miércoles, 22 de junio de 2011

Pessoa y Lisboa

Es de agradecer que esas autoridades financieras extranjeras que deciden sobre la legislación laboral española aún no se hayan metido con algo tan nuestro como los puentes. Gracias a ese despiste (que, no lo duden, se subsanará en breve) podemos tomarnos a partir del jueves unos días de descanso. Aunque podría ser también que a nuestros nuevos señores, en lugar de revisar el tema pontificio (lo relativo a la erección de puentes), les de por entrar directamente en el muy resbaladizo tema de las festividades nacionales y locales y su disposición en medio de la semana porque quien las dicta no es la autoridad laboral sino el santoral de la iglesia católica. Por ejemplo, la festividad local que se celebra en Sevilla el jueves, y que supone el cierre de todos los organismos públicos, el comercio y la poca industria que nos quede, tiene como objetivo proclamar la fe en que unas obleas de pan ácimo sobre las que se han pronunciado ciertos conjuros son en realidad la carne de un semidiós hebreo que habitó en Palestina hace más de dos mil años. Tal y como lo oyen. Tan disparatada creencia, que no se la tragaría ni Iker Jiménez harto de vino de consagrar, en Sevilla es apoyada por todas las fuerzas vivas e instituciones civiles de la ciudad, incluida la Universidad, y sus representantes oficiales, con la Corporación Municipal a la cabeza, procesionarán en gozoso contubernio con los magos de la secta que defiende semejante superstición acompañando a una custodia dorada donde se exhibe el objeto de su idolatría. Un par de días después se celebra por las mismas calles otra procesión muy distinta (o quizás no tanto), la del orgullo gay, y como no sabemos con qué talante se tomará Yahveh la provocación, preferimos como Lot y los suyos huir de la ciudad pecadora, no sea que la justa ira le nuble la vista y yerre el destino de sus rayos purificadores alcanzando a quienes no tenemos arte ni parte en la celebración sodomítica.

Así que nos vamos unos días a una de nuestras ciudades favoritas. Por cierto, sabían ustedes que Pessoa escribió una guía turística de Lisboa? Según cuentan formaba parte de un libro mucho más ambicioso que debía describir las maravillas naturales e históricas de Portugal pero, como era de esperar, el poeta no fue capaz de llegar más allá de los límites de su ciudad natal. Una explicación que no convence, pues el libro, que no se publicó hasta hace unos años, no es para nada una evocación poética de la Lusitania, sino una guía práctica para los viajeros de la época (circa 1925), con las horas de visita de los museos y demás informaciones útiles. Eso sí, el turista al que se dirige Pessoa tiene poco que ver con nuestros mochileros de sandalia y calzón corto, ya que se mueve exclusivamente en automóvil, y en ese medio sube y baja por las colinas de la ciudad, apeándose del vehículo apenas el tiempo necesario para visitar algún monumento. Con la cercanía del viaje me ha dado por leer la guía, siguiendo el trayecto del elegante turista sobre un mapa reciente, y la sorpresa ha sido comprobar lo poco que ha cambiado Lisboa en casi un siglo. Los nombres de las calles son los mismos que tenían por aquel entonces; también los parques de antaño continúan siendo zonas verdes, y hasta raro es el edificio público que ha cambiado su función. Esas son las ciudades que nos gustan. Y es que en fondo somos muy conservadores.


Jose Afonso - Coro da Primavera (1971)

4 comentarios:

Vidal dijo...

Espero que no se olviden de visitar la fastuosa tienda de vinos que hay bajando la calle de la Catedral, que se dejen recomendar por el amable viejecito que la regenta y que se traigan de vuelta un par de cajas de caldos del Douro y el Alentejo. Ejem.

Profesor Franz dijo...

No, pero hemos descubierto un bar de vinos en la cuesta que sube al Castelo que justifica él solo un viaje a Lisboa. Y sólo hubo ocasión de comprarnos una botella: un Terra do Zambujeiro 2001 que, para quien no lo sepa (como era mi caso hasta hace un par de días), es el equivalente a viajar a la isla Mauricio y traerse un pájaro dodo vivo. De modo que ahórrense las súplicas porque no la pienso descorchar así como así.

Vidal dijo...

¿Ni siquiera si yo aporto un arroz con rape para acompañarlo?

Profesor Franz dijo...

No, no. Es un vino para beberlo sólo con un poco de pan y queso. O unas nueces todo lo más.