domingo, 4 de marzo de 2012

Malaspina en el Botánico

Me quedaba una última visita por comentar de nuestro viaje a Madrid y es la que siempre hacemos al Jardín Botánico, del que somos socios benefactores. La época no era la mejor porque el invierno y la sequía habían hecho bien su trabajo y, salvo las coníferas y algún otro árbol de hoja perenne, la sensación general era bastante mustia. El primero al que se le ocurrió comparar la ausencia de algo importante con un jardín sin flores fue un maldito genio; el resto somos todos unos copiones sin imaginación. Les adjunto una foto en la que se puede ver a la izquierda al gran olmo del Cáucaso, que con sus cuarenta metros es el árbol más alto del Jardín, mostrando sus ramas desnudas. El ciprés parece de mayor estatura pero es un efecto de perspectiva por estar en una terraza superior. Sin embargo es más viejo, ya que se calcula que fue plantado hará unos 240 años, por la época en la que se fundó el Botánico. Y ahí lo tienen al tío, hecho un pimpollo.
También nos llamó la atención que las únicas plantas que en tan gélido febrero mostraban brotes verdes en sus ramas fueran los bonsáis que regalara el ex-presidente González. Yo pienso que tiene que ver con las deformaciones a que son sometidos para mantenerlos en ese forzado enanismo, que de algún modo deben alterar también sus ciclos biológicos, pero seguro que cualquier tertuliano de las ondas casposas encontraría alguna explicación más chistosa y ocurrente.

Si a pesar de todo les da por visitar el Jardín, en el pabellón Villanueva hay una exposición sobre las expediciones científicas de la marina española que me atrevo a recomendarles sólo en el caso de que, como a mí, les gusten las maquetas de barcos, las cartas navales, las encomiendas, los mapas antiguos, los instrumentos de navegación, los herbarios, los animales disecados y los especímenes conservados en formol. El grueso de la muestra se basa en los materiales traídos por los barcos de la expedición que, a las órdenes de Alejandro Malaspina, recorrió los siete mares entre 1789 a 1794 recopilando datos geográficos, científicos y políticos. Por eso son todos fondos cedidos por organismos oficiales como el Museo de Ciencias Naturales, la Biblioteca Nacional, el Museo Naval o el Observatorio de la Armada de San Fernando. En ese sentido es una exposición que nos ha salido barata al erario público. La visita sigue con una segunda parte dedicada a las expediciones oceanográficas españolas de los últimos años, pero ésta pueden saltársela porque es el consabido despliegue sin arte ni gusto de paneles, gráficos y vídeos sobre un tema que se habría entendido mucho mejor editando un folleto explicativo. Y aunque la primera impresión sea la de otro caso de propaganda gubernamental innecesaria, podría resultar también ser, y así lo creo yo ahora, un grito de auxilio. Hay que recordar que el Botánico es un organismo del CSIC y que los botarates que salieron elegidos por las urnas consideran la inversión en proyectos científicos como muy prescindible. Quizás el discurso implícito en la exposición sea que, aunque en precarias condiciones, la investigación oceanográfica sigue viva en España, pero que la Historia demuestra que la ciencia sólo progresa cuando hay gobernantes ilustrados que apuestan por ella.

Y cuenta la Historia que, al regresar a España después de su largo periplo, Malaspina se marcó el objetivo de inventariar y catalogar todas las muestras, observaciones científicas y documentos que había recogido, con el fin de redactar una relación completa del viaje, trabajo que él calculó que le llevaría su buena decena de años. Pero quien se sentaba entonces en el trono no era el ilustrado Carlos III que financió la expedición, sino su hijo Carlos IV. Unos imprudentes aunque certeros comentarios sobre el favorito Godoy hicieron que se le acusara de conspiración y acabó encerrado en el Castillo de San Antón, en la Coruña, del que sólo salió años seis años después y en dirección al exilio. Como consecuencia, los valiosísimos materiales científicos recogidos por su expedición permanecieron casi un siglo sin estudiarse, habiéndose perdido para entonces gran parte de ellos.


Spring vs. Pez - Puerto Habana (1996)

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