sábado, 25 de febrero de 2012

Algunas exposiciones

Aprovechamos nuestro viaje a Madrid para ver algunas exposiciones de las que les doy cumplida información por si se encuentran o tienen que viajar a la capital. En estos tiempos de recortes en gastos sociales y culturales La Alquitara Pensativa, aunque de gestión y financiación privada, sigue manteniendo su compromiso de servicio público. Y empezamos por la que más nos gustó, la que dedicaba la Fundación Mapfre a Odilon Redon, un pintor no demasiado conocido, encuadrado habitualmente en las filas de los simbolistas y muy influenciado por los aguafuertes de Goya. Ese influjo se aprecia sobre todo en sus dibujos al carboncillo y grabados, negros, siniestros y con un punto grotesco. Mi debilidad son sus arañas sonrientes, pero también impresionan las series dedicadas a Edgard Alan Poe o al darwinismo con sus singulares criaturas mutantes. Y luego, cuando toma la paleta de colores y le da la vena decorativa, nos encontramos con otro pintor completamente distinto, con unos cuadros con tanta luz que hasta parecen retroiluminados. Era necesaria ya esta retrospectiva, la primera del autor en España, que además está exquisitamente montada, como todas las cosas que se hacen en la Fundación Mapfre.

Así que ya saben: si sólo tienen tiempo en Madrid para ver una exposición vayan a ésta sin dudarlo (la de la colección del Ermitage que hay en el Prado y que vimos hace unos meses vale también la pena pero hay que reservar la entrada con anticipación y además son todas obras muy conocidas). Y ya de paso, aprovechando que están en la Mapfre, pueden ver también la dedicada al fotógrafo americano Lewis Hine. Pionero de la fotografía social, influyó y mucho en autores como Walker Evans o Dorothea Lange que reflejarían años más tarde la realidad de la gran depresión de los años 30. Pero Hine es anterior. Su obra principal se desarrolla en las dos primeras décadas del siglo XX, retratando la pobreza y las desigualdades de su país. Son memorables las dos series dedicadas a los inmigrantes europeos que llegaban a la isla de Ellis y al trabajo infantil. Sobre todo porque hacen reflexionar (y habíamos quedado en que ésa y no otra era la función del arte) sobre las condiciones en que se vivía hace un siglo y cómo la clase obrera fue conquistando sus derechos a base de dura lucha, derechos que ahora se quieren hacer desaparecer por decreto como si fuesen una graciosa concesión del señor feudal de turno a sus siervos. Todo ello ante el pasmo y la parálisis de los afectados, que deberían acudir en fila y cogiditos de la mano, como los párvulos de los colegios, a ver estas fotos y enterarse de dónde venimos y a dónde parece que vamos; y ustedes me disculparán tan demagógica digresión. Siguiendo con Hine, ya posteriores son la serie sobre los oficios industriales, con posados de hercúleos trabajadores entre ruedas dentadas (una inspiración clara para Tiempos Modernos) y la más conocida, ésta por encargo, sobre la construcción del Empire State Building.

En el museo Thyssen hay una de esas exposiciones pretenciosas que les ha dado últimamente por hacer en colaboración con Caja Madrid y que se caracterizan en la mayoría de los casos por el derroche en publicidad, la pobreza del discurso artístico y la vulgaridad de las obras. No obstante son las que ganan siempre en el concurso local de longitud de colas y tiempos de espera. En esta ocasión el artista homenajeado es Chagall, un pintor que nunca me interesó demasiado. Salvo de la quema su primera época, antes de la Gran Guerra, con cuadros originales, llenos de onirismo y de buena factura. Pero luego, vaya usted a saber por qué, perdió toda la vena creativa y le dio por pintar esos feísimos cuadros de campesinos judíos rusos; todo ese rollo fiddler on the roof, ya saben. Y no soy el único en pensarlo. En una entrevista de los años cincuenta Dalí le confesaba a González-Ruano que no soportaba su pintura "arqueológica y anticuaria" y que le parecía "el pintor más asqueroso que existía". Tampoco es para tanto pero ahí queda la opinión.

En el Thyssen hay también una miniexposición absurda que ocupa una sola sala con media docena de cuadros de Mondrian, Van Doesburg y algún otro artista del grupo De Stijl enfrentados a otras tantas pinturas de maestros holandeses del XVII. Son buenas obras, pero el pretendido diálogo entre épocas no se produce, con lo cual toda la farfolla teórica del cuadernillo explicativo se cae por su propio peso. La impresión que produce es que la baronesa se ha encontrado esos cuadros arrinconados en algún trastero y le ha dado órdenes a su comisario de cabecera de que se invente un discurso apañado para poder exhibirlos todos juntos. Y no crean que lo digo por ninguna inquina contra tan aristocrática mecenas, que ese truco de mezclar churras y merinas con el aglutinante de una argumentación hueca y falsaria lo aplican todas las instituciones artísticas. Sin ir más lejos, un par de manzanas más abajo, en el Caixa Forum, se presenta una muestra sobre el arte geométrico (y qué arte no lo es?) en el que la sensación de baratillo es más que evidente. Afortunadamente en el mismo espacio cultural se puede disfrutar de una deliciosa exposición sobre los ballets rusos de Diaghilev llena de figurines, programas, fotografías y trajes de la época, todo ello en un montaje modélico. Y lo mejor es que pueden llevar a parientes o amigos poco devotos del arte contemporáneo sin que protesten.

La última exposición que vimos, a esas horas tardías en las que te dejan entrar de balde en el Reina Sofía, fue la que el museo dedica a la figura de Raymond Roussel, un inclasificable escritor francés que ejerció una singular influencia sobre dadaístas, surrealistas, patafísicos y toda suerte de artistas a cual más extravagante. Las obras expuestas no tienen demasiado interés pero el montaje te despierta las ganas de leerlo. Y aunque esta entrada se está alargando ya más de la cuenta, tanto que más parece un post de Carrascus, quiero referirme para acabar a la inauguración del estudio que han montado Miki Leal, Abraham Lacalle y otros artistas allá por donde el barrio de Salamanca pierde su pijo nombre, cerca de Ventas, y que era el acontecimiento artístico donde todo cultureta moderno que se preciara tenía que estar.
Noestudio, que así han decidido llamarlo, pretende ser un taller de creación al tiempo que una plataforma para difundir sus proyectos, una especie de Factory (la neoyorquina, no la del polígono aeropuerto) abierta a todas las iniciativas. Nosotros obviamente fuimos, pero también obviamente llegamos tarde. Y es que para nuestra última noche en Madrid nos pareció mucho más interesante quedarnos de vinos por la Cava Baja. Y claro, para cuando hicimos acto de presencia ya se había acabado todo. Tanto que tuvimos que pelearnos por las dos últimas cervezas frías que quedaban con un señor que tenía aspecto de haber sido un teórico del arte conceptual en los setenta y estar ahora de prebendado en alguna institución pública. Vencimos nosotros, y en la foto adjunta pueden ver a Aly exhibiendo uno de los trofeos ante el famoso eslogan de Ben Vautier: "El arte es inútil; volved a casa". Y como somos muy obedientes y además ya no había nada de beber pues eso es lo que hicimos.


Sergey Kuryokhin - The situation of the Asian proletariat in America

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