viernes, 30 de marzo de 2012

Ley de huelga

Con ocasión de la huelga general del 2010 ya dejé clara mi postura respecto a estos amagos de un día y a su absoluta ineficacia. La prueba es que año y medio después de aquella convocatoria los poderes económicos han vuelto a forzar un nuevo y más espectacular recorte en los derechos laborales, a sabiendas de que les iba a caer otra minihuelga general. Como diría Mr. Burns: "Uh, mira cómo tiemblo!". Así que lo dejo por imposible y no volveré a insistir sobre este asunto. Además, y siendo realista, no me imagino yo a la actual clase trabajadora española parando un sector industrial por tiempo indefinido como aquellos aguerridos mineros ingleses que le plantaron cara a la señora Thatcher en los ochenta. Y que acabaron perdiendo, ojo, por lo que tampoco descarto que esta idealización de las luchas obreras sean cosas mías de la vejez.

En cualquier caso va a ser cierto el dicho de que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Basta una convocatoria de huelga para que la clase política y los medios a su servicio se lancen en tropel a pedir una ley que regule ese derecho constitucional. Curiosamente son los menos partidarios de la huelga quienes más fervientemente defienden la necesidad de una ley, por lo que no hay que ser muy listo para deducir el enfoque que pretenderán darle aprovechando sus mayorías parlamentarias. Cuando a mi juicio es muy poca la regulación que necesita la huelga: los obreros paran y los patronos pierden dinero. Ese es el esquema que se viene repitiendo desde el siglo XIX y que, con mayor o menor fortuna, ha conseguido para los trabajadores los derechos que ahora se les racanean.

Pero bueno, se quejan los patronos y sus voceros de la actitud violenta de los piquetes, que amenazan y hasta agreden a los honrados asalariados que desean ejercer su derecho a trabajar. Y, mal que nos pese, no les falta razón. Si se limitaran a una función puramente informativa la labor de los piquetes sería innecesaria: está claro que cualquier trabajador está perfectamente informado de la existencia de una huelga y de su derecho a parar; y si no, tiempo han tenido antes los sindicatos para hacerlo. Salvo que piensen que esos trabajadores a los que dicen representar son todos menores de edad o memos profundos y no se enteran de las cosas (algo que alguna vez se me ha podido pasar por la cabeza a la vista de su comportamiento ante las urnas). Por tanto, para evitar malentendidos, los días de huelga los piquetes deberían desaparecer de las calles. O, mejor aún, limitarse a tomar buena nota de quienes van a trabajar para en lo sucesivo retirarles el saludo y aislarles socialmente. Que la clase obrera española sí que va a ir al paraíso por la facilidad con que olvida y perdona comportamientos insolidarios. Total, todos somos compañeros y no le vamos a hacer el feo al esquirol de no contar con él para la cervecita de los viernes; obviamente en el bar de siempre, aunque abriera el día de la huelga.

Y se supone que, si los sindicatos renuncian a la coacción, los patronos por su parte desistirán también por ley de tomar represalias sobre quienes vayan a la huelga. Y por supuesto que a todos se les llenará la boca con apelaciones al respeto a la Constitución y los derechos en ella reconocidos. Pero por este lado las cosas no son tan sencillas. Y es que, aunque no se despida al trabajador de inmediato, la precariedad de los contratos laborales y la facilidad para finiquitarlos que precisamente permite la reforma contra la que se hace la huelga, favorece que la venganza se pueda degustar más tarde y con todos los visos de legalidad, aprovechando la finalización del contrato o un ajuste de plantilla. Eso explica el interés de la derecha por una ley de la huelga, y por qué hay que oponerse a cualquier regulación en ese sentido mientras no cambie la legislación laboral vigente.

Aunque si hay algo a lo que debemos oponernos con todas nuestras fuerzas es a que en la futura ley de huelga se cuele esa solemne estupidez llamada servicios mínimos. Cuándo nos volvimos tan cretinos como para aceptar que en una huelga los trabajadores se comprometan a respetar unos turnos de trabajo? Y además en sectores estratégicos para asegurar el éxito de cualquier paro general como el transporte público! Porque, aunque intenten convencernos de lo contrario, si se quedan los autobuses en las cocheras no se conculca ningún derecho, que quien quiera ir a trabajar puede hacerlo a pié o en su vehículo particular. Sólo hay tres servicios esenciales que deberían respetarse un día de huelga, y son policía, bomberos y urgencias hospitalarias. Los demás son totalmente innecesarios, y la prueba es que muchos de ellos cierran por vacaciones. Y sin embargo ahí estamos, aceptando servicios mínimos en bibliotecas o comedores escolares porque así lo ha acordado la delegación del gobierno. Nos merecemos o no todos los palos que nos den?


Ralph Robles - Come and get it (1969)

1 comentario:

hermanastrafea dijo...

En 'La dama de hierro' -ese biopic que se parece más a la biografía de cualquier abuela con Alzheimer que a la vida de Margaret Thatcher-, tenían al menos el detalle de poner imágenes de las huelgas y manifestaciones del momento -y de las subsiguientes cargas-. Y la conclusión es que nos hemos amariconao -o nunca hemos sido ingleses pa estas cosas, yo qué sé-, recientes protestas de Barna incluidas. Como diría Leonard Cohen, hay una guerra.