miércoles, 29 de junio de 2011

El Final de Rasputín

Leo en un viaje relámpago en tren, ida y vuelta a Cádiz, El Final de Rasputín, en la versión de su asesino el Príncipe Feliks Yusúpov que han editado primorosamente, como todo lo que hacen, nuestros amigos de Nevsky Prospects. La historia es bastante conocida como para repetirla; no obstante, el libro es muy recomendable porque presenta el alegato autoexculpatorio del criminal, algo siempre destacable en una literatura como la rusa tan marcada por el sentimiento de culpa. Y también porque aporta encantadores detalles, anécdotas que tienen casi más valor que el propio hecho histórico, anecdótico en sí mismo a la vista de los acontecimientos que unos meses más tarde arrasaron con todo. Detalles como que el asesinato de Rasputín hubiera de aplazarse unas semanas porque los albañiles que estaban acondicionando el sótano del palacio de Yusúpov donde estaba prevista la emboscada tardaron más de la cuenta en terminar la obra. Imagínense que el destino de Rusia hubiera dependido de los que hicieron la de mi piso!

El asesinato de Rasputín, con independencia de la opinión que nos merezca el personaje, fue de una bajeza asombrosa, y ni siquiera en su propio libro escapa airoso Yusúpov. Granjearse la confianza de su víctima fingiendo amistad, invitarlo a cenar a su casa para ofrecerle vino y pasteles envenenados y rematarlo finalmente a tiros no parece conducta propia de alguien que pretende pasar a la Historia como un héroe. Y realmente Yusúpov no era mala persona, tan sólo ese tipo de mentecato con ideales que a veces surge en grupos familiares muy castigados por la endogamia y la ociosidad. Creía a pies juntillas que la causa de todos los males de Rusia era un monje borracho y rijoso que tenía hipnotizadas a la Zarina y a una docena de Grandes Duquesas histéricas, un planteamiento simplista que recuerda al de la mayoría de los salvapatrias que conocemos. Ni siquiera cuando en el dorado exilio parisiense hace recuento de aquellos años se refiere al despotismo imperante o a la terrible opresión que soportaba el pueblo. Para Yusupov, la Rusia de Nicolas II era un país de cuento de hadas cuya felicidad había sido robada por un maligno hechicero, y él era el príncipe azul escogido por el destino para liberarlo. Un capullo, ya les digo. Tampoco voy a defender a Rasputín, que el hombre tenía demasiadas sombras y puede incluso, así al menos lo insinúa Yusúpov, que espiara para el Kaiser. Pero es el único personaje que acaba cayendo simpático, un monje vagabundo de origen campesino que con sus artes embaucadoras consiguió llegar a dominar a la mismísima Corte Imperial. El típico buscavidas, como el que le vende las pulseras magnéticas a la reina Sofía, para entendernos.

Se cierra el libro con un desconcertante postfacio a cargo de Luís Antonio de Villena, que parece no haberse leído el libro antes de escribirlo, tan diferente es su versión de los hechos. No obstante aporta cotilleos de gran interés, como que el Príncipe Yusúpov, además de ser el galán más guapo de toda la Corte, era también un notorio parguela que se travestía con las ropas de su madre la Princesa para ligar con los oficiales de la Guardia Imperial; y que para acabar con las habladurías a las que daba lugar tan licencioso comportamiento el Zar en persona le obligó a casarse con su sobrina. Según esta versión de la historia, la atracción de Yusúpov por Rasputín no era fingida sino real y abiertamente carnal. Y es que, según parece, nuestro monje era dueño de un cipote de colosales dimensiones, que le fue amputado tras su muerte y conservado en formol para ilustración de generaciones venideras. A día de hoy, al menos dos museos reclaman el honor de albergarlo en sus vitrinas. Lo cual también podría aclarar el enigmático verso de Boney M cuya interpretación ha traído de cabeza a sus exégetas: Ra Ra Rasputin / Russia's greatest love machine...


Estación Victoria - Octubre Rojo (1983)

1 comentario:

Alcancero dijo...

Curiosamente, yo también leí este libro en un tren. Aunque sea un libro exculpatorio, no dejan de filtrarse elementos determinantes de lo que es una monarquía al borde del abismo. Me encantaba lo del príncipe que por las mañanas iba a una academia militar a formarse como oficial y por las tardes hacía lo que le daba la gana, como un funcionario más que como el patriota que decía ser formándose para la guerra. De todos modos, cuando se lee el postfacio de Villena te queda una sensación de que la verdadera historia de tan grotesco asesinato ha quedado velada para siempre,