miércoles, 15 de febrero de 2012

Siete Palabras

En 1786 un clérigo gaditano noble y de origen criollo, José Saénz de Santa María, encargó a Joseph Haydn la composición de una pieza musical para los oficios de Viernes Santo que celebraba una hermandad pasionista de la que era director espiritual en la capilla llamada de la Santa Cueva. Lo sorprendente es que Haydn aceptó el encargo, y un año después se estrenaba en las reducidísimas dimensiones de la capilla la Musica instrumentale sopra la sette ultime parole di nostro Redentore in croce ossiano sette sonate con un introduzione ed al fine un terremoto, una de las cumbres musicales del maestro vienés. Para entender lo asombroso del caso hay que recordar que Haydn en aquel momento estaba en la cima de su carrera y era, sin duda alguna, el compositor más importante de toda Europa. Es como si, para celebrar el bicentenario de la Constitución de 1812, la alcaldesa le encargara una ópera a Philip Glass. Inimaginable, verdad? Por eso, cuando en El Conciso añorábamos la Cádiz ilustrada y lamentábamos el estado de embrutecimiento en que ahora se encuentra, razones no nos faltaban.

Milagrosamente, y a pesar del canismo imperante en la ciudad, de vez en cuando nos sorprendemos con alguna iniciativa cultural de calidad, como la que nos llevó hace un par de fines de semana al citado Oratorio de la Santa Cueva. Y es que dentro del ciclo de conciertos dedicados a la música que se escuchaba en Cádiz en el tiempo de las Cortes que organizaba el Consorcio para la Conmemoración del Bicentenario bajo el horroroso lema de "¡Viva la Pepa!", se había programado la interpretación de Las Siete Palabras de Haydn por el Cuarteto Casals en el mismo espacio para el que la obra había sido compuesta.

- Magnífica idea! - dirán ustedes.
- Un desastre calamitoso! - contesto yo airado.

Porque hay que ser un necio con verdugo en el celebro y campanario en la mollera (Quevedo dixit) para organizar un concierto de uno de los cuartetos de cuerda más prestigiosos del mundo en un espacio donde a duras penas caben cien personas y encima poner la entrada gratis. Porque eso obliga a las personas interesadas, que son muchas por la popularidad de la obra y los intérpretes, a hacer cola durante varias horas en la calle en uno de los días más fríos del año y a pelearse luego por un asiento. En tales circunstancias yo obviamente habría renunciado a ir, pero desde la organización le confirmaron a mi señora que dispondríamos de localidades reservadas. Lo cual era rigurosamente cierto; sin embargo nadie había tenido en cuenta el problema logístico de la entrada en la capilla...

Cuando llegamos, nos encontramos con la previsible masa humana aterida que ocupaba casi toda la calle y bloqueaba las puertas del recinto. Y claro, cuando éstas se abrieron, comenzaron a entrar con tal ímpetu que más que melómanos parecieran un rebaño de ñus intentando alcanzar la orilla del río Mara. Porque estaba claro que todos no iban a caber y muchos se iban a quedar en la calle. Y en la calle estábamos, atónitos y sin saber qué hacer, el grupo de críticos, periodistas, enchufados y consortes a quienes se nos había asegurado que entraríamos sin problemas. Afortunadamente, antes de que la cosa se volviera incontrolable, una resolutiva trabajadora de la organización nos creó un pasillo por el que pudimos acceder a la capilla, no sin recibir numerosos improperios de los indignados ciudadanos que aguardaban en la cola.

Del concierto no les voy a hablar aunque ya pueden imaginarse que estuvo muy bien. Pero sí voy a aprovechar para criticar esa forma nefasta de hacer cultura. Los espectáculos, si se financian con dinero público, deben programarse en un espacio adecuado a las previsiones de asistencia, de modo que todo aquel que quiera ir tenga asegurada su localidad. Y por supuesto, salvo que se celebren al aire libre, hay que pagar por la entrada, con precios populares para que nadie se quede fuera por razones económicas pero que disuadan a los ociosos que pasen por allí. Lo contrario es populismo, malversación y chabacanería. Todo esto ya lo he dicho muchas veces pero no me cansaré de repetirlo cada vez que sea necesario.


A. Licciardi - Quanti martiri ha potuto passare

1 comentario:

Johnny Tumblepop dijo...

Totally agree! El gratis total puede hacer mucho daño.