es la primera diferencia con el modelo mediterráneo, ambas funciones suelen tener asignados cubículos independientes. El retrete a uno y la ducha a otro. Y nada de expansiones, que en un país que tuvo que conquistarle el suelo al mar del norte los metros cuadrados se valoran por encima de todo, y si las funciones fisiológicas se suelen hacer en soledad no hay por qué reservarles más espacio del necesario. Aquí en España también defecamos en solitario pero el cuarto de baño suele ser más amplio y propicio a encuentros entre los habitantes de la casa. Por otro lado (y esto es una digresión) lo realmente característico de las viviendas de nuestro país es esa absurda habitación denominada "cuarto de estar" en la que se apiñan todos los miembros de la familia a comer y ver la televisión, mientras el llamado "salón", siendo mucho más amplio, permanece vacío, con sus estanterías repletas de vajillas de porcelana, preparado siempre para recibir a una visita que nunca llega. Beckett en estado puro.

Otra característica de los retretes holandeses es que la taza tiene en su concavidad un plano horizontal donde caen los excrementos. En España nos interesa deshacernos de ellos cuanto antes, y les facilitamos el hundimiento mediante superficies inclinadas deslizantes, pero allí por lo visto son más partidarios de examinar las heces antes de enviarlas a los colectores, costumbre a la que, de entrada, no hay nada que objetar. El examen visual y olfativo de las deposiciones es parte fundamental de la propedéutica clínica y un arte sutilísimo aunque ya en desuso por culpa de las modernas determinaciones bioquímicas. Y si bien no imagino al holandés medio dotado de los conocimientos médicos necesarios para extraer toda la valiosa información que le ofrecen a simple vista unas deyecciones, al menos es de alabarle el interés por inspeccionar someramente su estado antes de darles el postrero adiós. El inconveniente más destacable de este sistema es que obliga a mantener una molesta cercanía con la materia fecal y sus efluvios mientras dura la sesión. En la casa donde nos alojamos este año el retrete además carecía de extractor de gases (que, por una extraña decisión de los constructores, había sido instalado en el habitáculo de la ducha) lo que hacía más evidente el citado problema. Afortunadamente la dueña de la casa era una hippie a la antigua usanza y tenía gran acopio de varitas de sándalo e incienso, las cuales nos acostumbramos a llevar con nosotros en las diarias visitas al excusado. El día en que además se fundió la bombilla y tuvimos que encender velas para alumbrarnos aquello parecía un santuario doméstico en honor de Venus Cloacina!

Y pasando de lo doméstico a lo público, hemos de señalar también que Amsterdam es una de esas capitales que conserva orgullosa los hermosos urinarios decimonónicos de hierro colado o chapa, práctico regalo de la tercera república francesa a la civilización occidental. Como se aprecia en la foto, la mayoría están apostados a orillas de los canales con lo que no es difícil deducir a dónde vierten sus aguas. No llegué a utilizarlos porque soy más de hacerle el negocio a los bares, pero agradezco a las autoridades su desvelo y buen gusto. En La Haya vimos otros urinarios al aire libre más modernos; y también vimos muchos de aquellos portátiles y como columnas que en las ciudades se reparten por las zonas de ocio los fines de semana para evitar la micción callejera incontrolada. Son una solución, no lo niego, pero su estética deja mucho que desear. Y además me extraña que las feministas holandesas, con lo que mandan, no hayan puesto el grito en el cielo y reclamado para ellas un privilegio similar al que gozan los varones cuando las ganas aprietan.

Los franceses llamaron a sus urinarios vespasiennes, en honor al emperador romano que impuso una tasa a quienes recogían la orina de las letrinas públicas para extraer el amoniaco empleado en la industria textil. A Vespasiano se le atribuye por eso el dicho "pecunia non olet" con el que respondió a su hijo Tito cuando éste le recriminaba la naturaleza inmunda del impuesto. Las vespasiennes de París causaban la admiración de los visitantes, y el mismo Henry Miller, entusiasmado con el invento, la expresó del siguiente modo: "Qué placer debe de dar orinar en plena calle mirando a las hermosas mujeres que pasan!" (cito de Guerrand R.-H.: "Las letrinas. Historia de la higiene urbana", 1985). También, y como suele ocurrir, provocaron el escándalo de las mentes más retrógradas, obligadas a enfrentarse en plena calle con la realidad de esas funciones fisiológicas que tanto les ofenden. Años después de su implantación un escritor de medio pelo, Gabriel Chevallier, aún tuvo un enorme éxito editorial con una novela de tinte satírico llamada "Clochemerle" en la que describía los enfrentamientos en un pueblo de la Francia profunda entre conservadores y progresistas a cuenta del urinario erigido en la plaza. En los setenta se adaptó como serie de televisión, con Peter Ustinov de protagonista, y llegó a pasarse en España. Yo la recuerdo vagamente.


Marty Wilson - Misty Poo (1953)

1 comentario:

carrascus dijo...

Clochemerle...! Fíjese, yo incluso tengo el libro. Debe andar por alguna de las cajas del garage, porque por los estantes de la casa no lo veo... recuerdo vagamente que su lectura fue divertida.