viernes, 9 de marzo de 2012

Peatonalizaciones

Peatonalizar una calle es algo muy sencillo y barato. Basta con poner sendas señales en sus entradas prohibiendo el tránsito de vehículos. Y ya está. Y al que no cumpla lo señalado se le pone una multa de esas que dejan recuerdos imborrables. Y por supuesto no se le levanta ni aunque su cuñado toque la corneta en la banda de la policía municipal, que todos sabemos cómo funcionan aquí estas cosas. Se me puede objetar que la necesidad de mantener una vigilancia permanente sobre la calle para evitar infracciones puede resultar a la larga más cara, pero yo no lo creo. Si se sanciona inflexiblemente cada vez que un ciudadano sea sorprendido infringiendo la norma el miedo hará el resto y no será necesario apostar centinelas todo el día al acecho. De todos modos, si no nos fiamos del apego a las leyes de los conductores o de la honestidad de quienes les vigilan, siempre podemos colocar un obstáculo en mitad de la calzada en forma de pivote, marmolillo o macetero; verán cómo esa calle queda peatonalizada ipso facto. En el caso de que no se quiera esa solución definitiva por razón de permitir el paso de vehículos de emergencia, transporte público o residentes, siempre se puede hacer que ese obstáculo sea retráctil y se esconda al activarse el correspondiente mecanismo. Saldrá un poco más caro pero es un gasto razonable. Como se ve, es todo es muy simple.

Por eso no sé entiende por qué cada vez que un Ayuntamiento quiere peatonalizar una calle lo primero que hace es enlosar con baldosas carísimas la calzada y las aceras. Y, ya de paso, también dos o tres manzanas alrededor, digo yo que para aprovechar algún descuento de 3x1 en la fábrica de losetas (que suele ser propiedad de un pariente emprendedor del alcalde o el concejal de urbanismo, pero esa es otra cuestión). Además, el enlosado porcelánico o pizarroso viene siempre avalado por el informe de un arquitecto prestigioso, alemán o catalán, que lleva un jersey negro de cuello vuelto hasta en verano y que, a efectos presupuestarios, también se lleva una pasta por echarle una firma al proyecto y dejarse hacer fotos con el alcalde. Añadan al sobrecoste en diseño y materiales el tiempo y el personal empleados, y entenderán esas astronómicas cifras de endeudamiento municipal de aquellos años de vino y rosas que ahora desde el gobierno nos echan a cara a quienes no hicimos otra cosa que sufrir las inacabables obras.

Y siendo catastrófico el resultado en lo económico, no lo es menos en lo estético. Primeramente por lo que ya hemos comentado: lo que llaman peatonalización es en la mayoría de los casos una simple restricción parcial a la circulación de vehículos particulares. Quiere decir que por la calle falsamente peatonalizada siguen pasando autobuses, taxis, residentes y hasta furgonetas de reparto. Por lo cual, y ahora sí, o se planta allí un guardia a todas horas que impida el paso a los vehículos no autorizados o aquello acaba convirtiéndose en un coladero. En cualquier caso, tengan salvoconducto o pasen de matute, la consecuencia inevitable de tanto tráfico rodado es la rotura de las valiosas losetitas que, obviamente, no estaban diseñadas para soportar semejante agresión, y que hay que estar constantemente reponiendo. Incluso si no se rompen, el roce de las ruedas las va cubriendo poco a poco de una pátina churretosa de mugre grasienta que no se quita con nada y que crea unos contrastes de color preciosos al atardecer. Y es que desde la revolución industrial se sabe que los únicos pavimentos apropiados para resistir el paso constante de vehículos son el adoquín, el macadán, el asfalto y el hormigón; y pare usted de contar. Pero por encima de todo, estos pavimentos de fantasía atentan contra la imagen y la personalidad de los cascos históricos de las ciudades, igualándolos a todos en la hortera uniformidad de los paseos marítimos de los pueblos de veraneo. Que, no lo duden ni por un momento, son el no va más en diseño urbano y el modelo a imitar para los antropoides elegidos por sufragio que deciden sobre estas cuestiones.

Y fíjense que en todo el post no he expuesto el nombre de ninguno de ellos a la vergüenza pública, ni siquiera el de las ciudades víctimas de su grosería. Será que me hago viejo.


Oriol Tramvia - Bestia (1975)

1 comentario:

Profesor Franz dijo...

Cualquiera diría que el alcalde de Sevilla lee este blog y que se ha tomado muy a pecho mis admoniciones. Sin embargo, y a pesar de su esmerada educación, me temo que no ha entendido el sentido un texto tan sencillo como el anterior. Y es que para la anunciada peatonalización del entorno del teatro Lope de Vega y el Casino de la Exposición ha decidido cubrirlo todo con una capa de negro asfalto. Y no es eso, so pedazo de zoquete! Salvo que el proyecto de peatonalización de la zona sea tan falso como los que llevaban a cabo sus antecesores en el cargo. Porque si realmente piensa que el asfalto es el mejor material para peatonalizar una zona de especial valor histórico por contener diversos edificios y pabellones de la Exposición Iberoamericana de 1929, hay que decir como Tip en el famoso sketch del vaso de agua: "regardé la gilipolluá"